Cine-mundial (1920)

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C I N E M U N D I A L ''El Dominador'' Serie cinematográñca, en quince episodios, original de Arthur B. Reeve y John V. Grey. Novelización de Mary Asquith y versión castellana de F. J. Arizét, ambas hechas especialmente para CINE-MUNDIAL. Kl fotodiawa en serie "El Dominador" se estrenará probablemente en los Estados Unidos dentro de tres o cuatro meses. Hasta la fecha sólo se han terminado los primeros episodios. Todos los derechos en el exterior corren por cuenta del exportador neoyorquino E. S. Manheimer. PRIMER EPISODIO EL RASTRO HIPNÓTICO TAPIZADO de arriba a abajo con costosas alfombras orientales que parecían despojos de algún viejo palacio persa ; üeno de muebles exóticos de madera labrada y luciendo en los muros cuadros de grandes artistas, el estudio de Roberto Dupont habría caucado la envidia de más de un coleccionador. Y el buen gusto, la riqueza y el lujo cpJe revelaban hasta los menores detalles del decorado parecian reflejar los instintos artísticos y refinados del amo y señor de aquella mansión. Con todo. Dupont mismo, el mayor hipnotizador de su época, no parecia prestar atención a los objetos de arte ni a la belleza del mobiliario de que se veía rodeado. Sus pensamientos estaban ocupados por una imagen única: la de Violeta Bronson, la joven que. dentro de muy pocos días, iba a ser su esposa. Dupont tenía en las manos una caria firmada por el doctor Sutton. amigo suyo desde hacía muchos años y tutor de Violeta. Fruncido el ceño, el hipnotizador trataba de desentrañar de aquellos renglones el secreto de la tragedia que parecía alentar en el seno del misterioso mensaje : "... Y como la ilusión más cara de mi vida ha sido el ver realizada esta boda, deseo que vengas a casa lo más pronto posible. No quedan sino quince días y no sé por qué tengo el presentimiento de que Violeta está en peligro." Este último renglón era el que alarmaba y tenia perplejo a Roberto Dupont. El Dr. Sutton no había revelado jamás las circunstancias en las cuales llegó a ser el tutor de la joven. Cuando regresó de la América del Sur. en donde había estado sirviendo como médico cerca de las márgenes del Orinoco, trajo consigo a una niña de tres años de edad: Violeta Bronson. Y cuando sus amigos le interrogaron acerca de la chiquilla, se limitó a decir que su padre, a quien había querido como un hermano, 'e había confiado el cuidado de la criatura, entregándole al mismo tiempo un testamento que no debería abrirse sino hasta que Violeta llegase a la mayor edad. Violeta y Roberto se habían amado desde que se encontraron por la primera vez. cuando ella apenas había cruzado los umbrales de la juventud y él comenzaba a ser conocido como un gran hipnotizador. El Dr. Sutton prestaba su apoyo a aquellas relaciones, porque en la boda de tos dos jóvenes, a qui&nes amaba, veía la realización práctica de sus teorías médicas. Desde el punto de vista físico y mental. Roberto y Violeta eran lo más perfectos que darse pueda, de modo que su unión por fuerza produciría una descendencia de extraordinarias facultades. Roberto sabia que el testamento del padre de Violeta debía ser leído quince días después y por esa razón había insistido en casarse con ella antes de la fecha en cuestión. No quería que se le tachase de interesado, y el Dr. Sutton le había dicho que la fortuna de Bronson era enorme. Además, temia perder a Violeta por culpa de alguna cláusula testamentaria que coartase la libertad de la joven o exigiera de ella tales o cuales obligaciones. Por otra parte, la prevención hecha a Sutton de que debería ser tutor y guardián de Violeta hasta que la joven llegase a la mayor edad, hacía temer tanto al médico como a Roberto que estuviese amenazada de algún grave peligro. ¿Pero cuál podía ser éste, cuando la vida de la novia del hipnotizador había corrido en medio de la paz y la quietud de! hogar del Dr. Sutton. ya que el médico había cuidado de ella como si fuera su propia hija ? El primer impulso de Roberto fué acudir inmediatamente a la casa de su novia, poro en aquel momento estaba ligado por un compromiso que representaba para él el coronamiento de su carrera y el triunfo definitivo de sus teorías, pues iba a demostrar ante una reunión compuesta por lo más gi-anado de las sociedades de Medicina y Cirujía el valor de la sugestión hipnótica en cirujía. Durante largos años, Dupont había luchado por obtener una oportunidad semejante de probar sus afirmaciones y la ocasión se le había presentado casi en vísperas de su matrimonio. Decidido al fin, Dupont ordenó a Dacca, su criado, que preparase las maletas a fin de partir aquella noche, pensando que Violeta no correría peligro alguno duiant^ unas cuantas horas m.-is y resuelto a acudir al llamamiento del Dr. Sutton apenas terminara la demostración que debía hacer ante el Colegio de los Hombres de Ciencias. Violeta Bronson, entre tanto, ingenuamente entusiasmada con la llegada de su traje de novia. quería que su tutor compartiese esa alegría y llevó aquel conjunto de blancos crespones y ligerísimas sedas al laburatorio mismo del médico, en donde pensaba encontrarlo dedicado, como de costumbre, a su.'í experimentos e invenciones de instrumentos quirúrgicos. Vio'eta era la única que se atrevía a penetrar en aquel recinto donde nadie era admitido, pero el viejo médico jamás dejó de recibirla con la sonrisa en los labios ni de compartir sus infantiles temores o sus i'egoci jadas carcajadas. Nunca dejó que la joven se enterase de los temores que él tenía por su porvenir. * * * _ Sí Roberto Dupont hubiera sido uno de esos quirománticos que se dedican a emular a los astróIi'-Tos de la antiirüedad y a predecir el futuro mediante la dudosa ayuda de una esfera de cristal, habría contemplado entre las transparencias del globo c¡ue le servía de pisapapeles una escena de siniestra significación . . . Habría visto reflejados allí los obscuros e indecisos rincones de un bodfgón erigido en las afueras de la ciudad y que había servido antes para la fabricación de substancias químicas. Habría notado, a la entrada, una escalera torcida y miserable que guiaba a una sala destartalada y pobre en mobiliario, donde se reunían los miembros de cierta pandilla sin escrúpulos, denominada la Banda Negra y cu.vo caudillo estaba interesado en Viólela Bronson y se iba ya a servir de la criminal oiganización de que era jefe para conspirar contra el porvenir *de la joven. Este hombre anónimo, que era el alma misma de la Banda Negra y que movía a su antojo a los demás miembros de la partida, como si fuesen otras tantas piezas de ajedrez sobre ti trágico tablero del delito, era una criatura odiosa, envuelta en misterio y conocido entre los miembros de la banda con el nombre de "El Rostro Fantasma" a cau;.a de que nadie había podida jamás contemplar sus facciones. Cuando alguno de sus secuaces obtenía permiso para llegar a su presencia, que era sólo de tarde en tarde, el siniestro capitán l'evaba sobre la cara una máscara fantástica y disforme, Y a fin de dejarse ver lo menos posible, aun con el rostro oculto, había establecido su cuartel general en uno de los rincones del — Muy poco puedo decirte, Violeta — contestó Sutton al cabo de algunos instantes de reflexión abandonado edificio, en donde un lienzo de pared que podía deslizarse de uno a otro lado, le permitía dar órdenes, sin ser visto, a los que estaban en la sala. La Banda Neprra sabia perfectamente que sus criminales depredaciones habían quedado impunes Enero, 1920 < hasta la fecha, a pesar de los esfuerzos de la policía, solamente gracias al genio infernal del Rostro Fantasma, de modo que sus órdenes eran obedecidas ciegamente. Pocas semanas antes de la fecha señalada para abrir el testamento de Bronson, el Rostro Fantasma había revelado a sus tenientes de más confianza que eran Cari Canficld, Renard y Vera CoUins, el plan que había concebido para obtener la posesión de una vasta fortuna, pues sabía, por artes que todos ignoraban, el contenido exacto del testamento de Bronson. Dicho testamento prevenía que. en caso de que Violeta muriese antes de llegar a la mayor edad, Stuar: Stele, que había sido socio de Bronson, heredaría toda la fortuna de éste. El Rostro FaniMsr.ia había decidida secuestrar, pues, a Violeta, ob ígarla a casarse con uno de los miembros de su Banda y hacer asi que la fortuna pasara integra a niai.cs de los conspiradores. Para marido de la joven había elegido a Cari Canfield. Canfield. que era ambicioso y avaro, estaba, naturalmente, encantado con semejantes proyectos; pero Vera, que amaba a Cari y tenía razones para creer que éste la quería, sintió despertarse sus celos al saber el proyecto. Todo, sin embargo, parecía ir de acuerdo con sus criminales intentos, cuando la noticia del proyectado enlace de Roberto Dupont y Violeta Bronson soroprendió al Rostro Fantasma y lo obligo a ponerse en acción. Cari. Renard y Vera, fueron llamados apresuraradan-ente y convocados a las viejas bodegas. — ¿ Quién va a hacer de pastor protestante en esl^a pretendida boda '!■ — preguntó Vera, mientras aguardaban al Rostro Fantasma, — Un pastor de veras. No será un matrimonio de mentirijillas. — replicó Cari amablemente. — ¿ Cómo? — dijo Renard alzando la cabeza. — ¿A qué viene hacerlo en serio? — preguntó la mujer. — Si no se hacen las cosas legalmente. — ^explicó Cari, no podremos quedarnos con el dinero. —¡Majaderías! interpuso Renard que no podía disimular su mal humor. — Yo no veo la razón por la cual deba ser legal la ceremonia.^ insistió Vera. — Pues yo lo único que sé es que el Rostro Fantasma ha ordenado que me case con ella, o de lo contrario, morirá en dos semanas, — respondió Cari sin perder nada de su diabólica sunvidad. ^Hombre, — dijo Renard, ^si le dan a elegir, puede que la muchacha prefiera estirar la pata . . . — ¿Por qué no le dijiste al Rostro Fantasma que te dejara a tí hacer el papel de novio ? — replicó Cari, con aire burlón. La indumentaria de Renard, descuidada y hasta andrajosa formaba un notable contraste con el aliño y cuidado con que Cari iba vestido, de manera que las palabras de este último, que era famoso entre los de la banda por los refinamientos de su guardarropa, parecían doblemente significativas. Nadie ignoraba que los dos hombres eran rivales en todo. Renard estaba enamorado de Vera, que no hacía de él caso alguno. Canfield, a causa de su educación, de su trato social y sus inmaculados trajes, era elegido con frecuencia por el jefe de la Banda para aquellas tareas que requerían tacto y diplomacia, y eso era una espina para el bribón de Renard, que. en realidad, era el más inteligente de los dos. Pero, a últimas fechas, el Rostro Fantasma parecía favorecer más a Renard, con lo que había disminuido proporcionalmente la autoridad de Canfield en la Banda. — Te cederé el sitio, — dijo con insultante condescendencia Cari. — Tal vez cuando sea yo ya casado . . . Y al decir ésto, movió la cabeza significativamente hacia Vera . . . — 1 Silencio I Una voz bronca y autoritaria rompió el diálogo con esta palabra. Todos volvieron los ojos hacia el muro movedizo. El Rostro Fantasma acababa de llegar. Renard, obedeciendo a una señal, plisóse junto a la abertura y escuchó con cierta humildad en la actitud las órdenes del amo. — Las demostraciones de Dupont serán en Filadelfia estí. noche. Renard. Tú te presentarás allí con credenciales que te dejarán libre la entrada. Procurarás, luego, que el telegrama que he preparado sea leído por Dupont en el instante crítico de la conferencia. Si ama a Violeta, regresará inmediatamente. Y no debes perderlo de vista hasta que esté en nuestras manos. Tú y tus gentes, Canfield, deberán esperar en el auto cerca de aquí, y apenas dé yo la señal, saca a la joven de la casa de Sutton. Quiero que Dupont llegue aquí inmediatamente después de que tú hayas salido. Tú. Vera, te encargarás de preparar una habitación para ella en la Casa de los Horrores. No debe maltratársela . . , todavía. Hasta mañana, en la Casa de los Horrores ! > PÁGINA 112