Cinelandia (December 1930)

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66 ¿Su Cabello! Para que sea hermoso Debe estar sedoso saludable y libre de caspa. Los famosos prepa tados para el cabello, de Mme. C. J. Walker Cultivadora del Cabello Clossina Champú Duplex Walker Herpicida En los últimos veinticinco años han estado curando enfermedades, enriqueciendo el cabello, suministrando el aceite natural del cráneo y protegiendo el cuero cabelludo de la mujer de todas partes del mundo. Use estos preparados para suavizar, aumentar y haInstrucciones le cer crecer su cabello rápidamente. serán dadas. Tratamiento Especial de Ensayo, (4 preparados) Enviados a cualquier parte por $1.50 moneda de los E. U. A. libre de gastos THE MME. C. J. WALKER MFG. CO., Inc. Walker Building Indianapolis, Ind. Una buena proposición de representación a los agentes. NUEVO CONCURSO No se preocupe si no salió vencedor en el Concurso de Artistas que acaba de efectuarse en esta revista. El entusiasmo acordado a este concurso por miles de lectores de CINELANDIA, nos anima a preparar un nuevo e interesantísmo concurso que anunciaremos muy pronto. Entretanto, NO DEJE DE LEER la próxima edición que traerá magníficos artículos de gran interés cinematográfico y que demuestra conclusivamente que CINELANDIA es, y será siempre, la revista más completa y acabada de todas las que se dedican a este arte de la cinematografía. UNA MANERA _ FACIL DE FF MODELAR Y ANITA dará a su nariz proporciones perfectas, mientras usted duerme o trabaja. Seguro, sin dolor, cómodo. Garantizamos resultados rápidos y permanentes. 78,000 doctores y personas que lo han usado lo elogian como un invento maravilloso. Sin piezas metálicas o tornillos, Garantizamos devolución del dinero si usted no queda satisfecho. PIDA HOY EL FO LLETO GRATIS Antes-Después ANITA CO. 1219 Anita Bldg., Newark, N. J., E. U. A, Medalla de Oro ganada en 1923 SUSCRIBASE A CINELANDIA LA MEJOR REVISTA DEL CINE Jameson. ¡Eugenio llegará muy lejos, José Manuel; puedes estar seguro! El artista se mordió los labios y se puso de pie para marcharse. —Si es todo lo que tenías que decirme ... —Es todo. ¿Vendrás seguido a visitarme? —Si estás visible, claro que vendré. —Para ti estaré siempre visible, José Manuel—murmuró Mrs. Patrick con voz tierna. —Gracias, María. Y créemelo: positivamente me aflige que hayas tomado la resolución de enclaustrarte. Tengo para mi que no la llevarás a cabo; pero, en todo caso, ya lo sabes: yo seré siempre tu devoto amigo. Hasta luego... —Hasta luego .... Salió José Manuel del gabinete. Mrs. Patrick lo siguió con los ojos. Al ver que se alejaba para siempre de su vida, levantó hacia él brazos, aquellos brazos blancos y torneados que tantas veces se enroscaron en torno de su cuello. Sin volver la vista ni una sola vez, insensible, glacial, se encaminó él al vestíbulo. Al cerrar tras sí la puerta de la calle, le pareció que del fondo de la casa llegaba el eco de unos tenues sollozos. Se detuvo un instante. Vaciló. Volvió los ojos. Hizo luego una mueca despectiva. Apresuradamente bajó la escalinata. Abordó su automóvil y jubiloso se encaminó al estudió. VI AL COMO lo había predicho Mrs, Pa trick, Eugenio regresó a Los Angeles dos días después. Se hallaba satisfecho de su labor artística—si tal podía llamarse a su breve actuación en El Desierto del Olvido—. Había estado soberbio en su papel de sheik enamorado. Y no solamente él lo creía asi, que el director y la estrella, por su parte, habían hecho cálidos elogios del nuevo Don de la pantalla, mientras sudaban fuego líquido en el cercano infierno del disierto. Con candorosa prolijidad relató Eugenio a su amada los pormenores del viaje al Valle de la Muerte (no obstante que ya lo había hecho en sus cartas). Pintóle su turbación al filmar por primera vez con una estrella y, muerto de risa, le mostró los verdugones que tenía en el cuello y en la frente, como producto del match que sostuvo con el atleta inglés, en aquella escena en que el tenorio del desierto y el orgulloso dandy de Trafalgar Square se disputan a puñetazo limpio la posesión de la frívola y endiablada inglesita. —Y dime ..., ¿es cierto que Adelina Sanderson es una mujer muy bella ?—preguntó Isabel, al llegar el joven a aquella parte del relato. ¿Bella? ¡Quiá! ¡No se dónde han sacado! . . . Ahora que, tú sabes, la pintura y los trajes las hacen verse encantadoras. Ya se comprenderá que el joven enamorado contaba su primera mentira; mas, ¿quién de nosotros hubiera dicho, en su caso, la verdad? ¿No se veía a leguas que el gusanillo de los celos empezaba a roer el alma de la hermosa Isabel? Los dias que siguieron no fueron ni con mucho apacibles para el novel artista Eugenio Santibáñez, pues si bien es cierto que amaba y era correspondido—y que todo parecía augurarle un éxito rotundo en el cine—, también es cierto que su permanencia en el estudio de José Manuel estaba acabando por hacerse insoportable. Aunque el pintor había redoblado su munificencia, al grado de obsequiar un magnífico automóvil roadster a su huésped, profería a veces unas frases tan duras y solía poner un fuego tan impertinente en sus miradas, que acabó por infiltrar el germen de una viva inquietud en el susceptible espíritu de Eugenio. Y es que en vano se proponía fingir tranquilidad e ignorancia en presen cia del afurtunado rival: la granítica estructura de su voluntad se desplomaba a veces, convertida en añicos, bajo el ariete de la pasión febricitante. Por el lado contrario, no era menos inútil que Eugenio pretendiera camuflar bajo la capa de su éxito fílmico la felicidad que brotaba a torrentes de su corazón. Y así fué que, bajo un ambiente de simulación y de falsía, realizóse hora por hora la transfusión recíproca de dos mentalidades: al alma tempestuosa de José Manuel Muñoz pasó gradualmente la misantropía ingénita de Eugenio Santibáñez, del mismo modo que la concepción risueña de la vida—coeficiente de la filosofía utilitaria del pintor—deslizóse con tenacidad en el espíritu melancólico de Eugenio. Cuando el joven extra regresó del Valle de la Muerte, ya tenía resuelto—si bien de modo transitorio—el grosero problema de la manutención. Confiaba, además, en que su actuación en El Desierto del Olvido le abriría las puertas del cine permanentemente. En tales condiciones, sin vacilación habría regresado a su cuartucho de la casa de huéspedes—y aun pudo haberse permitido el lujo de alquilar una habitación mejor—; mas al obrar de tal guisa, habría precipitado la explicación que él con vagas finalidades retardaba, y habría dejado, por otra parte, a Isabel, bajo la esfera de influencia de su contrincante. La Plegaria hallábase ya en los lindes de la terminación. Isabel sólo tendría que seguir yendo al estudio durante breves días. Una acción radical, tras de no tener una perfecta justificación desde el punto de vista de la ética pura, pudiera dar al traste con la labor artística de José Manuel, y tanto la joven como Eugenio seguían sintiendo, a. pesar de todo, veneración y respeto por su generoso protector Pero a todas luces se veía que José Manuel, falto del entusiasmo de los primeros días—en que el genio invistío de un brillante colorido su Plegaria—, absteníase deliberadamente de terminar la obra, cual si quisiera obstaculizar los proyectos de los enamorados. Una Mañana, al llegar la joven a posar por última vez, percibió desde la calle el eco de una canción de amor. Reconoció la voz de Eugenio y, notando que la puerta hallábase entornada, la empujó suavemente y entró en el estudio sin llamar. Se detuvo en lo alto de la escalera—casi en la entrada del saloncito-taller—y como en éxtasis permaneció allí hasta que Eugenio hubo terminado la canción. —¡Bravo! ¡bravo! . . . —exclamó, cruzando el umbral, y viendo medrosa hacia el aposento de José Manuel. —¡ Adorada mía!—murmuró Eugenio, levantándose del piano y yendo a estrechar las manos de Isabel—. No temas; estamos solos—añadió, al reparar en las miradas inquietas de la joven—. José Manuel acaba de hablar por teléfono, diciendo que llegará en seguida. —¿No trabajaste hoy?—preguntó Isabel, sentándose con Eugenio en el banquillo del piano. —Terminamos ya. Por lo menos he terminado yo. Entiendo que faltan algunos exteriores en que entran submarinos y aeroplanos, y que van a ser tomados en San Diego; pero yo no tengo ya nada que hacer allí. —¿No te han asignado otro trabajo? —Hasta ahora no; pero el director me dijo que mi voz se oye muy bien en el vitáfono y que los productores están contentos con mi labor. Es casi seguro que me volverán a contratar. Salieron a la terraza. Sentáronse en el columpio y meciéronse suavemente, viendo de vez en cuando hacia la calle. Hablaron de lo que hablan siempre los enamorados. Y eS