Cinelandia (January 1931)

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La tramoya y el personal viajó en ocho líneas diferentes de ferrocarril y el equipaje solamente ocupaba 122 carros. A veces dormían en hoteles, pero generalmente pernoctaban en cabañas y chozas, construidas especialmente. En Wyoming, por ejemplo, hubo que construir 160 cabañas y 400 tiendas de campaña para alojar a la gigantesca troupe. Uno de los graves problemas a resolver era el de la alimentación de este ejército en desiertos y lugares que están a muchos centenares de millas de la civilización. Hubo una locación de diez y seis días en que había que preparar tres comidas diarias para 800 personas. El costo de la alimentación era de $2,125 dólares diarios. En un día se consumían 300 galones de café, o lo que es lo mismo, 1,200 litros del negro brevaje, 90 galones de té helado y 1,500 litros de leche. Cuando se ponía pollo en la comida había que sacrificar 300 de ellos y diariamente se hacían 250 pasteles . . . . Junto a esta realidad, la fantasía de las bodas de Camacho parece de una frugalidad franciscana. En la cinta aparecen 725 indios auténticos que pertenecían a cinco tribus distintas. Manejar a estos bárbaros y tenerlos contentos constituyó uno de los mayores problemas de la empresa. Para ellos el dinero significaba bien poco lo cual aumentaba las dificultades. A uno de los jefes le regalaron una casa magnífica que había costado 7,500 dólares construirla. El jefe alojó en ella a sus caballos y él se refugió en su choza, a cierta distancia. Al preguntarle por qué no la habitaba, respondió que si se alojaba en ella no podría verla. En el estado de Montana se tomaron las escenas de los búfalos y en ellas aparece una manada de más de 500 de estas bestias. Es una de las escenas más peligrosas y bellas de la obra. La mayor parte de las escenas no se podían repetir por lo arriesgadas y peligrosas, por consiguiente, lo que el espectador ve es casi siempre, la única escena tomada. Y caso curioso. El director Walsh no pudo ver ni un pie de película hasta que regresó a Hollywood, por lo tanto, ni él mismo tuvo idea hasta que terminó la obra de cómo había salido ésta. En resumen. La película es una de las mejores que Hollywood nos ha dado este año. Lo esencial en ella en cuanto al mérito personal es la labor del director a quien no se le pueden regatear los elogios esta vez. No titubeamos, por consiguiente, en recomendarla a nuestros lectores, pero sí le aconsejamos que la vean en un teatro equipado con un buen vitáfono, de lo contrario, perdería la mitad de su grandeza. NO DEJE DE LEER el próximo número de febrero que trae artículos muy interesantes para los amantes del cine. SOLEDAD DEL VALLE nos dice algunas verdades sobre artistas a quienes las riquezas súbitas les ha hecho perder el seso. LORENZO MARTINEZ nos habla de Marlene Dietrich, la actriz Alemana, última sensación de Hoilywood. La danzarina (viene de la página 37) —¿Y por qué no había de temerle? .,., ¿Vas a decirme que tú no? —A mí no me asusta la idea de mori ¡La vida no ha de ser eterna! | —Desde luego que no, pero, ¡cuidad José Manuel! .. . ¡Ibamos a chocar! | En efecto, el Buick del artista pasó ca rozando las salpicaderas de otro carro. ls bel habíase puesto intensamente pálid; José Manuel, al verla, exclamó sonriente: —Estás nerviosa, Isabel. —¿No sería mejor que regresáramos? —¡Cómo! ¿Estando ya tan cerca? ¿Qu no percibes el olor del mar? En efecto, estaban ya a menos de una mill de la playa. Estacionaron el coche. Bajaron. Isabe aventuróse hasta la línea intangible qu trazaban las olas. Su mirada perdióse e la infinitud del horizonte. Su pensamient fundióse en el soplo de la brisa. ¡La emi ción de lo desconocido embargó todo ; ser! | Por largos instantes permaneció ensimi: mada, contemplando el mar, cual si quisier hallar entre las ondas la idolatrada image del ausente; y sólo salió de su abstracción ; llegar a sus oídos la voz de José Manu que parecía brotar del fondo mismo d Océano: | —El mar es el desposado de la muerte. Las olas son volubles y pérfidas; volubli y pérfidas como el corazón de la mujer. —¿Te has vuelto pesimista, amigo mió?preguntó Isabel, pugnando por apareú risueña. José Manuel no contestó: diríase que; imaginación se había alejado en el rega de las olas inquietas. Sólo al cabo de u pausa que para la joven fué martirizan dijo con tono lúgubre, y cual si celebrara coloquio con las olas: —¡Oh mar, tú eres la tumba de los el gidos! ¡Aquéllos que han flotado sin vil sobre tu dorso inmenso no serán alimen vil de los gusanos! ¡Oh monstruo divi haz que algún día tus olas me sirvan mortaja! ... Tan siniestras palabras vibraron de u manera ríspida en los oídos de la joy que se retiró apresuradamente de la are exclamando: | —¡ José Manuel, llévame a casa, pl favor! No cruzaron palabra en todo el cia regreso, El coche se detuvo de pronto. —Hemos llegado—dijo quedamente Manuel. : Apeóse la joven y extendió la ma trémula, a su amigo. —Hasta mañana—murmuró, y su voz te un levísimo matiz de congoja. —Hasta mañana—contestó él, y su acel estaba vibrante de resabios. ; Luego que vió partir el coche, entró Isa en su casa. Hizo un acopio de valor y encerró en su alcoba. Repasó las oraciol aprendidas en el convento de Bilbao y, ( fortada un tanto, se recogió en su led Pero fué inútil que intentara dormir: ju a la idolatrada imagen que se alejó s0 la inmensidad azul una mañana, petrifc en el fondo de su pensamiento la silueta hombre que anhelaba la mortaja del mar. NS PASARON los días, y tras los días! semanas, y la angustiada joven no vol a tener noticia alguna de Eugenio. ¡Uns mensaje desde que se marchó! ¿Cartas? ¡