Cine-mundial (1916)

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De FARÁNDULA. Por F. G. ORTEGA EL PREJUICIO es uno de los males más comunes y tan crónico en Palencia como en Denver. ¿Quien puede asegurar que-.no tiene opiniones fijas sobre algunas materias que en realidad desconoce? Nosotros, por ejemplo, aborrecemos la política turca y leemos con recelo cualquier frase encomiástica sobre el Sultán o Enver Bey, aunque jamás hemos puesto los pies en Turquía y no hace mucho tiempo que averiguamos lo que era la Sublime Puerta. Lo mismo ocurre a infinidad de personas, algunas de reconocida cultura, sobre la escena norteamericana. Hay quien se empeña en que no existe un solo actor genial en los Estados Unidos, a pesar de no haber asistido nunca a un buen teatro de este país. “¿Pero hombre de Dios,” decíamos a uno de estos intransigentes días atrás, “qué cómicos yankis conoce Vd.?” “Ninguno, ni falta que me hace.” La tarea de convencer resulta bastante ardua cuando el prejuicio ha echado raíces tan profundas, aunque las personas más dadas a semejantes aberraciones son las primeras en lanzarse al otro extremo tan pronto cambian de opinión. Esto obedece a que el prejuicio viene por lo regular acompañado de otro defecto capital: la manía de generalizar. Estamos conformes en que todos los actores norteamericanos no son buenos. Nos consta que muchos son malos—algunos pésimos. Pero en un país de cien millones de habitantes, donde el teatro goza de tanta popularidad, ¿no es lógico suponer que haya salido un número bastante alto de notabilidades teatrales? LA POBLACION AQUI es cosmopolita y rica. Huelga decir, por tanto, que a las ciudades principales afluyen todos los años compañías extranjeras de primer orden, y justo es manifestar que las estrellas norteamericanas no pierden nada de su brillo al establecer comparaciones. Es notorio que todo éxito teatral europeo se ofrece tarde o temprano en los Estados Unidos, en muchos casos con la compañía completa que creo la obra— prueba evidente de que el público norteamericano sabe apreciar el arte. El año pasado, sin ir más lejos, tuvimos en Nueva York, descartando las empresas de ópera, diferentes compañías italianas, entre ellas la de la célebre trágica Mimi Aguglia, a Madame Simon, Lou-Tellegen, Novelli, varias “troupes” escogidas del Norte de Europa, Pavlowa, la incomparable, con su ballet ruso, etc., etc. Y esta invasión artística de ultramar viene ocurriendo continuamente desde hace muchísimos años y es cierto que ha influído de manera decisiva en la escena norteamericana, que paulatinamente ha ido asimilándose mucho de lo bueno que en materia de arte ostenta el viejo continente. Tenemos además otro factor primordial: la mezcla de razas y la riqueza de este país, que atrae al artista lo mismo que a cualquier otro hijo de vecino. De aquí que la escena norteamericana sea, sin duda, la más cosmopolita de todas y a esto obedece principalmente su popularidad en el extranjero. La cinematografía es una prueba evidente de este aserto. Casi todas las películas que se producen en los Estados Unidos interesan tanto al latino como al sajón, debido a que el personal artístico representa siempre diversos países y, por ende, las escenas se desarrollan en una atmósfera internacional. Enero, 1916. NO QUEDA YA un solo artista de renombre en los Estados Unidos que no haya aparecido en películas, aunque al principio de la cinematografía le fueron muy hostiles. La oposición de la gente de teatro al cinematógrafo representa una de esas anomalías incomprensibles. Gracias a él infinidad de actores y actrices trabajan todo el año y no cabe duda de que la profesión está actualmente mucho mejor remunerada que antes. Pero dejando a un lado la parte económica, es evidente que el cinematógrafo ha dado verdadera trascendencia a las tablas. Entre todas las famas, la del histrión era la más efímera. ¿Quien se acuerda de los grandes actores de hace cien años? Es más ¿quien recuerda a Calvo o Vico? Sólo aquellos que tuvieron la suerte de verlos en persona. El cinematógrafo ha ve _ nido a perpetuar el trabajo del actor, como el fonógrafo la voz del cantante. Los actores norteamericanos, como los del Viejo Mundo, se han percatado de esto y uno tras otro han venido desfilando ante la cámara. Así han podido llevarse al telón las obras teatrales que mayor impresión han causado en el público, y se cuentan a centenares los libros famosos que la cámara ha vulgarizado. En este sentido las empresas norteamericanas no les han ido en zaga a las europeas. Tan pronto como un artista comienza a destacarse, no paran hasta que logran contratarlo, y los argumentos de sus producciones se basan en obras maestras de todas los países de la tierra. Citaremos de paso que una de estas compañías, cuya especialidad consiste en películas sensacionales, sostiene en Los Angeles, California, un jardín zoológico de colosales proporciones. Aun no hace mucho que, para obtener un “efecto,” sacrificó un hermoso tigre de Bengala que había costado dos mil dólares. LOS PUEBLOS SUDAMERICANOS tienen mucho en común con los Estados Unidos. Unos y otros han roto con todas aquellas tradiciones europeas cuya tutela pugna con el espíritu de libertad personal y colectiva tan arraigado en este hemisferio. Esa tendencia se manifiesta tanto en el teatro como en cualquier otro ramo de la actividad humana y, aunque parezca paradógico, es cierto que donde con mayor intensidad se revela es en los artistas de procedencia europea que han optado por radicarse entre nosotros. Aunque no escribimos en son de crítica, y nuestra norma es la de reconcer el mérito sin indagar su origen, estimamos acertado señalar un ejemplo para que se vea que no juzgamos a la ligera. En la inmensa mayoría de las películas europeas se nota la diferencia de “clases.” Y se nota porque existe en la vida real y tiene a la fuerza que repercutir en el teatro. Bien sabemos que el arte no reconoce ideas políticas y que a veces germina donde el medio es menos propicio, como el “cacto florece en el erial.” Pero esa diferencia entre hombre y hombre, por artísticamente que vaya engalanada, hiere en lo vivo nuestros sentimientos democráticos. Las producciones de la cinematógrafía norteamericana se distinguen por todo lo contrario. Emanan igualdad. Por eso se prestan admirablemente para la América Latina, donde la atmósfera también es cosmopolita y el público, que tiene mucho de iconoclasta, no transige con afectaciones ni convencionalismos.