Cine-mundial (1944)

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TENTAR ER Los Espectadores E N ESTA ALBORADA de 1944, estamos sentados en un rincón esquinero de uno de los pisos superiores del “News Building.” Por la ventana, como en un decorado teatral, se divisa próxima, majestuosa, esbelta, la torre del rascacielos más alto del mundo, el “Empire State.” El arañanubes de “Chrysler,” en la otra esquina. En las máquinas “teletipo” de la United Press se desarrolla la sinfonía de la noticia mundial, con la monoritmia impasible de sus teclas que lo mismo escriben un pronóstico sobre el estado del tiempo que la caída de Mussolini; una catástrofe con centenares de muertos y heridos, que el último boletín sobre las modas de estación. Los que estamos reunidos en esta hora de 1944, en este rincón estratégico de Nueva York y del mundo, somos periodistas, todos fuera de la edad militar de combate. Por una coquetería, permitasenos aclarar que los treintiocho años es el máximum de edad eficiente que reconoce el Servicio Selectivo norteamericano. Y con la misma displicencia que contemplamos las maravillas arquitectónicas que se alzan a nuestros ojos, pasamos la vista sobre las últimas varas de noticias que hemos cortado del carrete de papel de la máquina—historia mundial en tiras que durante las veinticuatro horas brota de estas mecanógrafas de dedos invisibles. Y, ante las dos maravillas—el rascacielos y el “teletipo”—que están en nuestras vidas como cosa corriente, y con la emoción Febrero, 1944 Por Félix Solona un poco roma a fuerza de catar sensaciones, uno de los presentes lanza la pregunta chispa que prende la disertación : —Bueno, en esta hora del mundo, ¿cuál es nuestro papel ? Habla no sólo del papel de los cuatro que fumamos en este rincón; sino del papel de toda la generación del novecientos, que cuando vino a salir de las aulas y a tener verdadero uso y empleo de razón, se vió anulada por la conflagración de 1914, en la cual, por falta de edad, no pudo participar; habla de esa generación perdida que cuando terminó la primera guerra mundial, encontró que su puesto en la vida había sido ocupado por la generación anterior, que, impulsada por alientos nuevos e ideales revolucionarios, dominaba al mundo y había cancelado de un plumazo todas las enseñanzas que en lo moral, en lo estético, en lo social y hasta en lo emocional, nos habían enseñado a nosotros, los del 1900. Y el concenso de opinión se condensa en esta respuesta, que entre bocanadas de humo, y con un supremo aburrimiento lanza el más viejo de nosotros: —Nos ha tocado el papel de espectadores. En la primera guerra éramos muy jóvenes, en la post-guerra éramos unos inadaptados—no nos interesaba aquel espectáculo de cosas que nos eran ajenas; en esta guerra, somos demasiado viejos. Lo mismo que vivimos los días de Sarajevo, y del Marne, y de Verdun, y del “Lusitania” y Chateau Thierry, St. Mihiel, y el armisticio; y cantamos la “Madelon,” “Tip perary,” “Over There” y “Mademoiselle d'Armentiers,” ahora, hemos vivido Pearl Harbor, Singapur, Batán, Manila, Guadalcanal, Estalingrado, Kiev, El Alamein, y Casablanca, y asistiremos a la nueva paz y cantaremos “Pray the Lord and pass the ammunition,” “Gertie from Bizerte,” “Las playas de Monctezuma” y todas las canciones bélicas. Somos la generación comparsa en el momento histórico—cumbre de la humanidad. .... El tercero del grupo, aún con unas gotas de ilusión en el alma, adujo: —; Por qué comparsas y espectadores ? Mejor, historiadores, ilustradores, cronistas de esta etapa de la humanidad. Nótese que es a los de nuestra hornada a quienes ha correspondido la misión de las artes, de las letras, de la música. . . . Somos los encargados de conservar viva la llama de la emoción, del interés humano. . . . Se nos han cerrado en dos ocasiones los caminos a las líneas de fuego; hemos podido captar la emoción de la guerra tras los frentes, y nuestra educación un poco lírica nos ha mantenido apartados de las aventuras prácticas de la ciencia, de las conmociones político-sociales, de la fiebre de las especulaciones financieras. . . . Nos hemos quedado como guardianes de las musas, de las tradiciones, de las leyendas, de lo folklórico, de cuánto de humano había en el mundo . . . Somos, nuevas vestales, los que pasaremos a las generaciones veni (Continúa en la página 99) Página 73