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SN A
y Dorothy, entraron como extras en ese taller, D. W. se interesó por ellas desde un principio, y después de algu“nos meses de trabajar como extras, les asignó dos buenas “caracterizaciones en 4n Unseen Enemy (Un enemigo invisible). Las hermanas Gish eran “tan parecidas, que costaba trabajo distinguir a una de otra. ¿Recuerda el lector esos cintajos que se ponían entonces las muchachas en la cabeza? Pues bien, para distinguir a Lillian de Dorothy el director Griffith les “aconsejó que una llevase “E cintajo rosado y la otra azul. De este modo, en aquellos tiempos Lillian era conocida por todo el taller bajo el nombre de Pink (Rosada), “y Dorothy bajo el de Blue (Azul). En los años sucesivos, Dorothy Gish y mi hermana Constance habían de hacerse Íntimas amigas. Hasta hicieron doble casamiento juntas en Greenwich, Connecticut. 2 No quiero cerrar este capítulo de mi vida sin recordar la Navidad de 1910, mi pri¡mera en la casa Vitagraph.
Todos los años se regalaba 1 cada miembro contratado n el taller una moneda de
ón entre un pavo o una Caja de cigarros.
Fred, mi padre, me aconseJaba que obtase por los ciga
Ñ
SJAVID WARKGRIFFITH era por los años de 1910 el más reputado director de la casa Biograph. Cuando. las hermanas Gish, Lillian
oro de diez dólares y la elec
o
CINELANDIA
rros, pero Peg, mi madre, me intimaba a que cogiese el pavo, pues así toda la familia se regalaría con una buena comi
da de Navidad. )
¡Jamás olvidaré mi alegría cuando me
Los tres primeros dueños y administradores de la casa Vitagraph, de Nueva York, la primera compañía productora de películas en
los Estados Unidos. Blackton y A. E. Smith,
De izquierda a derecha: Pop Rock, J. Stuart .
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Este es el cuarto de una serie de artículos escritos por Norma Talmadge en persona, cuya exclusiva para la lengua castellana hemos adquirido de la autora, quedando prohibida su reproducción en todo o en parte. En ellos la actriz nos da una relación detallada y completa de su carrera en el cine que, iniciada en 1910, continúa en todo el esplendor de su apogeo.—El Editor.
dirigia corriendo por las calles del barrio de Flatbush, después de bajar del eléctrico, en dirección a casa, llevando cogido del cogote el enorme pavo y apretada en la mano la primera moneda de oro que
había visto en mi vida!
A pesar de lo pobre que éramos, Peg no consintió jamás en desprenderse de esa moneda; todavía la conserva, junto con mi primer zapatito, el primer cuaderno en que aprendió a escribir Natalie y una cucharita de Constance cuando era nena.
Al recordar estas fases de los días queridos de la naciente industria que tan completamente ha moldeado mi vida, siento pur el pasado la misma ternura que siente una madre que se extasla ante los primeros vestidos y juguetes de sus hijos.
En cierto sentido, el cine es mi hijo. (Cuando apenas contaba yo trece años, comencé a crecer en él, contribuyendo mi parte hacia su débil infancia y robusta adolescencia.
El cine está aún lejos de la madurez, pero no hay arte que haya crecido con la misma rapidez.
Sólo diecisiete años separan los modernos palacios de cine de los teatrillos de mala muerte en que se exhibian entonces nuestras cintas. Dudo, empero, que el espectador obtenga hoy día la misma sensación al observar una producción de un millón de dólares, que obtenía entonces al ver una de mil. La nove
dad del espectáculo atenuaba )
los errores de la técnica. Las comparaciones nunca!
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