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“suficiente.
el destino del séptimo arte está hoy en manos de sus
dueños, los banqueros de nueva york
resó”” por el negocio y ofreció sus capitales. Otros banqueros le imitaron y los estudios pasaron a tener un nuevo socio: Wall Street, o sea la famosa calle de la muralla. Llegó 1920, y los negocios resurgieron: las entradas de la industria cinesca pasaron por primera vez del millón de dólares.
Los banqueros conservaron su pequeña participación, dejando la industria en manos de quienes la habían fundado. Pero esto ocurrió mientras los negocios no eran extraordinarios. Hace cuatro años las entradas, que debian haber aumentado en razón directa con los gastos, comenzaron a fallar. Había que buscar un medio de defender al cine que amenazaba derrumbarse. Los banqueros, buscando una defensa para su dinero, llamaron a los mejores ingenieros de los Estados Unidos, a los que dirigen los destinos de las más grandes empresas de telefonía y de radio de este país. ¿Qué podía inventarse para atraer al público? Y estuvieron de acuerdo en que el cine hablado, si era posible perfeccionarlo, salvaría la bancarrota. Desde hacía largos años los laboratorios eléctricos habían venido trabajando para hacer de la cinta muda un espectáculo sonoro, pero los resultados aparecian muy lentamente. Esta vez un ultimátum definitivo circuló entre los jefes de laboratorio de la Western Electric: era preciso “hacer” cine hablado. Y se le hizo. Faltaba ahora convencer a una empresa que le lanzara al público. Los capitalistas tenían el torniquete de su porcentaje, pero no era Todos los estudios rechazaron la oferta, pues que
los capitalistas, al ofrecer el nuevo invento, convenientemente
ria
“patentado a favor de ellos, exigían un gran porcentaje en las
utilidades, pasando a ser co-propietarios de la industria. Los estudios de Hollywood preferían los negocios precarios a entregarse en manos de Wall Street.
ERO un estudio aceptó la combinación. La empresa Warner Brothers estaba a punto de quebrar. Sus últimas películas habían fracasado, y las entradas de boletería disminuían. Poco quedaba ya por perder, y bien valía la pena,
POR CARLOS P, BORCOSQUE
como Mefistófeles, vender el alma por un poco de juventud. Se firmó el pacto, y al siguiente dia Warner era el propietario del famoso “Vitaphone”, estableciendo el contrato que aquel invento sería de uso exclusivo de esa organización. Warner echó la casa por la ventana, respaldado por los banqueros de Wall Street. Contrató a Al Jolson y presentó la primera cinta hablada que se hacia en el mundo: “El cantor de Jazz”, estrenada en los Estados Unidos a comienzos de 1927.
A EXHIBICION fué como una bomba de dinamita. El
público enloqueció de entusiasmo. Quería películas sonoras y habladas solamente. Warner no daba abasto: agrandó sus talleres, adquirió los viejos estudios de Vitagraph, contrató estrellas, directores y cantantes. Y los demás estudios comenzaron a perder dinero. Pero la Western Electric—<que en el fondo eran los banqueros millonarios de Wall Street— tenía otro invento semejante que ofrecer a los demás estudios: el Movietone. Todos le adquirieron con desesperación, pa
gando lo que se les pedía, entregando porcentajes y participaciones de utilidades como jamás lo hubiesen aceptado. Wall Street puso su mano definitiva en Hollywood. Los estudios se transformaron por entero, arrojando a la basura sus viejas cámaras ruidosas, sus lámparas de arco que crujían, sus stages hasta los cuales llegaban los ruidos de la calle. el material técnico debió adquirirse, todas
Todo (va a la página 57)
John Gilbert se encuentra nadando en
un mar sintético de los estudios M-G-M'
en una escena de su film acuático.
Arriba vemos a Ernesto Vilches durante
la filmación de “ Cascarrabias *” de Paramount.
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