Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL EN el Century Tlientre. unn de los coliseos más elefantes y de iii;' -•; proporciones que hoy existen en el mundo, y con una entrada de $16,000, se estrenó en Nueva York a principios de mes la versión inglesa de "Afrodita". Alan Dale, el célebre critico, califica la obra en los siguientes términos: "La suntuosa producción escénica "Afrodita" atrajo anoche al "Century" un público que esperaba sonrojarse, y aún en Nueva York blasé esas esperanzas no quedaron defraudades. "El espectáculo se basa en una novela de Fierre Louys cuya lectura ha sido prohibida. Relata con franqueza — con demasiada franqueza — y con mucho realismo — con exceso de realismo — episodios de la vida cortesana de Alejandría. La mescolanza de mujeres medio desnudas y negros casi en cueros es una afrenta a la decencia de la comunidad." Hasta aquí Alan Dale que, entre paréntesis, debe ser un experto en esto de ofensas a la moral, ya que sostuvo múltiples escaramuzas con la policía y los tribunales por análoga causa cuando se estrenó, hace un año, su drama" "La Madona del Futuro". Aunque la prensa neoyorquina, en su mayoría, ensalza la obra, no hay duda de que se ha exagerado algo la nota "verística". Yo estuve en el estreno y recibí varias sorpresas alarmantes, sobre todo en la escena en que Dorotliy Dalton, la artista cinematográfica, hizo el papel de estatua con mucho arte, es cierto, pero con una naturalidad tan fiel que produjo risas y movimientos nerviosos entre las damas y murmullos de admiración entre los hombres. Y conste que fui empresario en Cuba durante el imperio del "naturalismo" y estoy curado de espantp. Sobre si es moral o inmoral, cada cual es muy dueño de su opinión y Alan Dale no va descaminado en mucho de lo que dice; pero como espectáculo es lo más portentoso y deslumbrante que hasta la fecha se ha llevado a un escenario norteamericano. Hay un punto, no obstante, que no deja lugar a dudas: si no fuera por la abundancia de desnudos y semidesnudos que aparecen en escena al mismo tiempo, "Afrodita" resultaría rematadamente pornográfica, pero son tantas las sensaciones que se le vienen encima al espectador una tras otra que no hay tiempo para fijar la vista en sitio determinado y no le queda a uno otro recurso que el de abarcar el conjunto. Esto salva la obra, porque con una mujer y dos de los etiópicos que escandalizaron al crítico neo ExERO, 1920 < yorquino habría suficiente para precipitar la intervención de la policía— si permanecieran solos en escena por cinco minutos. ♦ * » TESTANDO la semana pasada en el tea■'-' tro con un antiguo amigo ocurrió un caso curioso que revela con claridad la diferencia que existe entre la escena nuestra y la inglesa. Era en Proctor's, donde las películas se mezclan con los números de variedades. Terminaba la exhibición de "El Taumaturgo", la gran obra de George Loan Tucker, tan emocionante como cualquiera de las de Griffith. Un paje, uniformado al estilo de la Guardia Republicana de Haití, cambia el letrero al costado del escenario y aparece el nombre de Mike S. Whalen. Mi amigo comienza a moverse en la butaca. Está nervioso, no hay duda. Yergue su cuerpo y mira con fijeza hacia la bambalina derecha. La orquesta lanza al aire las notas de una marcha bulliciosa y aparece el cómico en escena: el Sr. Mike S. M'halen. — ¿Te acuerdas de éste, Hermida? — Hombre, no. Esta es la primera vez que lo veo. — Te equivocas. Lo vimos varias veces en Londres. Recuerdo que estabas conmigo la noche que debutó Yukio Tani, el luchador japonés, en el Oxford Music Hall, y este Whalen era uno de los diversos números del programa. Ahora te convencerás. Aquí sale con traje claro de verano y bombín carmelita; en Londres llevaba levita y sombrero de copa. El bastón es el mismo: verás cómo lo pliega en forma de telescopio y se lo guarda en él bolsillo. Allá el monólogo consistía en una serie de chistes sobre un albañil irlandés, una señora tan gruesa que se invertían 15 minutos en darle una vuelta a la redonda, y una historieta sobre un alemán que se emborrachaba. Terminaba con una canción alusiva a la concurrencia. Veremos lo que hace ahora. . . Efectivamente. El bueno de WTialen hizo exactamente lo mismo que había hecho quince años antes en el teatro lon dinense. Se metió el bastón en el bolsillo, nos habló del irlandés y del alemán, explicó las peculiaridades de la dama obesa citada, nos cantó la canción alusiva de marras, etc., etc. Hubo una ligera diferencia: cuando en Londres mehcionaba a Picadilly, aquí aludía a Broadway. Ya oigo a los cómicos españoles, sobre todo los del género chico que hacen tres obras por noche: —¡Eso no es Arte! ¡Esos no son artistas!, etc., etc. En realidad, tienen razón. Si trabajos análogos al de Whalen, a quien menciono por representar un caso típico, son Arte, yo soy. . . cura. La culpa, por supuesto, no la tiene Whalen ni nadie. De nacer en España o Italia, Whalen huliiera tenido que aprender cuarenta o cincuenta papeles en el transcurso de su carrera para ganarse la vida; pero en los Estados Unidos, con sus 110 millones de habitantes, puede recitar la misma cosa a públicos distintos durante seis o siete años. Después tiene dos o tres años en Inglaterra, otro en la India, otro en el Transvaal. dos en Nueva Zelandia y Australia, uno en el Canadá. . . y cuando vuelve a Nueva York resulta todo nuevo, ya que son muy contadas las personas que se gastan memorias como las de mi amigo. * * * CON motivo de la demanda entablada por la señora Grace Humiston contra la Universal Film Company, el Tribunal Supremo del Estado de Nueva York ha fallado que las personas cuyas actividades salen a la luz pública no tienen derecho a poner objeciones si sus rostros aparecen fotografiados sobre las pantallas de los cines, del mismo modo que tampoco pueden exigir daños y perjuicios de los periódicos que reseñan los actos públicos en que hubieron de tomar parte. La señora Humiston adquirió cierta celebridad en los Estados Unidos al descubrirse el asesinato de la niña Ruth Cruger, cuyo cuerpo apareció enterrado bajo "el piso de la tienda del italiano Alfred Cocchi. En el pleito aludido, exigía a la Universal §50,000 de indemnización por haberla hecho aparecer en unas "actualidades cinematográficas". Este fallo sienta un precedente jurídico de gran importancia para el Cine en este país. * * * AL despedirse Blasco Ibáiiez de Pearl M'hite, en cuya residencia campestre había pasado unas horas agradables con varios amigos, la "estrella" de los fotodramas en serie obsequió al novelista español con un ejemplar del libro de me > PÁGINA 96