Cine-mundial (1916)

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oee e 50 OBLA la tarde y en el horizonte la esfera R X\WYilroja del sol comienza a tramontar. Una E k»ileve brisa sopla tímidamente las hojas de la Ayu mbría, y el anchuroso parque canta la oración rumurosa de sus frondas. Las rosaleTe envían al cielo los aromas de su aliento. Aparece una mujer joven y bella seguida de un galán apuesto y joven. Ella camina despacio prestando a su talle un vaivén de gracioso abandono. El marcha a corta distancia, cauteloso y timido, embebido en tan peregrina gentileza. Llegan a uno de los paseos donde hay bancos y donde el follaje trenza un dosel de esmeraldas. Ella se sienta y comienza a leer en un libro. El ocupa el otro extremo del banco. Se escuchan risas de niños que estremecen el parque en gloriosa sinfonía de vida. El— (Venciendo su timidez indecisa)—Señorita, ¿lee usted versos? Ella—(Levantando sonriente los ojos) —No, no son versos.... Es una novela; pero en sus páginas hay también poesía.... ¡Es novela de amor! El—¡Amor! Exactamente, lo que yo busco. Ella¿Busca usted amor? Siempre entendí que era él, el amor, quien nos buscaba a nosotros. El—Cabal. Ustedes las mujeres, por ese bien parecer que les imponen las costumbres sociales, le esperan siempre; pero nosotros nos adelantamos a encontrarlo. Es además condición dilecta de la especie. Ella—é¿ Y no lo encontró todavía? El—Sospeché que si al verla a usted; ahora que observo de cerca su hermosura y escucho su discreción singular, lo creo. Ella—¡ Muy de prisa va usted! No ha de bastar que topemos el amor; necesario será saber retenerle.... Casualmente, oiga lo que apropósito dice este libro. (Lo abre y lee): “En compañía del amor debiera hacerse un viaje muy largo, con muchas escalas, y logrando llegar al final sin que se quedase en alguna de ellas, tendríamos la certeza de su bondad y dilección ni Ella—Y acertado. Siempre opiné que aquellos que empiezan a amarse, debieran a guisa de tanteo y penetración mutua, hacer antes un viaje juntos. Es lo cierto que viajando es como mejor se conoce la condición de cada humano. Todos nuestros defectos y todas nuestras virtudes se muestran a la superficie, y llegando al término en perfecta armonía, he ahí la prueba más segura de que el amor sería verdadero. El—Tiene usted razón. Un viaje así donde el amor no se quedase en alguna escala, sería el mejor prólogo de la dicha.... Ella—(Con risa artificiosa)—¡Y sin embargo, de solteros, cuando uno de esos viajes fuese eficaz, es imposible hacerlo! El—(Después de meditar un momento.) ¡Imposible, no!.... (De pronto se levanta y añade): Escuche 1916 El FEBRERO, El Viaje del Amor usted, la invito a que ahora mismo vayamos juntos . la Argentina, por ejemplo. Ella— (Con burlona seriedad.) ¿y ahora mismo? El—Si; ahora. Ella—(Con ademán cómico.) Pues, vamos. Marchan a lo largo del paseo muy juntos, ensimismándose en un efusivo y cordial diálogo. A medida que caminan van descubriendo su personalidad: Se dicen quienes son; se refieren mutuamente sus afanes y esperanzas; se escudriñan, se observan, y van percatándose poco a poco, de la afinidad de sus gustos, simpatías y extremos. Llegan a una plazoleta donde un enjambre de niños corretea y grita. Eil—(Deteniéndose y mostrando con el índice un ¡A la Argentina! letrero que indica el nombre de la plazuela: “La Ar gentina”)—Mire usted, ya hemos llegado. Ela—(Fingiendo asombro)— ¡Es verdad! En la Argentina estamos. (Siempre burlona.) Y que pronto, ¿verdad? El—En la época en que vivimos todo es así: aprisa, muy aprisa. ¡El automóvil es de estos tiempos! Ella—No obstante, nosotros hicimos el viaje a pié. El—Nosotros sí; pero nuestras almas que es lo que interesa, lo hicieron en el Clavileño de sus ilusiones.... (Después de una transición.) ¿Continuamos el viaje? Un poco más adelante está México, luego Cuba, aquí a la izquierda queda Londres. Ella—Singular manera de recorrer el mundo. muy corto es para usted! El—Como la vida. Ella—O como el amor. , EI—El amor es infinito si atinamos a darle nuestra sinceridad, la verdad de nuestro pensamiento. Ella—< Y si nuestro pensamiento nos engaña? El—Prosigamos el viaje hasta convencernos de no hacer la escala del desencanto. Créame usted, ¡la vida corre! Ella—¡ Veo que sigue usted tomando en serio la mentira de una ilusión! (Prolonga una pausa y agrega): Sigamos, acaso tenga usted razón. ¡Todo es tan corto! Continúan andando a traves del parque. La plática cada vez más apasionada, les hace olvidarse de cuanto les rodea. Anochece. Hay luna. Regresan hasta el mismo banco donde empezara el coloquio y se sientan. Tienen las manos entrelazadas y se miran a los ojos, embebidos en luz lunar. El—(Preguntando de pronto.) Oye, Julia, ¿cuándo quieres que hable a tus padres de nuestro desposorio? Ella—Cuando tu quieras, Pedro. El—Entonces mañana mismo que es día de mi santo y cumpleaños. Callan. Un guarda se acerca y les anuncia que se va a cerrar el parque. Salen sin hablar más. Es de noche. En la altura luce la serenidad armoniosa de los astros. ... ¡ Así JOSE SOBRADO DE ONEGA. El Pícina 64