Cinelandia (December 1929)

Record Details:

Something wrong or inaccurate about this page? Let us Know!

Thanks for helping us continually improve the quality of the Lantern search engine for all of our users! We have millions of scanned pages, so user reports are incredibly helpful for us to identify places where we can improve and update the metadata.

Please describe the issue below, and click "Submit" to send your comments to our team! If you'd prefer, you can also send us an email to mhdl@commarts.wisc.edu with your comments.




We use Optical Character Recognition (OCR) during our scanning and processing workflow to make the content of each page searchable. You can view the automatically generated text below as well as copy and paste individual pieces of text to quote in your own work.

Text recognition is never 100% accurate. Many parts of the scanned page may not be reflected in the OCR text output, including: images, page layout, certain fonts or handwriting.

Vistazo íntimo a la filmación de algunas cintas notables ellas grupos de jugadores con los trajes más diversos y pintorescos; navegantes de los rios; pasajeros de los barcos; sirvientes; vaqueros de las regiones vecinas; algún sheriff mal agestado, que juega en vez de vigilar, y algún viejito elegante que viene a mezclarse a la chusma para llevarse sus dólares o dejar los que trae. Las cámaras, encerradas en sus gruesas cabinas con el frente de cristal, están dirigidas hacia una sola mesa: en ella juegan dos hombres, Joseph Schildkraut y Alec B. Francis, ambos vestidos con lujo, con las pecheras albas y la chorrera de encajes que también asoman por los puños, y con anillos macizos en el dedo meñique. En aquel momento se exige silencio y casi de inmediato la escena se inicia: es la sexta. vez que vá a filmarse el mismo trozo, según lo vemos en la tablilla que un asistente coloca : ante las cámaras para que quede anotado el trozo que se tomará. Los dos hombres juegan una partida definitiva. Ambos tienen ante sí montones de dinero, especialmente billetes estirados y flamantes que uno de ellos, Schildkraut, más ordenado y metódico, amontona cuidadosamente en una sola pila. La partida es emocionante, y ambos actúan de manera en absoluto opuesta: el más joven, frío y despreocupado, con una sonrisa burlona hacia el momento y hacia la suerte, ya sea buena o mala; el más viejo en cambio, es nervioso, y se agita en su asiento, manoseando a veces convulsivamente, el dinero que tiene ante sí. Se dan las cartas. El más viejo, contento, hace una apuesta fuerte; el otro, fríamente, la responde, aumentando la cantidad. El viejo lo observa con ojos intranquilos: ¿tendrá mejor Arriba: Lillian Roth en “El rey vagabundo” de Paramount. Derecha: una escena de “Disraeli” con George Arliss (a la derecha) de protagonista. 30 juego que el suyo? Y hace a su vez ademán de contar Mn billetes, preparándose a subir nuevamente la cifra. El más joven ve el gesto y se detiene, preguntándole con indiferencia: — ¿Piensa Ud. poner todo lo que tiene allí? ¿Cuánto es? El anciano responde automáticamente con un gesto de s) cabeza y sonríe de una manera mecánica, como un hombre sin voluntad, a quien el maldito juego lleva hasta bajezas que él repudia interiormente. — ¡Si! ¡Lo pondrá todo! — Y dete. niendo a su rival que ya ha comenzado a contar de un fajo nuevo de billetes, abre con mano temblorosa una alargada cartera de cuero que tiene sobre la mesa, extrayendo de ella un sobre voluminoso. Duda antes de abrirlo, y por su cuerpo pasa un estremecimiento de horror a sí mismo. ¿Tomarí ese dinero que quizás no es suyo? Su compañero de Juego le observa entre tanto con indiferencia, dejando asomar apenas una imperceptible sonrisa de satisfacción al ver que el viejo pondrá en la jugada cuanto dinero lleva encima. El anciano observa su gesto burlón, y esto lo decide. ¡Jugará! Rasa nerviosamente el sobre, saca un fajo de billetes de quinientos dólares, y los cuenta rápidamente, poniéndolos sobre el tapete. El más joven iguala la suma, y apenas hecho esto pone sobre ' la mesa sus cartas extendidas, simulando un gesto de tranquila indiferencia. ¡Ha ganado, simplemente! El viejo se sacude en su asiento. — ¡Qué magnífica suerte tiene Ud.! Y va a hablar de nuevo con cierta violencia, con un gesto trágico en los ojos, cuando una voz potente interrumpe la escena. Es el ingeniero de la grabación que ha abierto la ventanilla de su sitio de observación, en los más alto del decorado y grita con desagrado: — ¡Cortar! ¡Anda un avión cerca del estudio! Los intérpretes hacen un gesto de molestia. ¡Habrá que filmar de nuevo! El sordo ronquido del motor, cruzando la tela de la gran tienda que cubre el decorado, ha sido registrado por los micrófonos, incluyendo en la escena un ruído extraño. Alguien protesta, buscando una solución. — ¡Deberían dejarlo! ¿Acaso en la vida cuando se está conversando no suele sentirse el ruido de un avión que cruza cerca de nuestra casa ? Otis Harlan le contesta burlonamente, preguntándole: — ¿En 1840, mi querido amigo? (Va a la página 68) Ra Do