Cine-mundial (1944)

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Hi tis i ; i if h f i l, iif f hy Yj HITA Ms WM iy ZA e f HEL, Madeleine Carroll, en quien Irlanda y Francia se combinaron para producir uno de los frutos más suculentos de la feminidad y una de las rubias más inquietantes del Cinematégrafo. LAS ESTRELLAS OUB MAS ME IMPRESIONARON C OMO quien arranca una hoja a una alcachofa, desprendo esta página de mi libro de Memorias, en vista de que, con lo escaso que anda el papel, hay riesgo de que la posteridad se quede por completo en ayunas de lo que este entrevistador encontró de verdaderamente particular en el constelado cielo cinematográfico. ¡Caray, qué largo salió este parrafito! Si alguien me preguntara (y conste que esto es una mera suposición para justificar la hoja de alcachofa) cuál es la estrella que más me ha impresionado por su inteligencia natural, respondería sin vacilar: “Jimmy Cagney.” El dinamismo de este actor, la agilidad mental con que aborda, discute y resuelve, hablando a toda máquina, las cuestiones más graves, por alejadas que estén de su profesión, es algo sensacional. Su sensatez es lo único que limita el torrente de sus convicciones en materia de arte, de sociología, de política. Y es raro que mo se haya mordido ya la lengua, porque sus convicciones no son las de la generalidad. Tampoco me sería difícil declarar quién, de todas las estrellas con que he hablado, fue la más hermosa. Unas son en el cine Página 68 Por Eduardo Guaitsel Mae Murray, hace dos décadas lo que son hoy la Garbo, la Turner, la Grable y la Hayworth. Hoy, tan rubia como en sus buenos tiempos y tan bien formada como entonces. James Cagney, el de la palabra de ametralladora y el talento en todos sentidos. Si se dedica a boticario, transforma a la farmacopea. Pero, por fortuna, es solamente actor. y otras, muy otras, en lo particular, cuando no hay maquillador que disimule defectos y cuando se descubre que, por bien proporcionadas, parecían. altas en el Lienzo y resultan, frente a frente, parientas del suelo. La actriz más bella en mis Memorias fue Marion Davies. Este juicio mo admite discusiones, componendas ni puntos de vista. La señora no tiene una sola falla física. O no la tuvo cuando lo conocí. Todas las líneas eran perfectas; todos los detalles eran atractivos. En el pelo, de un rubio rizado, daban ganas de dorarse las manos. Los ojos, de legítimo azul celeste, parecían obscurecer el aposento cuando se dignaban parpadear. La boca, la nariz, la piel, los brazos, las pantorrillas, todo iba acorde con el garbo señoril de una cabeza bien plantada. ¡Pero que no hablara aquella Venus! Que se dejara admirar, punto por punto, que nos concediera la dádiva de una sonrisa tentadora; pero nada más. La diosa era tartamuda. La más femenina de las estrellas, hasta el grado de inquietar, es, a mi juicio, Madeleine Carroll. Entre los centenares que han charlado conmigo, es la única que resulta Cine-Mundial