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interés la desaparición, muerte o suicidio de cualquier individuo.
Si alguna estrella fuera víctima de alguna rapacidad; si una de esas cuantas doncellas que aún pasean sus rostros de inocencia por los boulevares de Hollywood, hubiera caído bajo la insolencia de algún sátrapa de los millones, entonces, Hollywood sonreiría, más que por la sorpresa, por el festín de ver a un potentado en las aras de la publicidad y del ridículo, conociéndose hasta los más íntimos detalles de su vida aventurera, y también, el origen ficticio de sus millones.
En aquella primavera lluviosa y triste, Hollywood tenía demasiados problemas frente a sí para dar mucha importancia a la muerte de un individuo en los barrancos de Griffith Park.
UY PRONTO, la temporada estival abriría su concurso M de desnudeces y las playas se iban a poblar de buscadores de sol y de placer. No valía la pena sacrificar esa promesa de renovación del gastado Gran Simpático, por una noticia tan insignificante como un accidente automovilista.
La prensa de la comarca había armado un escándalo de primera plana y usado los más grandes tipos de letras en sus cajas, tan sólo porque entonces el mundo parecía estar horro de sensacionales acontecimientos. Y para sostener la circulación, era indispensable echar mano a cualquier incidente y amplificarlo en la cámara de la exageración, satisfaciendo así, por lo pronto, la insaciable curiosidad multitudinaria.
La información contenía hasta los más nimios detalles. El automóvil había corrido veinticinco mil millas; tenía ocho meses de comprado. La licencia había desaparecido; pero el número de las placas y del motor condujo a identificar presto a Su propietario.
El automóvil se había hecho pedazos y quedaba sin valor alguno, salvo una que otra pieza utilizable. Quien resultaba perdiendo' era la compañía de seguros, pues el carro aún no había sido liquidado del todo y quedaban por pagar unas tantas mensualidades de tantos y tantos dólares,
Un cuidadoso examen del cadáver había hecho identificar al mismo fácilmente. Ropas, papeles, reloj, y otras circunstancias accesorias, no debajan la menor duda de que el muerto era el mismo propietario del auto. Pero había quedado de tal manera magullado, que su rostro era una masa informe, grotesca, sin el menor rastro de una facción.
Lo policía, pues, había establecido su teoría, basada en la lógica contundente de la reducción al absurdo y en todas las hipótesis que sobre crímenes se vienen celebrando en el orbe.
La lluvia había empapado los caminos; el automóvil descendiendo; al dar una pronunciada curva la impericj piloto hizo que el carro se deslizase fuera de la trayea normal y cayese al abismo. Quince vueltas sobre sí Mismo el automóvil, fragmentándose en cada una de ellas.
No era necesaria autopsia alguna para determinar la e de la muerte del individuo. Su cuerpo era una enorme pil tal parecía que había pasado por una máquina laminador
Para los periodistas, la única parte efectista del asunto y caba en que se había descubierto que el difunto era artist cine; aunque hacía ya varios meses, artista sin fortuna.
Y así, las presurosas ediciones extraordinarias, llevaban gigantescos encabezados: |
“Artista de cine, despedazado en un Barranco”.
“Artista de cine, hecho pedazos en Griffith Paro
Y todas las combinaciones posibles en torno de estas sentens
“Terrible accidente a un artista de cine”.
El muchacho era nada menos que Julio Reguera, argent de veinticinco años, con domicilio en Franklin Avenue, fre al palacete de Madge Bellamy. Llevaba cuatro años en Hp wood.
El hecho de que el muerto fuera un argentino había minuido interés en la noticia. Para las multitudes analfaly de Hollywood, Argentina es un país que es como una reg de ranchos inmensos con gauchos pintorescos que a ment
se van a la capital a conquistar los
corazones de las doncellas porteñas y a bailar tangos enloquecedores. Pero sobre todo y por todo, Argentina, para ellos, es algo que está muy lejos del pan nuestro de cada día para preocuparse de lo que pueda pasar a uno de sus hijos.
Por tanto, si Reguera había perecido, nada tenía de particular, pues que un tanguista más O menos no vale la pena.
A
guerra