Cinelandia (December 1930)

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la gente del cine prefiere casi siempre la labor de artistas cuyas carac terísticas difieren por completo de las suyas propias que intentaron suicidarse cuando Valentino murió. De tener nuestra “afición” en asuntos de cine todos somos “culpables”. Es decir, todos tenemos la conciencia de que nos gustan ciertas figuras del cine de preferencia a otras. Por consiguiente, nos portamos en este terreno como es lógico que nos portemos, como todos los aficionados. Y en esto no hay nada que sea muy extraño. Pero lo que sí es curioso es que las propias estrellas del cine tengan sus ribetes de fanáticas, es decir que cultiven la afición. Muchas de ellas gustan de manifestaciones artísticas distintas a las de su oficio, pero esto no tiene nada de particular, en quienes parece que deben de poseer una fina sensibilidad. UEDEN ser, como Douglas Fairbanks, Jr., excelentes amateurs de pintura y de escultura y por tanto apreciar todas las manifestaciones de estas nobles artes. Mas lo que nos ocupa precisamente es la afición a ellos mismos, a los artistas de cine. Y, en ese terreno, las estrellas tienen sus preferencias, y sus fanatismos, exactamente igual que entre los aficionados que pudiéramos llamar laicos. No obstante que no nos podemos imaginar que todavía posean la frescura de actitud necesaria para gustar de lo que sus congéneres llevan a cabo. Greta Garbo, que vive calladamente, en un hotelito de la playa de Santa Monica, que jamás va a reuniones ni gusta de exhibirse en parte alguna de Hollywood o sus alrededores, que tiene costumbres sencillas, casi austeras, que juega raramente al tennis y monta, también raramente, a caballo, acude con mucha regularidad al cine. Entra en el primero que encuentra en el camino, vestida sencillamente, con el sombrero encasquetado casi hasta las orejas. Goza anónimamente, sin que nadie la moleste, del placer de ver cómo se desenvuelven sus compañeros de aquí y de allende; aprende ella misma, examina, mide, pesa, critica, in mente, y se entrega en múltiples ocasiones a una admiración ciega y entusiasta de sus ídolos. Como ella, a quien citamos al azar, otras estrellas acuden POR JORGE JUAN CRESPO asiduamente a las salas de cine, no sólo en el día de los estrenos, en que hay cierto despliegue inusitado y vanidoso de personalidades, sino entre semana, al salir de los estudios, sin bombos ni platillos, acuciados tan solo por el deseo de ver a sus compañeros. Cuantas veces se dirán, para sus adentros: “Yo lo hubiera hecho mejor”. Otras veces, en cambio, dirán: “La verdad es que nunca podría yo interpretar esto como lo ha interpretado fulano o zutana”. En muchas ocasiones, sin embargo, irán tan solo a aplaudir, al amigo, y más que nada al ídolo. Piensen ustedes en lo paradojal de eso. El ídolo de una estrella, que es ella misma, el ídolo de la muchedumbre. Y, piensen también en lo que significa ser el ídolo de un ídolo. . . Son desconcertantes muchas de las predilecciones de las estrellas, pero en general, demuestran en seguida su temperamento y su talento y cultura. Po la genial Mary Pickford sobre esta delicada cuestión contestó que ella está loca con “el ratón Miguelito” (Mickey Mouse), el héroe de esas admirables caricaturas animadas. —Ratoncito Miguel, o como si dijéramos, Ratoncito Pérez, el del famoso cuento—ha dicho Mary con delicioso mohín— me parece el único actor que hasta ahora ha logrado dominar el nuevo arte de películas sonoras. Su voz es justamente apropiada a lo que representa y nunca habla más de lo debido. Tiene una gracia y un aplomo extraordinarios, y no conoce esa timidez ante el micrófono y la cámara que se apodera de casi todos los que trabajamos en el cine, y que nos hace tan malas jugadas. Al hacer estas declaraciones—añadió—espero que Doug no se ponga celoso. Creo que él es bueno, también, ¿cómo no? ” Sin embargo, nosotros sabemos que Mary Pickford ha dejado hasta de comer, por ir apresurada a ver una película de su íntima amiga la eminente actriz Lillian Gish. Naturalmente que el ídolo de Lillian Gish es Mary y que siempre que había un estreno de ésta última, Lillian no faltaba. Lo cual no impide que el juicio de Mary sobre ese hecho artístico que es sin disputa el ratoncito Miguel, sea indicio de una mente inteligente, alegre y sana, que para muchos resultará quizá una salida diplomática. No cuando sepan que Charlie Chaplin y en su esfera el gran escritor Bernard Shaw, comparten esa opinión. A ese apuesto mozo, de sonrisa contagiosa y buen humor constante, que es Maurice Chevalier le ha gustado su descu (waala página 45) Betty Compson declara que su actor favorito era el malogrado Milton Sills, ¿Será que las damas prefieren a los fornidos? Richard Dix prefiere al veterano George Arliss de fama teatral, y Janet Gaynor declara su preferencia por Mary Pickford. 27