Cinelandia (September 1930)

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L OTRO DIA iba yo distraído por la calle, y de pronto en la vitrina de una tienda de pinturas vi un cartel hecho con colores muy brillantes que anunciaba un producto para quitar manchas de pintura de oleo de cualquiera superficie, ya fuera madera, hierro, piedra, etc. Representaban al reclamo dos tipos vestidos con overalls blancos como los LAUREL y todo hijo de vecino. Fué un niño más o MENOS m delo. Asistió a la Universidad de Georgia y e en ella el título de abogado. Pero a su recien ab bufete no iba nadie. Sólo le visitaron las sl instalándose en magníficas telas tendidas en los d cones. Fueron sus únicos clientes. Entonces decidio probar fortuna en el teatro. Y tuvo cierto éxito Por lo menos ganó algo de dinero, pero sobre tod la amistad de Stan Laurel, de quien había de ser con el tiempo el inseparable compañero de aventuras de triunfos. ' Stan Laurel es inglés. Cuando el gran Charli Chaplin vino por vez primera a los Estados Unidos de Norteamérica, formaba parte de su compañía y desempeñó un papel en un apropósito cómico ideado por el genial mimo intitulado “Una noche en Music Hall inglés”. O HABIA mucho dinero para ir a hoteles ai es que los dos se alojaban siempre en casas d huéspedes y posadas de mala muerte. Guisabana su cuarto. Stan Laurel era el cocinero improvisa, Mientras él freía algunas chuletas magras en sarten calentados con reverbero, el divino Chaplin tol sendas canciones y aires de su tierra en la mandolim a fin de que la dueña de la casa no se percataral las fritangas, que naturalmente estaban prohibidx como en todas las casas de huéspedes de la tierm Al lado de tan insigne maestro de comicidad; de ironía, Laurel se graduó de clown de los más tw y Originales. Es curioso comprobar -que los ingl Estos dos cómicos de la pantalla multi parlante bien pueden reirse en cuatro ' idiomas, mientras haya público que pague por verles hacer las payasadas que los ha hecho famosos en las pantallas mundiales. que usan los pintores de puertas en este país. Uno de ellos llevaba las manos y los brazos literalmente llenos de ácidos, cepillos, trapos, papel de lija, alcohol, esencia de trementina, y hasta creo que una piedra imán. Significaba esto toda la impedimenta necesaria para la remoción de manchas que se ha usado hasta antes de conocer el nuevo específico anunciado. El otro, triunfantemente, mostraba entre dos dedos de la mano derecha un frasquito con el maravilloso líquido. Las expresiones de las caras de los dos hombres, uno flaco, otro gordinflón y mofletudo, eran un verdadero poema. Uno tenía reflejada en la suya la aflicción, la duda, y el disgusto de tener que cargar tantas cosas para un hecho tan poco interesante. El otro, el gordo, sonreía con toda su alma de la manera más ridícula y más despreciativa que uno se pueda imaginar. Les examiné un largo rato. Yo conocía esas caras, no cabía duda. Al fin me di cuenta — y al hacerlo lancé una sonora carcajada — de que los dos pintorzuelos de brocha gorda eran nada menos que Stan Laurel y Oliver Hardy. ¿Quién no les conoce? Han hecho desternillar de risa a media humanidad. Y es que pocas veces ha concurrido tanta circunstancia feliz en una asociación de cómicos como la de estos dos profesores de jocosidad. Parecen haber nacido así, haciéndose jugarretas el uno al otro, inventando maldades y gestos que dan al traste con la dignidad y el empaque del ciudadano más rehacio a toda clase de impresiones cómicas. Hace tiempo que los dos constituyeron esa sociedad en comandita. Oliver Hardy, el gordo, no pensó nunca en dedicarse al teatro. Siguió los pasos de 8