Cine-mundial (1920)

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C I N E M U N D I A L I-a abertura se cerró. El Rostro Fantasma habiii hablado y sus secuaces se apresuraron a obedecer sus órdenes. Vera penetró en la Casa de los Horrores, una mansión semejanle a una cárcel, carcomida y negra y que había sÍdo_ tiempo htrás, la i-esidencia de un multimillonario. El Rostro Fantasma había hecho lo posible por aumentír la fama que dicha residencia tenía de dar abrigo a aparecidos y espectros, a fin de alejar a los curiosos y de adquirirla a bajo precio para que sirviera de punto de cita a la Banda Nejrra. Allí estaban ocultos verdaderos tesoros, despojos de cien siniestras empresas, y el destartalado caserón era un laberinto de subterráneos, trampas, paredes huecas y otros complicados sistemas de entradas y salidas. El amo de la Banda Negra estaba seguro de que Violeta no podría salir de allí hasta que cediese a sus demandas o hasta que Renard se encargase de asesinarla. Volvamos a la casa del Dr. Sutton. Cuando Violeta llegó al laboratorio del médico, llevando su traje de bodas. Sutton la recibió sonriendo con ternura y se puso a contemplar aquella maravillosa y compleja "creación" de gasa. Pero el rostro del cirujano se tornó grave al escuchar las palabras de su protegida: — ¿ No te parece que. antes de casarme, debes decirme algo respecto a mi familia, papá? — Muy poco puedo decirte, Violeta — contestó Sutton al cabo de algunos instantes de reflexión.— I>or lo menos mientras no conozcamos el contenido del testamento de tu padre. En su vida hubo una gran tragedia, poio antes de (|ue te confiara a mi protección y cariño, cuando me entregó el testamento, junto con varios papeles de importancia y ese reti-ato . . . Y señaló la fotografía de un hombre, vestido a la moda de hace veinO años y que colgaba de uno de los muros. — ¿Cuál fué esa tragedia*^ — Tu padre fué enveneiiado por su segunda esposa, que se fugó con su socio. Las últimas insti-ucciones de tu padre fueron que guardase yo con gran cuidado este reirato del hombre que le habia traioionida de una manera tan infame. — ¿ Y mi propia madre ? --Murió cuando estabas en pañales. Fué precisamente para que no te faltasen los cuidados maternales por lo que tu padre se casó en segundas nupcias, para desgracia suya. Ahora no puedo decirte más . . . La expresión de pena que se había extendido sobre las facciones de Violeta en el curso de esta conversación se disipó al ix>ner de nuevo los ojos sobre su tr^je de boda, y tomándolo en sus brazos dejó de pensar en aquellas tragedias del pasado. — Voy a comenzar a prenarar mis maletas inmediatamentp, papá, a fin de disponer de todo mi tiempo cuando regrese Roberto , . . Súbitamente, echando los brazos al cuello de Sutton y poniendo su catecita sc'bre sus hombros. la joven exclamó : — No solamente soy feliz a causa del intenso amor que tengo a Roberto, sino porque, sé que este traje de novia representa para tí la realización de una dulce ilusión y soy dichosa pensando que. por fin. tú estarás tranquilo y contento. El doctor Sutton besó amorosamente la frente de Violeta y cuando ésta salió corriendo hacia su habitación, sigruióla con la miíada, pidiendo en silencio al Cielo que alejase de ella las sombras que parecían amenazar su ventura. * * * Aquella noche, en el anfiteftio de un afamado colegio de medicina, reaniérorse unos sesenta profesores para esperar la llegada de aquel joven audaz y presuntuoso que tenía la fantasía de creer poder enseñarles una manera nueva y mejor de llevar a cabo sus tareas. Cada uno de los ahí reunidos estaba a la cabeza de su profesión en la comunidad de donde venía, y todos llegaban de apartadas regiones del país. Entre ellos estaba Renard, vestido de manera que no llamaba la alención, con aire digno y desprendida, pero examinando cuidadosamente la fisonomía de los ujieres vestidos de blanco uniforme. De pronto su mirada cayó sobre uno de ellos, que le pareció a propósito para su objeto y lo llamó aparte. — Escucha .... Se trata de un asunto estrictamente confidencial — dijo Doniéndole en la mano un billete de Banco. — El doctor Dupont quiere que se le entregue este telegrama cuando llegue a cierto periodo de su conferencia. ¿ Crees que podrás tú encargarte de ello y guardar silencio respecto al asunto ? — Sí. señor Doctor.— contestó apresuradamente el ujier, guardando el billete y el telegrama. — Ese doctor es un charlatán ¿eh? Renard inició un significativo guiño, diciendo: — Ni una palabra. Yo te diré cuándo debas entregar el mensaje ... Te haré una señal . . . Roberto Dupont llegó acompañado de Dacca, que dispuso rápidamente los artículos que su amo debía necesitar durante la conferencia. Los dos "sujetos" que Dupont iba a emplear, uno para la prueba de la sangre y otro para la prueba de "rigidez", habían sido ya elegidos por los otros médicos, que no querían que hubiese relación ninguna entre el conferenciante y ellos. — Caballeros y colegas, — comenzó diciendo Dupont.— Todos ustedes conocen el origen de la palabra hipnotismo, que se deriva del griego "hyi)nos" que quiere decir sueño. Yo no hipnotizo. Mis "sujetos" nunca son dormidos por mi, y los Enero, 1920 < resultados .que obtengo son solamente por medío de sugestión .r.ental y de reconcentración. Mis "sujetos" se dan perfecta cuenta de lo que está ocurriendo en el curso del experimento. Poseo el secreto de la fuerza de la mente sobre la materia, pero ese secreto no tiene nada de extraordinario. Es nada más el resultado de una voluntad firme, que se ha ejercitado en dominar a otros. -Mi intención es probar ante la culta audiencia que me favorece con su atercíón que la sugestión y la concentración puede substituir con venlaja a los anestésicos, sin tener los peligros de estos últimos. El dolor puede ser eliminado por completo, la pérdida de la sangre puede reducirse .. . Y si logro demostra- únicamente que el poder de sugestión es capaz de detener el flujo de una hemorragia, me parece que. cuando menos, habré añadido algo valioso a la ciencia quirúrgica .. . Todas las miradas se reconcentraron en Dupont cuando éste se dirigió hacía el hombre con el cual iba a hacer la experiencia. El "sujeto", en mangas de camisa y con el brazo desnudo de la muñeca al hombro, se puso a la luz. de modo que ésta diese de lleno en sus facciones. Dupont comenzó a hablarle en tonos monótonos atravesando con su poderosa mirada las pupilas del otro. Poco a poco, los miembros del sujeto parecieron aflojarse y distenderse y lentamente cayó sobre una silla que Dupont se apresuró a acercar. El txperimentador colocó luego el brazo del sujeto sobre una mesa, sin cesar de hablai le en el tono monótono en que lo había \ eaido haciendo desde el principio. El brazo del hombre adquirió súbita rigidez. Dupcnt parecía imbuido en el experimento. En la sala se dejó escuchar un murmullo. Parecía una escena de — Precisamente eso es lo que queríamos— dijo burlonamente el chauffer. "magia negra" de esas que ofrecen en los Teatros de Variedades los mesmeristas de pega. Pero Dupont no hizo caso. Sentía la hostilidad de la audiencia, pero tenía sobrada confianza en sí mismo para preocuparse por ella. A su orden mental, la sangre del brazo retrocedió, y la carne se tornó lívida. El conferencista, entonces, volvióse a sus coleg is : — El paciente está ya listo para el ajuste del torniquete. El brazo debe abandonar su rigidez antes de hacer la operación, pero tenemos una pequeña cantidad de sangre de la cual disponer. Supongamos que el cirujano está ya dispuesto a operar . . . — coitinuó Roberto. Uno de los médicos presentes preparó el brazo que volvió a su flexibilidad bajo la sugestión de Dupont y que parecía tan insensible al dolor como si el sujeto estuviera bajo la influencia del éter. Quitóse el torniquete, entonces, pero la sangre no comenzó a correr hasta que Dupont. con und orden rápida, no la dejó fluir de uno a otro extremo del brazo. Aquello era ya ciencia pura, y los presentes aplaudieron. — El cerebro humano es capaz de mayores maravillas.— continuó Dupont. — sintiendo más segu10 el terreno bajo sus pies. Voy a demostrar que en estado cataléptíco. que no debe confundirse con el eitado hipnótico, e! paciente será todavía más insensible al dolor. Volvióse entonces hacia el segundo paciente. En aquel momento el ujier le entregó un telegrama. Sorprendido. Roberto, murmuró unas frases de excusa y abrió el mensaj?. El anfiteatro, su conferencia, su triunfo, todo pareció desaparecer ante su mente al recorrer los terribles renglones: "Violeta moribunda resultado súbito ataque. Apresúrate venir. Sutton." Por explicable impulso, Roberto se lanzó hacia la puerta, pero no escapó a su mirada el conjunto de burlonas sonrisas que asomó a los labios de sus colegas, al sospechar que lo del telegrama fuese un lazo para excusar una fuga en el momento difícil. Su reputación estaba en juego. No iba a permitir que se le condenara por charlatán . . . Ahogando su emoción y su dolor, continuó el programa de la conferencia, tal como se lo había impuesto. Pero apenas hubo probado su afirmación, a satisfacción de todos los concurrentes, apartando las manos que se tendían para felicitarlo y despreciando el entusiasmo de los que. momentos antes, sonreían con escep.icismo, Roberto salió corriendo de la Universidad, a tomar el primer tren que le llevase al lado de su novia. Dupont llegó a su destino y saltó sobre el primer taxímetro que vio. mientras Renard avisaba por teléfono a Canfield la partida de Roberto. * * * Sutton, que estaba ayudando a su protegida a llenar maleta que acababan de llevar al vestíbulo, acudió personalmente a la puerta. cuSndo se dejó escuchar perentorio e imperioso, el tintineo de la campanilla. Apenas abrió, brazos poderosos lo inmovilizaron y lo llevaron de nuevo al centro de la habitación, en tanto que Boggs. que era el chauffeur de la Banda Negra, corrió escaleras arriba persiguiendo a Violeta, que iba a bajar los peldaños llevando en brazoa un bulto de prendas de ropa. Boggs se sorprendió de ver que aquella muñequila, al parecer débil y delicada, luchó con uñas y dientes, como una fierecilla. defendiéndose como pudo del brutal asaltante. El doctor también estaba dando mái quehacer de lo que la Banda pensaba, en momentos en que Dupont llegó a la escena. Durante la tremenda lucha que siguió, Violeta, que trataba de llegar al lado de Roberto, fué firmemente asida por Boggs y amordazada l>or éste, de modo que no pudo defenderse del brutal golpe que le dio Canfield para privarla del sentido. Arrojando al viejo doctor al suelo, tos demás de la banda salieron corriendo tras su jete y saltaron al automóvil en que ya Violeta estaba, desvanecida. Ya en camino. Canfield se dio cuenta de que uno de sus secuaces. Ned. se habia quedado atrás. Recordaba haber visto al muchccho caei" bajo los golpes de Dupont. pero en la excitación de la fuga se haba olvidado de él. — Volvamos po' él,^ — sugirió Boggs. ^Es demasiado arriesgado regresar, ^objetó Canfield. — -Ya tenemos en nuestras manos a la joven, que es lo principal. Ned sabrá como defenderse y, además, no nos hará traición. Con €80 basta. Y Boggs guió el coche a toda prisa hacia la Casa de los Horioies. Ned efectivamente no habría revelado nada en circunstancias ordinarias, pero, en puco tiempo, Dupont hizo volver a la vida al doctor Sutton y puso a Ned bajo su influencia hipnótica. Habiendo sugerido al muchacho que abandonase la compañía de aquellos malvados y tratara de vivir honradamente, Roberto preguntó repentina y bruscamente : — ¿A dónse se la han llevado? Sin vacilar. Ned dio los informes que Dupont buscaba y el joven hipnotizador se dirigió a salvar a su novia, dejando a Ned en manos del doctor Sutton. Era tarde y las calles estaban completamente desiertas. Roberto recordó perfectamente cuál era la casa descrita por Ned y que tenía, en el barrio, fama de ser visitada por aparecidos y ánimas en pena. Era indispensable sacar a Violeta de allí a todo trance. Alguna vez, atraído por el extraño aspecto de los inmensos jíalios del caserón, había recorrido sus abandonados cuartos, años hacía y no habia olvidado completamente la disposición de las habitaciones. Dupont no perdió el tiempo. Desde la calle saltó la barda que rodeaba el terreno de que la casa estaba circundada y corrió impetuosamente a través del inmenso patio iluminado por los lívidos rayos de la luna. De pronto, un hombre saltó, que había estado oculto tras un tronco de árbol y gritó ; —i Alto ! Dupont se halló ante un revólver que apuntaba derechamente al corazón y sostenido por la mano firme de Boggs. Este había sido colocado por Canfield como centinela avanzado, para impedir que Roberto llegase hasta la casa. — Precisamente eso era lo que queríamos, joven atrevido, dijo burlonamente el chauffeur. Ahora, avance hacia la casa y si hace algún movimiento sospechoso, le meteré una bala en el cueipo. (Contimuí en la página }38) En el número de febrero de CINEMUNDIAL se publicará el segundo episodio de "El Dominador". -> PÁGINA 113