Cine-mundial (1920)

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CINE-MUNDIAL El Ropero de las Protagonistas Por JOSEFINA ROMERO L'BO una época en la cual la indumentaria del teatro era algo tan absurdo o tan grotesco, que a nadie se le hubiera ocurrido mencionar siquiera el vestido de las actrices en relación con el de. . . las demás personas. Todo eso, naturalmente, ha sido relegado, junto con la predisposición en contra de la profesión histriónica, al cesto de los prejuicios viejos. Hoy todo el mundo sabe que no hay mujeres mejor vestidas que las actrices, y el ropero de las protagonistas ha pasado a ser la desesperación de las señoras más elegantes. Con la humanización del teatro y el desarrollo de la comedia de costumbres, los trajes de las tablas se han ¡do humanizando también, de tal modo, que ya hoy no es nada extraño ver a una artista presentarse en la escena del mismo modo que se presenta a tomar el te en casa de sus amigas, o salir de una representación ibseniana con el mismo traje con que apareció en las tablas. Luego, en la misma profesión teatral hay algo estimulante, algo propicio al desarrollo de esas cualidades de buen gusto, pulcritud y absoluta perfección que caracterizan el ropero de las mujeres bien vestidas. Porque mientras el pintor, por ejemplo, suele reconcentrar su arte y su entendimiento de hermosura en su obra, que no está necesariamente vinculada con su apariencia personal, el actor, por la naturaleza misma de las cosas, sabe que su arte está inseparablemente entremezclado con su fisonomía, e instintivamente reconoce la necesidad de consagrar nn poco de su genio al problema del vestido. Y como que en la mayoría de los casos el teatro moderno gira en torno de la vida que nos rodea, tenemos que la indumentaria de las tablas es casi siempre !a misma indumentaria ciudadana, realzada por el buen gusto individual de los artistas y elevada a la perfección por la conciencia de que ha de servir de objetivo a la admiración reconcentrada, implacable, casi indiscreta, de un público que suele ir al teatro tanto atraído por las cualidades de las obras representadas, cuanto por la devoción personal que le inspiran las protagonistas. Por lo que no es extraño que, andando el tiempo, como seguramente nos diría Don Quijote, actrices y modistas hayan entrado en una especie de conspiración para deslumhrar a tirios y troyanos, y llenar de envidia y desesperación a las tirias y a las troyanas. Y así tenemos que ahora, en vez de aquellas prendas grotescas que todos esl)eraban encontrar, como la cosa más natural del mundo, al dirigirse al teatro, buena parte del público acude a éste, no ya tan sólo para dividir su atención entre la obra y las actrices, sino para subdividirla luego entre éstas y sus trajes. Todo esto, naturalmente, que decimos acerca del teajtro, se aplica, con mayor razón, al cine, que viene a ocupar con Enero, 1920 < — Bajo el pseudónimo de Josefina Romero se oculta una escritora de naíividad hispana y ciudadanía inglesa, de renombre no sólo por sus colaboraciones en diaños y revistas de Norte América sobre asuntos de modas, sino por el arte que persolnamente desplega en el vestir. Los artículos de su pluma que irán apareciendo mes a mes in las columnas de CINE-MUNDIAL serán, sin duda, de palpitante interés para las damas de la raza. Nuestra nueva colaboradora contestará las preguntas que se le hagan sobre trajes de artistas o cualquier otro punto relacionado con "El Arte del Buen Vestir". — N. de R. respecto de aquél una posición parecida a la del gran rotativo moderno con respecto a la novela por entregas, por ejemplo. Asi ¿quién, dentro o fuera del teatro, supo lucir con mayor gracia un esbelto traje de crespón Georgette, de líneas desesperadamente hermosas, sobre un viso de raso, como la bella Lucille Lee Stewart que en uno de los grabados que acompañan la presente plática, perfila su figura sobre un complicado dibujo de inspiración orienta]? ¿Acaso !a sencillez de esc traje, solamente interrumpida por la larga cola que arranca desde los hombros, no es todo lo contrario de lo que, basados en viejos puntos de vista, solemos calificar de teatral? O, si deseamos algo apropiado para el día, ¿qué mejor podríamos hacer que contemplar a Marguerite Clayton en su admirable traje de charmeuse blanca y encajes crudos, que con el sombrero de paja con vistas de chifón y el lucido ramillete nos sugiere en seguida los tibios soplos de la estación vernal? En la presente hora de desmoralización universal, en la que se conmueven hasta las bases las instituciones y se derrumba el edificio de las convenciones y los viejos valores, no era posible esperar que la moda, siempre capricliosa y traviesa, se sometiera a los cánones de una ortodoxia inflexible. Y así sucede que, mientras por un lado tenemos que subsiste esa esbelta silueta a que nos han acostumbrado las últimas temporadas, por el otro París se entrega en cuerpo y alma a las graciosas líneas redondeadas, a las curvas robustas, al perfil crinolinesco y aluiecado. Los sucesos de París, naturalmente, despiertan ecos en todas partes, como nos lo demuestra en seguida una simple ojeada a la ilustración correspondiente, en la que, con su redondeado traje de noche, de tafetán color de rosa pálido, adornado con un atractivo delantero suelto de encajes y una gran profusión de graciosos vuelillos rizados, nos luce I-ucille Lee Stewart la más nueva tendencia de la metrópoli francesa. En la vida suele haber personajes tan naturalmente imponentes, tan íntimamente rodeados del sentimiento y de las circunstancias trágicas, que hasta su simple paso por el mundo como que crea una atmósfera propicia para comprenderlos y deja una a manera de estela grave y ensombrecida. Y el teatro, que en las palabras de Shakespeare no es sino un espejo que refleja la faz de la naturaleza, reproduce también caracteres semejantes. No se necesita estar dotado de un profundo espíritu analítico para descubrir algo semejante en el notable trabajo, evocador de todo ese mundo legendario y romántico de la Edad Media, de las mujeres de influencias siniestras, de las curiosas líneas de las vestiduras de los cardenales. . . con que Madlaine Traverse atraviesa, llena de majestad, la pantaJla del cine en la película "La Nave del Infierno". El traje es de raso negro, con las mangas de chifón y curiosos ornamentos de azabache, y en la disposición de éstos, en la línea del talle y en la manera de caer la falda, hay algo inconfundiblemente medioeval. No todo, sin embargo, ha de participar en el mundo de esa atmósfera de austeridad, que a despeclio de los lises de la decoración del fondo, que bien podrían arrastrarnos también a la rumia mental de cosas idas, la angélica expresión de Lucille Lee Stewart, esta vez envuelta en un traje a manera de cáliz de terciopelo chifón azul zafiro, nos invita desde el grabado a levantar los ojos hacia el cielo. Hacia el cielo ¡que cada cual podrá colocar en el plano que mejor armonice con su cosmogonía! En cuanto a Marguerite Olayton ¡Dios la guarde' hay quienes estén dispuestos a contemplarla de sol a sol sin parpadear siquiera. Eso, naturalmemte, lo dicen los que no la han visto más que en películas, que los que han tenido la buena suerte de admirarla con el gracioso traje de calle con que aparece aquí, de raso negro y con la falda formada de cintas de gro, confiesan que estarían dispuestos a acompañarla, una y mil veces, a donde ella mande. Se asegura que Eddie Polo irá a la América del Sur EL señor Ray Davidson, representante de Eddie Polo, que tanta popularidad tiene entre los públicos latinos, nos dice que el artista tiene intenciones de hacer próximamente un viaje por la América del Sur. No cabe duda que la expedición, de llevarse a cago, servirá para aumentar la fama que el intérprete tiene entre los de nuestra raza. La premura del tiempo de que disponemos y el exceso de material nos impiden publicar en este número la entrevista que nuestro redactor Guaitsel celebró con Polo y que, probablemente, aparecerá en nuestra edición de febrero. > PÁGINA 102