Cinelandia (December 1930)

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V OR AQUELLOS días, los círculos galantes de Holly wood y Beverly Hills tuvieron pasto abundante para la murmuración: Mrs. Patrick cerraba por tiempo indefinido sus salones. Sin motivo aparente, la opulenta matrona—bajo cuyos auspicios habianse levantado innúmeras reputaciones—había anunciado a sus íntimos su resolución inquebrantable de cambiar de vida. ¡No volverían a celebrarse en su chalet aquellas fiestas -rumbosas en que se rendía desaforado culto a Birján, a Baco y a Afrodita, y que en más de una ocasión habían terminado con la sincopa aguda de la irrupción policial! ¡Aquel alto enverjado que se levanta sobre una colina en el corazón del suburbio residencial cinematográfico, no volvería a abrirse ya de día para mostrar el camino a los trasnochadores, quienes solían llegar a sus hogares con un sabor amargo en la garganta .. . y algunas hojas menos en el libro de cheques! ERSONAS que cultivaban la amistad de la dama aseguraban que su decisión de retirarse de la vida nocturna—y en general de paseos y saraos—no obedecía al manoseado prurito de la notoriedad. Afirmábase que su decisión era sincera y— lo que es más—que su retiro sería de carácter permanente. Con verdadero énfasis había asegurado a sus intimos—según el órgano impalpable de la murmuración—<que jamás volvería a poner los pies en party alguno, y que aun llegaría a enfadarse si alguien la invitaba a quebrantar su propósito. ¿Las causas de tan extraña decisión ? En puridad de verdad, nadie decía conocerlas a fondo. Quién imaginábase que la señora Patrick había caído en las Sólo un pequeño esfuerzo, y el brazo caería fulminante sobre aquel pecho inerme...; mas, con ser tan pequeño, el esfuerzo quedóse en gestación. garras del caprichoso esplin; quién atribuía a algún cariño incógnito la causa determinante de su extraña actitud ; quién, en fin, llegaba a asegurar—y no sin dar a su voz una inflexión de dolo y de misterio—que, a semejanza de la bíblica pecadora de Magdala, Mrs. Mary Patrick había caído en el suave regazo del arrepentimiento. Decíase, además, que la simpática y popular matrona marchaba por la pendiente de la rectificación desde que se celebró la última fiesta en sus salones. —¿ No lo dije yo?—peroraba un avechucho en el lobby del Hotel Ambassador—. El baile de la otra noche fué ni más ni menos que el sepelio de la Patrick. Por lo demás... ¿qué importancia pudiera tener el hecho de que no suspendiera sus reuniones? ¿Alguno de ustedes estaría dispuesto a ir aburrirse a otra fiestecita como aquélla? L QUE así hablaba no andaba escaso de razón, pues, efectivamente, en el baile de marras vióse claro que el palacete de la señora Patrick—verdadero recinto de la lujuria y del placer—había sido hollado por la planta grosera de la vulgaridad. No hubo botellas que surcaran el espacio como brillantes meteoros de vino y de cristal. No flotó, bajo la incandescencia de la rútila araña, el espíritu protervamente estético de la voluptuosa Salomé. Cleopatra faltó a la cita del licencioso Marco Antonio. Pero bien, ¿qué habia ocurrido en la agitada vida de la señora Patrick? ¿Bajo la presión de qué incógnito resorte habiase operado aquella metamorfosis en su mentalidad? Porque ya es tiempo de decirlo: había mar de fondo bajo la tenue capa de los ru-. mores circulantes. Expliquémonos; pero, antes que nada, (waala página 63) 37