Cine-mundial (1920)

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CINEMUNDIAL j</°í que G¿f ^eicríéf poü^ ■as\-^'' E cuando en cuando, sale por ahí algún ingenuo que, después de haber presenciado en un Cine tal o cual película en la que hayfieras, luchas a puño limpio o alguna otra escena realista de las que es de rigor que se presenten en una cinta con sabor norteamericano, pregunta, incrédulo: "¿Pero esas trompadas son de veras? ¿Y esas fieras son fieras o perros disfrazados?" Y por si hubiese quien lo dudara, bueno es repetir algunas experiencias de "entre bastidores" para que se vea que el realismo cinematográfico está poniéndose tan exigente que, a lo mejor, van a faltar actores que se atrevan a tomar parte en tal o cual escena. No es raro que, cuando se está representando, para el Cine, una riña a puñetazos, tenga que intervenir todo el personal de los escenarios para separar a los contendientes que, enfurecidos por los golpes y enojados de veras, intentan dar un final enteramente personal a lo que empezó como puro espectáculo. Hay el caso auténtico de Jim Savage, pugilista de profesión que, según cuenta Herbert Corey en "Everybodys Magazine", fué contratado por una casa productora para tomar parte en una película en que había innumerables bofetadas por repartir. Los productores creyeron que Jim, conocedor de los secretos del combate, trataría de no hacer daño a sus contrincantes, limitándose a hacer como que pegaba. Y a fin de obligarlo a que perdiera los estribos y repartiera golpes efectivos y sin consideración alguna, le dijeron: "Hasta mañana no habrá pelea, pero es necesario ensayar la escena hoy mismo. . ." Savage comenzó a "ensayar", todo sonrisas, pero cuando seis hombres comenzaron a golpearle a un tiempo, con todas sus fuerzas, la sonrisa desapareció y fué substituida por un ojo apachurrado, una boca sanguinolenta y un carrillo inflamado. Con lo cual Jim se puso furioso en toda regla y empezó a repartir mojicones a diestra y siniestra, para satisfacción y deleite del director. Cuando terminó "la función", había dos contrincantes por el suelo, sin sentido, y otro hecho un ovillo en un rincón. Los que quedaban estaban tan interesados en darse mutuas bofetadas que costó gran trabajo separarlos. — De modo que eso fué un ensayo. . . ¿ eh ? — dijo Savage al director con aire feroz... ¿Y cuándo comienza la escena verdadera? — Ya está — contestó el otro. — Esa fué la escena verdadera. En cambio, hace poco, una de las principales casas productoras estaba fotografiando la escena culminante de una de sus más complicadas películas especiales. Y resultó que a la hora en que todo estaba listo, y después de haber incurrido en gastos enormes para preparar el espectáculo, poco faltó para que todo se echara a perder, porque la "heroína" tuvo miedo. Dicha escena era la de un puente destrozado, sobre el cual, con un extremo en el agua y otro en el trozo de puente que quedaba, ardía un vagón de ferrocarril (to<lo esto de verdad). Se presumía que la heroína y dos de sus acompañantes habían caído al agua y, para salvarse, tenían que pasar nadando debajo del ardiente vagón. Los dos acompañantes de la protagonista salvaron el trecho peligroso, aunque un tanto quemados, pero ella no se decidía, espantada. — ¡Pase! — gritó furioso el director. Hay que imaginar la situación. La actriz, llorando histéricamente en el agua, se había agarrado a una flotante viga y no se movía por nada. Si no se decidía a nadar, la escena que había costado muchos miles de dólares, se echaba a perder completamente. Mientras mayor era la tardanza, peor era el riesgo de fracasar. Además, el contrato hecho con la compaña ferroviaria para fotografiar el acto aquel, no incluía la quemadura del puente, y éste ya comenzaba a arrojar humo. . . Por otra parte, el agua amenazaba arrastrar a la joven a cada instante y estrellarla contra el vagún. . . — ¡Le digo que pase! — No puedo. . . Y cuando el director, tirándose de los pelos parecía, él mismo, a punto de precipitarse al agua para obligar a la actriz a cumplir con su triste obligación, resolvióse por fin ésta y se salvó la escena. Hay detalles de la presentación escénica de algunas cintas que son verdaderamente curiosos. El caso de William Farnum, por ejemplo, es extraordinario. E.*te actor tiene la firme creencia de que no puede representar bien, a menos que sea a los acordes de piezas de música. Y por donde quiera que va, en sus representaciones, le sigue una banda de cuatro filarmónicos, que forman parte del personal y cuya presencia en cuantas escenas tenga que aparecer Farnum, está especificada en el contrato. Y el espectáculo del actor yendo y viniendo por todo el taller seguido de sus cuatro músicos, es una de las cosas más curiosas que darse pueda. No es iFarnum el único que tiene de estas exigencias, ya musicales, o ya de otra especie. Dicen que Mary Pickford, por ejemplo, estipula en sus contratos que solamente debe fotografiarse un lado de su cara, que es el que más la favorece. Ya otras veces se ha hablado en estas calumnas de la importancia de los colores en la fotografía, de los tonos peculiares que tanto el rostro de los artistas como su indumentaria deben tener y de lo extravagante que aparece, a ojos del profano, un taller cinematográfico durante la representación, a causa de los tintes de cosas y gentes. Esto tiene capital interés y es la razón de que, muchas veces, el artista teatral fracase ante el lienzo y viceversa. * Hay, bien visto, varias especies de estrellas cinematográficas: las que nacen, las que se hacen, las que se anuncian, las que pagan por aparecer en el lienzo (hay dos o tres casos de esos) y otras. No faltan ejemplos de estrellas que se revelaron por medio de un accidente. De éstas, el caso clásico es el de Ben Turpin. Ben Turpin fué, en su juventud, malabarista. Tenía una facilidad asombrosa para lanzar por el aire platos y otras piezas de vajillas y hacerlos girar con pasmosa rapidez y maravillas de equilibrio, pero el ser malabarista no deja mucho dinero. A veces, Turpin deploraba no haber elegido profesión más productiva, pero no parecía tener otra habilidad. Un buen día, lanzó por el aire un objeto pesado, no pudo medir bien las distancias y el susodicho objeto le cayó en la cabeza. ..ya consecuencia del golpe, Ben Turpin se quedó bizco para toda la vida. Y eso le ha valido su fortuna. Como malabarista, Ben estaba arruinado. Nadie podría presenciar sin dolorosas inquietudes a un bizco lanzando cosas por el aire. Pero, obligado a buscar otra clase de trabajos, dedicóse al Cine y desde entonces está haciendo reír a media humanidad con su mirada estrábica. Y nos consta que tiene mucho miedo de que el mejor día le caiga otro peso en la cabeza y le deje los ojos como los tenía antes. . . Enero,