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considerarlo. A un viejo, hijo de Leon Tolstoy, conde, a quien se la da con la puerta en las narices hay que considerarle el derecho a sentirse despechado.
Pero sólo Dios sabe cual ha sido la causa de que Edwin Cargwe no haya vuelto a hacer un film de la calidad de “Resurrección” ni con Dolores del Río, ni con la graciosa Lupe Vélez, ni con la pantalla que habla.
Una taza de té hirviente, tomada del samovar, aplacó nuestra emoción. El buen viejo, de pie junto a un retrato de su padre, parecía una transfiguración. Después, al alejarme, escuchaba, como todavía escucho ahora el anatema:
—El dinero es el veneno del cine.
“Soldados de Fortuna”
Desde “Beau Geste” hasta “Marruecos,” el público ha recibido una formidable marejada de historias de la Legión Extranjera.
El Infierno, la Peste, residuos, hez. Los descastados. En suma, el último reducto de los soldados de fortuna, este tipo contemporáneo del aventurero, este trotamundo, oficial de nada y aprendiz de todo, que suele encontrarse en los muelles a la llegada de los barcos y en los cafés de arrabal y a veces . . . en palacios, rodantes o fijos en alguna gran avenida.
La Legión Extranjera. William Powell, Ronald Colman, y últimamente Gary Cooper.
En qué amplio sentido esa vida de la Legión tiene que ver con la imagen viva de Hollywood, sitio de la legión de los condenados más tristes del mundo.
Junto a los esplendores violetas y rosados de la riqueza y del lujo, vive este ejército de hombres que buscaron en la vida el fácil y rápido éxito y que a muchos se les fué de las manos,
Cada vez que veo un film de la clase, me parece que veo la vida de Hollywood, en los andenes de la espera y de la desesperanza, esos casting offices donde tantas veces se da el “no” más cruel de la vida, ese que niega el trabajo.
Tanto más si como frecuentemente me sucede, llego a ver en una breve detención de la cámara, algún rostro conocido, viejo camarada de café, de hotel, de calle, de rumbo.
Hollywood, de clima suave, de vida que embelesa por no otra cosa que el disfrute de un buen clima, por cierto, acaso una de las delicias mejores de que pueda gozar el hombre, sobre todo, delicia sencilla. Aquí se aplacan los impulsos vagabundos y el alma se vuelve de piedra como si quedara helada a la mitad de un sueño sin rumbo.
Tantos que han caído, muertos en vida, después de una borrachera de prosperidad y orgullo, en la que ellos se habían creído dioses,
Tantos que no han salido de las filas de los reclutas y que se han resignado a tascar el freno de la escasez. No sólo en el desierto se muere uno de sed.
Tantos que han sido devorados por la vorágine de la nada, sin haber llegado a personificar jamás ninguno de sus sueños.
Al libro lo come la polilla pero dura sielos, milenios; al cuadro lo preserva su calidad y ningún polvo lo destruye; de entre las ruinas se sorprenden secretos de hace decenas de siglos. Al film lo aniquila un pequeño puñado de tiempo. Es un arte que no puede ser jamás retrospectivo.
Por eso Hollywood es como un desierto en el que abundan los cadáveres vivientes y 0S muertos que no hablan ya.
¡Soldados de fortuna, siempre desafortunados, los que en toda hora han de perder!
Pero han disfrutado del ensueño de ser grandes adorando la ilusión ficticia de la gloria y de la riqueza.
A
LEA CINELANDIA
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