Cine-mundial (1944)

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Una Joya Borinqueña Por En UNA de mis visitas al estudio de la Paramount, Claudia Cahill, la cubana dinámica, ayudante eficaz de Eddy Schellhorn, me tenía preparada una sorpresa. Era ésta la prueba cinematográfica que acababa de hacerse de una artista hispana, Olga San Juan, a la que yo no conocía. Vimos la prueba en un salón de proyecciones. Olga San Juan tenía de compañero en ella a Miguelito Valdés, y la vigorosa personalidad de éste no fué bastante para eclipsar la de su compañera en la pantalla. Era un team de potencia a potencia, y no pudo menos de sorprenderme la gracia y la picardía de la artista puertorriqueña, plena de sugestión y de encanto, sin llegar a traspasar nunca los límites del recato. Olga San Juan era, indudablemente, “una hija de familia,” como dicen en Cuba y en Puerto Rico, dotada de una belleza sensual y mareante que ella sabía manejar con arte especial de “fruta prohibida,” que parece decir al público: “Mírame y no me toques.” La impresión que me causó esta prueba cinematográfica de Olga San Juan, en la que cantó y bailó varios números en español y en portugués, fué excelente y desperto mis deseos de conocer a la artista en persona. Pocos dias después pude realizarlos al presenciar la filmación de unas vistosas escenas de “The Rainbow Island,” en la que con Dorothy Lamour figura Olga San Juan. : Y aquí fue donde recibí la segunda sorpresa. Por que Olga San Juan, la que yo imaginaba “fruta prohibida” por su extraño y digno recato en medio de la danza más sugestiva, no es ni siquiera “fruta madura.” Olga San Juan es una niña, a la que la cámara fotográfica convierte en mujer de singular atractivo. Olga San Juan tiene 16 afios y su mirada picaresca y chis La artista puertorriqueña Olga San Juan, tal como sale en la película "Rainbow Island", filmada en tecnicolor por la Paramount. Aqui aparece estudiando el guién de la obra, en compañía de su mamá. Elena de la Torre peante en la pantalla, es en la vida real una mirada de candor y de inocencia supremas. Y al verla he comprendido esa extiaña sensación de “hija de familia,” que percibí a través de sus atrevimientos en los bailes de su prueba con Miguelito Valdés. Que Olga San Juan es “hija de familia” me lo confirmó ella al hablarme. Su alma se asoma a sus ojos maravillosos al relatarme su inmensa felicidad ahora que con el contrato de la Paramount tiene asegurado el bienestar de los suyos. Esta familia se compone de la abuelita, la mamá y la pequeña hermana de Olga, para las que ésta es el sostén, el amparo, la alegría, el presente y el porvenir. La diminuta Olga San Juan se crece al afrontar con varonil entereza las grandes responsabilidades que, como legado de amor, la dejara su buen padre al morir. —Yo nací en Nueva York—me dice Olga—pero mis padres, que eran los dos puertorriqueños, me llevaron a Santurce, en Puerto Rico, donde permanecí hasta los cinco años. Lo suficiente para que, a pesar de sentirme muy americana, me sienta también muy puertorriqueña. Recuerdo que bailaba en la Marina, en la playa, y que la gente se encantaba conmigo y me daba dinero, con el que yo compraba dulces y helados para todos mis amiguitos, ¡Por supuesto que ni mi papá ni mi mamá sabian nada de esto! La capacidad de Olga para ganar dinero comenzó asi bien pronto. (Continúa en la página 153)