Cine-mundial (1933)

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LOS. ESE REN OT HLady for a Day? (Columbia Pictures) LA mejor película que haya llevado Columbia a la pantalla y, quizá, la más sobresaliente de la temporada de otoño en Broadway. Descuella, a la vez, por el argumento, por la dirección y por la finura con que el director presentó trama y detalles; pero lo que la hace preeminente sobre todo es la interpretación. Cada personaje alienta vida; cada actor encaja magistralmente en el papel que se le confió; y es justo dar aquí, íntegra, la lista de honor del reparto: May Robson, Warren William, Ned Sparks, Guy Kibbee, Walter Connolly, Nat Pendleton, Jean Parker, Glenda Farrell, Hobart Bosworth y nuestro Barry Norton. Resalta, técnicamente, la circunstancia de que parece que el cine ha perdido ya el miedo al micrófono: hay escenas en esta cinta durante las cuales los cómicos gritan desaforadamente— sin que haya eco, ni resonancias, ni ningún desastre sonoro—y dan con tales exageraciones genuino realismo al episodio. También debe anotarse un refinamiento fotográfico en uno de las escenas galantes: los protagonistas aparecen besándose con el deleite de rigor... y de pronto sus semblantes se deforman y se pierden: era su imagen sólo, reflejada en las linfas de una fuente, la que nos ofrecía el lienzo. El tema posee toda la novedad de un cuento de hadas al que se vistió con traje de esta época, y todo el encanto de una novela sentimental pero verosímil .. . particularmente en una gran ciudad moderna. Una vieja miserable, que se gana la vida en el arroyo y cuyo único solaz es la diaria botella de ginebra, tiene una hija ausente en España y a la que, sin haber visto durante tres o cuatro lustros, escribe con regularidad y engaña generosamente, haciéndole creer que ella, la madre, se codea con la mejor sociedad, vive en un hotel de postín y nada en la opulencia, al lado de un fingido esposo que no existe tampoco más que en la imaginación de la vieja y en las cartas—redactadas en hojas de papel sustraídas al hotel de postin—que la alejada niña lee, convencida de su realidad. Pero, un día, la joven, que va a casarse, decide hacer una visita a su madre a fin de que la conozcan el novio y el padre de éste. El piadoso fraude caerá por tierra: la dama opulenta desaparecerá bajo los andrajos apestosos a aguardiente . . . y la boda, claro, se deshará. Y no hay remedio posible, pues cuando la pretendida señora recibe la noticia del proyectado viaje, ya están en alta mar su hija y sus acompañantes. Entonces interviene, como providente genio que trueca en realidad los sueños, un personaje de pésimos antecedentes y muchísimo dinero que, con la supersitición característica entre gente del hampa, siempre creyó en que la vieja le traía buena suerte, y cuando se entera de la tragedia, decide poner de su parte cuanto sea necesario para mantener en pie el fraude, sirviéndose de toda clase de medios, más o menos legítimos, y utilizando como inevitable comparsa a los mal encarados y peor intencionados miem bros de su banda. Con las dificultades y tropiezos que debe vencer, con el resultado de su capricho sentimental y con las inesperadas consecuencias de todo ello está tejido lo mejor del fotodrama, cuyo desenlace—tan lógico tal Entered as second-class matter A monthly published by Chalmers Publishing Company at 516 Fifth Ave., New vez como el resto del argumento—corona una de las producciones más finas y mejor filmadas que hayamos visto.—Ariza. Dinner at Eight'' (M-G-M) Quien quiera ver varias soberbias películas encerradas en una sola, que vaya a solazarse con ésta. No importa que el argumento sea típico de estas latitudes y que, por lo tanto, haya el temor de que la trasposición opaque el esplendor del diálogo, que es uno de sus méritos. Tan estupenda es la interpretación y tan desusado 'el desarrollo del argumento que, aunque yo no haya visto la obra teatral en que se basa, estoy seguro de que no pudo resultar su presentación tan perfecta como en la pantalla, porque parece que sus personajes se crearon especialmente para cada uno de los artistas que los caracterizan: los dos Barrymore, Marie Dressler, Wallace Beery, la insubstituible Jean Harlow, Edmund Lowe, Lee Tracy ¡y Billie Burke! El drama domina aquí por su lógica y los lances amorosos por su realismo: la esposa infiel persigue a su amante sin miramientos ni pizca de vergúenza; la jovencita apasionada del cuarentón astro de cine ni entiende de razones ni se cuida del escándalo; el bribón resuelto a despojar a un armador confiado se ufana de su infamia hasta que un puntapié conyugal da al traste con sus planes, y el galán que resuelve sus problemas con el suicidio, sabe hacer un noble gesto de despedida. Pero hay que ver el arte con que todo ello desfila ante nuestros ojos; hay que ver a Marie Dressler encarnando a una vieja actriz, rica en joyas, en recuerdos y en experiencia, suelta de lengua y libre de prejuicios; hay que ver a Lee Tracy perfilando maravillosamente al representante de un actor a quien la popularidad ha vuelto la espalda, y hay que ver a Billie Burke, que resucita en el lienzo la gloria que sólo en las tablas había conquistado hasta ahora. Las complicaciones de la trama encuadran en el frágil marco de una “Cena a las Ocho” cuyos comensales son los protagonistas pero de la que sólo vemos los preparativos. La cinta termina precisamente cuando los invitados—los que quedan—van a sentarse a la mesa.—Ariza. ''No Marriage Ties'' (RKO-Radio) L EYENDO—con vidrio de aumento—la sección de Preguntas y Respuestas de esta amena revista, me encontré un parrafito donde mi colega el Respondedor se lamenta de que no hay retratos de Richard Dix en traje de baño (como los pide una su amiguita de ultramar). Y a beneficio de la solicitante, revelo desde estas líneas que en “No Marriage Ties” el susodicho actor se da una ducha poco menos que en presencia de los espectadores y que, el torso por lo menos, aparece sin estorbosas ropas. Por lo demás—y esto ya va con el público en general—recomiendo la película no solamente por lo delicioso de la interpretación de Dix, sino por su argumento, distinto y archidramático, y por la belleza de que alardean ahí Doris Kenyon y Elizabeth Allan.—Guaitsel. York, N. Y "The Power and the Glory" (Fox) Por dos motivos resulta extraordinaria esta cinta: por lo delicado de su interpretación, ya proverbial en el cine norteamericano donde, si faltan buenos argumentos, sobran magníficos actores; y por una innovación en la manera de presentar el relato, innovación que quizás resuelva, de otro modo, el desesperante problema de la adaptación de películas sonoras a idiomas extranjeros. El truco consiste en encargar a uno de los personajes el relato que forma la base de la trama y en ilustrar sus palabras con escenas cinematográficas que presten realismo a la narración. Esto implica, naturalmente, frecuentes interrupciones y una variada serie de viajes a los tiempos de la infancia, la pubertad y las épocas de lucha de los protagonistas, el principal de los cuales acaba de pegarse un tiro cuando comienza el fotodrama. Sus funerales (que, en cintas ordinarias, es lógico que den por concluída su existencia y la cinta misma) es lo primero que la cámara nos presenta al principiar la película. Y así es lo demás. Pero que el truco es efectivo lo prueba el hecho de que no afecta la hilación de los sucesos, sino que, por el contrario, parece dramatizarlos mejor y que, además, permite barajar hábilmente los distintos episodios de la historia, de modo que el espectador logra seguir, sin esfuerzo, las vidas paralelas de los personajes, el relato que de todo ello hace el parlante y las vicisitudes emocionantes que el drama presenta. A nuestros públicos (para quienes esta película será todavía de mayor novedad cuando se la adapte al castellano) corresponde decidir si su método de presentación resuelve o no el problema de las adaptaciones sonoras. El argumento en sí, y ofrecido en la forma que se ha descrito en los párrafos anteriores, se concentra en la vida de un hombre de empresa (Spencer Tracy) que, a fuerza de energía, llega a ser una potencia en la industria ferroviaria, a pesar de lo miserable de sus primeros años, pero empujado sin cesar por la ambición de su mujer (Colleen Moore). De sus impulsivismos, de sus debilidades y desengaños está hecha la trama de la obra, en la que abundan impresionantes escenas. Por natural, por humano y por bien caracterizado, el papel del personaje principal nos convence y nos satisface. Merecen también mención por su trabajo en esta cinta Ralph Morgan y Helen Vinson. Es seguro que, aparte de su valor como fotodrama bien dirigido, bien presentado y perfectamente fotografiado, “The Power and the Glory” tiene el atractivo adicional de ofrecer algo diferente en lo que respecta a continuidad cinematográfica.—Ariza. '"She Had to Say Yes" (Warner Bros.) Los productores norteamericanos han sabido crear un tipo admirable de mujer: la que sabe jugar con el fuego .. . sin llegar a quemarse. Y, lo que es más asombroso: sin perder ni un átomo de la pureza de su alma. Lo cual siempre es un consuelo para el que acaba por casarse con tan intrépida criatura. October 7th, 1920, at the Post Office at New York, N. Y., under the Act of March 3rd, 1879.—November, 1933. Vol. XVIII. No. 11.— .—F. García Ortega, President; Alfred J. Chalmers, Vice-President; Ervin L, Hall, Secretary and Treasurer.—Subscription Price: $1.50—Single Copy: 15 cents. Página 620 Cine-Mundial