Cine-mundial (1944)

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Página 116 $ e Ke PALAS Pa La Lets riding Eo) Koad mone En los estudios de la Paramount, Dorothy Lamour escucha atenta las instrucciones del director Frank Tuttle antes de ensayar una escena de "Rainbow Island", pelicula en tecnicolor recién estrenada. rica Latina. Sera una sorpresa para el publico y también para los empresarios, y casi de tanta trascendencia como cuando el Cine dejó de ser mudo y comenzó a hablar. Este párrafo está resultando un poco misterioso, pero no se me pregunte de qué se trata. Es un plan secreto que no me atrevo a divulgar; y que caerá como una bomba cuando se lleve a la práctica. EN LOS TREINTA años que llevo en los Estados Unidos, jamás he visto a los norteamericanos tan indignados como el día que se publicó el informe de las atrocidades cometidas por los japoneses con los prisioneros. Lo de Pearl Harbor no fué nada en comparacion. ACABA de publicarse un folleto del Profesor Paul Petriayev, director del Parque Zoológico de Moscú, en el que se analizan las reacciones de las bestias salvajes en la época en que los alemanes bombardeaban a diario la ciudad. Con excepción de los elefantes, todos los herbívoros estaban aterrorizados. Los carnívoros, por el contrario, parecian no darse cuenta de lo que pasaba. Una tarde cayó una bomba incendiaria en la jaula del tigre, que saltó sobre una tarima; y en cuanto le abrieron la reja, se fué a paso lento para la jaula contigua. Cuando apagaron la bomba, el tigre se dejó meter sin protestar en su antigua morada. Los elefantes resultaron tan impasibles como los felinos, pero mucho más prácticos. Dice el profesor que cuando dos bombas atravesaron el techo y les cayeron frente a las patas, los elefantes se fueron al trote a una laguna cercana, se llenaron las trompas de agua y después la descargaron sobre las bombas. Entre las aves, las más asustadizas resultaron los faisanes y pavos reales; y la de más sangre fría, el cóndor de los Andes. ENTRE los políticos ingleses y franceses que simpatizaban con los nazis y quisieron congraciarse con Hitler, raro es el que no ha perdido uno o varios hijos en la guerra. EL DIA ANTES de Navidad en Nueva York, un obrero que se retiraba a su casa murió atropellado por un automóvil. En los bolsillos le encontraron varios juguetes para sus hijos y un sobre con su sueldo semanal, ascendente a ciento setenta dólares. Menciono el caso porque lo trajo a colación de sobremesa un personaje de la América Hispana, que había invitado a otro compañero y a mí, después de una cena en la que se había comido y bebido a toda máquina por espacio de tres horas. —Que un simple trabajador—dijo este distinguido amigo, enarbolando una copita de Grand Marnier—gane $170 a la sema Cine-Mundial |