Cinelandia (April 1929)

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Pola Negri parece reflexionar sobre aquellos días dichosos y Lola del Río contempla con tristeza aquellos días de felicidad conyugal que el cine destruyera. : ON qué sana ingenuidad envidian, las muchachitas de todo el mundo, la vida fastuosa que parece llevar en Hollywood una estrella de la pantalla! La publicidad oficial sólo habla de lujos y de maravillas, de “parties” y de fiestas, de palacios, de automóviles y de cheques semanales por miles de dólares. Pero jamás se cuentan ni se aclaran los sufrimientos, los sacrificios, las privaciones que significan para la actriz célebre o el galán famoso, el mantenerse dentro del rango estelar. Nada se obtiene en la vida sin dificultades, sin dar algo de sí mismo por obtenerlo. Y la gloria cinesca tiene también su precio, que cada uno ha debido pagar a su manera. Es interesante conocer estos esfuerzos hechos por cada mujer o por cada hombre llegados a la celebridad, nó precisamente para destruir las ilusiones de aquellos que sueñan con alcanzar tal altura, sino para probar cuanta fuerza de voluntad y cuánto sacrificio cuesta la carrera del cine. Hay muchos “astros” famosos que bien merecerían mayor respeto y mayor afecto del público no solo por sus interpretaciones geniales, sino por lo mucho que han sufrido y que aún sufren en ese rango del que sólo se conoce el boato, el lujo y la ostentación exterior. Hay algunos para quienes el precio de la gloria ha sido la propia vida. No de otra manera puede calificarse el caso, terriblemente doloroso, de Bárbara La Marr, mujer cuya extraña belleza aún permanece latente en el recuerdo de los aficionados al cine. Bárbara La Marr estaba hace algunos años en el apogeo de su gloria. Pero un buen día, un comen 10 El PRECIO de la La gloria ofrece recompensas extraordinarias para aquellos que logran alcanzarla. Pero el camino es escabroso muchas veces, el costo es la felicidad y tranquilidad de ánimo. tario que ya venía circulando entre las gentes del es tudio, llegó a ella oficialmente, por boca de un director: —Está Ud. demasiado obesa, y será imposible que sigamos usándola si no baja Ud. unas buena; libras de peso. Póngase a régimen. Bárbara La Marr siguió el consejo, pero lo; resultados fueron negativos. Había pasado ya para ella la edad joven, y sus carnes, ya gastadas, estaban demasiado endurecidas para desaparecer. No hubo sistema me cánico, ni de ejercicios, ni de baños, que la bella mujer no intentase. Pero todo fué inútil. Y entonces, desesperada ante la amenaza de perder de golpe toda su gloriosa carrera cinesca, comenzÓ a usar drogas violentas que deshicieran sus carnes, enemigas de su ca: rrera artística. : Los resultados fueron halagadores, En muy poco tiempo Barbara La Marr comenzó a adelgazar. No habian pasa: do dos meses y ya tenía 35 libras menos de peso. Era la gloria y la felicidad que volvía. Es cierto también que se sentia de bil, que sufría desmayos, pero eso no le importaba: estaba en el peso exigido. Los directores notaron rápidamente el terrible cambio sufrido: Bárbara la Marr era la sombra de la hermosa mujer de antes. Había perdido su be: lleza, la frescura de su piel, la brillantez de sus ojos. Er una mujer enferma que se sostenía debido a sus nervios. Ñ pensaron en que ahora, delgada, tampoco podría trabajar. Per no alcanzaron a decirlo. Antes de que Bárbara La Marr cono ciese la terrible verdad, ya había caído ella enferma a cons cuencia de aquellas drogas que se llevaron, junto con su Caít, su juventud y enseguida su vida. y UCHAS de las más famosas actrices del lienzo, de aqu llas cuyos nombres el público viene viendo desde ha quince o veinte años, y cuya juventud parece eterna, mantiene la frescura de su cútis y la brillantez de sus ojos, debido a un vida física extraordinaria, en que los alimentos, las horas de sueño, los reposos y los ejercicios están metodizados y vigilados por expertos. Cuantas veces, invitados a un banquete, mientras los vecinos devoran elegantemente una sabrosa langosta tl salsa verde, nos ha tocado ver como una de estas estrellas famosas, tan llenas de encantos como de años, miraban lángur da y envidiosamente a sus comensales, mientras a ellas les traían, por todo guiso, una naranja con mermelada y un p0