Cinelandia (February 1930)

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El Remo I OS tiempos cambian, y el cinematógrafo evolw ciona—;¡ felizmente !—hacia ideales más artísticos y más dignos. Las sombras animadas e vuelven humanas y hablan; las historias primitivas absurdas, con héroes irreales, con salvaciones de folletín y finales dulzones de beso inevitable, han desaparecido para dar paso a tramas lógicas en las que se plantea uy. conflicto, y por último, los galanes de rostro perfecto de nariz irreprochable y de pelo engominado y lustros van cediendo su paso a hombres maduros, de aspecto varonil y tosco, pero más reales, más arrancados de la vida diaria que los antiguos astros “bonitos” de la película muda de hace algunos años. Sería un error discutir la necesidad de la belleza física, e agrado de la linea pura, la armonía estética de un galán de buen cara. Quizás si podriamos protestar de que, por ese camino, d cine ha estado atestado de muchachos que no contaban sino con sus facciones, y en que tras unos ojos grandes y soñadores o um boca perfecta, no había ni un gesto inteligente y ni siquiera un rictus varonil. Pero en general, las muchachitas jóvenes y soñadoras del mundo entero se han sentido siempre satisfechas con l. belleza de los galanes cinescos, y aún sigue teniendo más popu: laridad entre el elemento femenino un Buddy Rogers que un Milton Sills. Pero triste porvenir estaba reservado al cine mien: tras la condición esencial para entrar a él fuese única y excl sivamente la belleza de las facciones del candidato, con absoluta omisión de su capacidad intelectual o emotiva. De ese camim errado y peligroso ha sacado a la industria la película hablada donde una cara que fotografía bien está condenada al fracaso si no reune a la vez condiciones actoriles. | En las películas silenciosas, el director tenía por costumbre explicar lo menos posible a sus intérpretes el tema de la película, convencido de que poco entendían estos de literatura, de pasiones o de sentimientos para necesitar llenarse la cabeza con la des cripción de un argumento. Tomaban los directores a su reparto de artistas como a un grupo de seres fáciles de dominar bajo un punto de vista plástico, como a una materia blanda a quién bastaba una orden para hacerle mirar con furia, con ternura, con odio, y reir, o llorar 0 mesarse el pelo. El reparto de una película en preparación era simplemente la arcilla del escultor, de buena calidad, con belleza física dis puesta a amoldarse en las manos de aquel que iba a dirigirles. Si la escena era senti mental, bastaba al director con explicar rápidamente al galán de que dijese una. frase tierna cualquiera, con tono dulzón y mirada adormecida, en dirección a la estrella, El muchacho decía cualquier cosa, generalmente una necedad pensada en la nerviosidad del último momento, y luego el cortador de la película elegia el momento más dulcemente amoroso de la escena, aquel en que quizás el joven actor, sin tener otra cosa que decir, le estaba hablando a la actriz de lo mucho que le las timaban los nuevos Zapatos: que había com-prado, poniendo los ojos como cordero enamorado, y se agregaba un título hecho por un especialista con la frase más pura y almibarada que ún galán podría imaginar. Y las niñas se sentían tocadas de emoción y el público todo Arriba vemos a un feo de verdad, Hal Skelly besuqueando a Doris Hill en una cinta de Paramount. Otro feo, Victor McLaglen parece tener suerte con Olive Borden y debajo de ellos vemos a Frank Fay de Warner Brothers, que aunque se sonría es bien feo. Abajo vemos a Rudy Vallee de R-K-O que abraza a Sally Blane con mirada de carnero degollado. 12