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Megafonos y REFLECTORES
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toma a la pequeña niña por los hombros, afectuosamente. Esta se vuelve y se echa en sus brazos, y así unidos, van alejándose, volviendo hacia la pieza interior de donde vinieran un momento antes.
Ha terminado la escena.
Pero el director desea más. Jean Arthur viene a recibir nuevas indicaciones, que el mismo Jannings completa explicándole algunos detalles de gesto. Se repone la bocina del viejo fonógrafo -en su sitio, y todo comienza de nuevo. Nuevamente la muchachita llega, arroja lejos la bocina, se aflije, explica su terrible dolor.
—; Bien! JO
Pero aún puede hacerse me
Y asi, dos, cuatro, seis, ocho veces, la amarga escena vuelve a filmarse. Luego las cámaras se acercan para tomar un gesto determinado, pero, para que la unión de ese gesto con el resto de la escena sea perfecta, la escena entera se realiza nuevamente.
Es tarde, y nos vamos del decorado. Mientras salimos, charlando con el gran actor alemán, sentimos un grito doloroso
a nuestras espaldas: es Jean Arthur, que por decimaquinta vez repite entre sollozos :
—Es que mi madre . . . ¡ha muerto!
LA MASCARA DE HIERRO, Artistas Unidos, con Douglas Fairbanks. Dirección de Allan Dwan.
No cabe duda que nos hemos trasladado a la Francia heroica y aventurera de las novelas de Dumas y de Feval. Por las calles interiores de los estudios de Artistas Unidos, pulula una muchedumbre interminable de mosqueteros, caballeros de larga melena, perita y rizado mostacho, damas de alto cuello y rubios rizos cayéndoles por las sienes, frailes, pajes, soldados del Rey. Un empleado de la oficina de repartos nos dá la cifra:
—Hoy hemos tomado 700 extras.
La escena es amplia. Una gran parte del frente del histórico castillo de San Germain, ha sido reconstruido con sus grandes escalinatas, su balaustrada y su pórtico. Frente a él, está el Palacio Real, con su enorme y maciza puerta
Escena importantísima y altamente dramática de la película “Una Mujer de
Mundo,” con Greta Garbo en el papel de protagonista.
La policía y detectives
establecen una pesquiza judicial en el Hotel donde acaba de acontecer un
suicidio.
Este es el momento en que el joven actor Douglas Fairbanks, Jr.
en el papel de Geofrey, le da el mentís a Greta Garbo, que actua en el rol de
Diana Merrick.
John Gilbert, Lewis Stone y Hobart Bosworth aparecen tam
bién en esta escena.
labrada y claveteada. Entre ambos edificios hay un gran patio de piedras irregulares, ocupado ahora por un verdadero regimiento de mosqueteros a caballo. Las escalinatas del palacio están repletas de damas y gentilhombres. Es el momento en que el Rey Luis XIII, apareciendo en el balcón de su palacio, muestra a sus soldados, a su nobleza y a su pueblo, el niño que acaba de nacer. Las cámaras están apostadas en el Palacio Real, pues va a filmarse ahora el momento en que los Mosqueteros aclamarán al futuro monarca. Hay ocho cámaras distribuidas en diversos sitios, algunas de ellas dentro de armados que llevan un gran cristal delantero donde está pintado el resto del gran castillo, a fin de ahorrar su reconstrucción total. Allan Dwan, el director, y sus cuatro ayudantes, van y vienen distribuyendo la gente, usando alto-parlantes eléctricos para que su voz sea oída por aquella muchedumbre.
La fila de mosqueteros está en primer término. Allí vemos al enorme Porthos, al alegre Athos, al sentimental Aramis. D'Artagnan también está allí, confundido como si fuese uno de los tantos extras. Pacientemente permanece en su cabalgadura, esperando el momento de filmar, durante una larga hora, mientras el director coloca y distribuye a la gente e instruye sobre los gestos que cada cual debe hacer. Hace un calor endemoniado, a pesar de que la escena, para evitar el excesivo reflejo de los rayos solares, está cubierta por una tela blanca que pasa por encima de los decorados a más de treinta metros de altura.
Todo está listo. Cada uno ocupa su sitio. Douglas Fairbanks afirma las riendas de su caballo, habla rápidamente con sus compañeros y se prepara. Se oye la orden, suenan algunos pitazos, y todas las miradas se dirigen hacia un punto, aquel en que se supone estará el rey sosteniendo a su pequeño niño en sus brazos.
Los mosqueteros adelantan sus ca-. balgaduras violentamente y lanzan su grito de guerra y de alegría levantando sus armas en alto. En seguida los que están en primer término, vuelven sus caballos y parten a escape cruzando el gran pórtico del castillo de San Germain, mientras la muchedumbre se echa hacia atrás para no ser atropellada, y las damas de la corte aplauden y celebran la audacia de los defensores del Rey.
Hay que repetir. Es necesario que la escena se haga de modo que el caballo de Douglas Fairbanks pueda virar en re
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