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Il Triunf
El triunfo de las feas es el triunfo de aque, que por la experiencia de sus años pue caracterizar lo mismo el sublime amor ¿ madre que la ridicula pasión de una soltero
más frívolo, (lo contrario, precisamente, de las mujeres ] a diario se nos vuelven más fuertes y masculinas) E queriendo ser menos que ellas, tiene también sus idol favoritas de celuloide a quienes, no obstante su innata y lubilidad en materia de relaciones sexuales, se les mani nen absolutamente fieles in mente.
¿Cuántos años han transcurrido desde que la hermy Theda Bara o la magnífica Barbara La Mar, por ejenpl desaparecieron de la pantalla? Pues aún hay pory cuarentones que allá por sus veinte o veinticinco y ñaron a diario con su opulenta belleza y no obsta los tres o más lustros transcurridos, todavía se les hy la boca agua al rememorarlas.
Arriba vemos a Be % veterana de las tablas que acaba . de alcanzar un triunfo estruenioso en “Siete días de licencia”. Debajo de ella aparece Vera Gordon en “Four Walls” de MG-M. Derecha, Margarita Padula dotada de una voz magnífica, y abajo, nuestra antigua amiga, la inimitable Louise Fazenda,. y Louise Dresser en “Doce horas de amor” de M-G-M.
STA crónica tiene una intención reivindicadora. El público que acude al cine y el amable lector
son, por lo general, fieles y constantes a sus estrellas favoritas, especialmente cuando éstas sobresalen por su femenina o apolínea belleza y gozan de' tentadora juventud y fuerza. No sucede lo mismo con las pobres características cuya labor artística excede muchas veces en mérito a la de las estrellas más famosas y, sin embargo, el público desmemoriado e ingrato, apenas las recuerda.
Hay en nuestros países miles de mujeres que aún se mantienen leales a Rodolfo Valentino, a Wallace Reid, y otros astros cinemáticos del sexo feo desaparecidos ha ya muchos años. A pesar de su mediocridad como artistas, la personalidad o la belleza física de aquellos actores captó la imaginación de nuestras mujercitas hace diez o doce años y a estas horas aún no han tenido sustituto en su admirativa predilección. ¡Qué dicha para sus respectivos esposos si pudiéramos decir lo mismo de ellos!
¿Y qué decir de los hombres? El pretendido sexo fuerte deviene cada día
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