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por Lorenzo
Martínez
N el lobby de un hotel de moda en Hollywood nos sale
al paso el retrato de este joven que ha tenido tanto
exito últimamente. Parece un recién salido de una de las escuelas yanquis en que más que ciencia se aprende a domeñar el músculo. Su porte es el de un muchacho bien, seguro de sí mismo. Su pelo ondeado, dejado crecer más de lo debido, cae en rizos sobre su frente y sobre su nuca. Viste un traje gris claro y lleva zapatos de temmis. En la cabeza, la clásica berreta que hizo célebre al infortunado Valentino.
El retrato, hecho por un pintor cuyo nombre no hace al caso, es exacto al original. Hace unos meses tuvimos Ocasión de ver a Douglas, Jr. en la cuesta florida que conduce al Hollywood Bowl. Le acompañaba su encantadora novia, la linda y sugestiva Joan Crawford, de quien está perdidamente
enamorado, hasta el punto de haberla hecho su esposa, como
todos saben.
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_ iento artístico, pero ahora, ya afirmada valiente y atinadr
De tal padre tal hijo—dice M tínez en este artículo, y Cuando y contempla estos dos retratos ¡ Douglas Fairbanks, Jr., e] Paria
con su padre es notable
.
Hablar de Douglas Fairbanks Jr. sin mencionar a Joan, $ como hablar de una fuente sin decir nada del agua que col tiene. Hasta tal punto están identificados ambos jóvenes. | hay que oirle hablar, para cerciorarse de que ella ha ejercid gran influencia en su carrera hasta el punto de ser su inspift dora y casi su manager, además de ser esposa venerada om fervor. > Si interesante es el padre, que es sin duda alguna una d las figuras más salientes y notables del mundo del cine, el bi parece no irle en zaga. En un principio, la sombra gloro del creador de Don Q estorbaba sus planes y su desenvolw
mente su gran vocación, Douglas Fairbanks hijo, posee h devoción solícita del padre, y su consejo adecuado y e Charlando con nosotros en la veranda de su villa
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