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50.
The Hotel Chancellor
Todas las piezas dan a la calle y tienen su baño particular. Servicio de garage.
Situado en la esquina de las calles Siete y Berendo, a una cuadra del Hotel Ambassador, y rodeado de hermosas residencias y casas de departamentos, el Hotel Chancellor goza de la envidiable reputación de ser el rendez-vous de la gente de buen gusto. Su servicio es irreprochable. Aunque el proceso no es secreto, es muy difícil de igualar. Es la determinación de satisfacer a nuestros huéspedes, que durante varios años nos ha producido admirables resultados. Si desea Ud. lo mejor de lo mejor, al precio que Ud. gustará pagar, se encontrará satisfecho del Hotel Chancellor. Escriba pidiendo detalles.
HOTEL
CHANCELLOR
3191 West Seventh Street
Los Angeles, California
le secundaban eran los hermanos Harpo y Chico Marx y Eddie Cantor. Celebridades por valor de un millón de dólares que entretenían a los presentes sin que a estos les costara un centavo.
Más tarde salí acompañada de Estelle Taylor y nos fuimos de paseo a echar una mirada a los aparadores de las tiendas elegantes y exclusivas de la ciudad. Estelle, que está pensando seriamente re-casarse con su esposo Jack Dempsey, no pudo resistir la tentación y compró algunas curiosidades y reliquias indias. Cuando regresábamos pasó sobre nuestras cabezas, a gran velocidad, un Travelair de ocho pasajeros. El piloto, Wallace Beery, causó gran sensación entre las chicas del hotel y él, ni corto ni egoísta, las llevó a todas a dar una volada “en el flamante aeroplano.” Al atardecer llegaron también en aeroplano Paul Lukas y su esposa, quienes hicieron el viaje desde Hollywood en menos de cuarenta minutos. Apenas habían terminado de registrarse en el hotel cuando ya Paul andaba preguntando dónde podía ver al cocinero—quería su platillo favorito, para la cena de esa noche.
Pasará mucho tiempo antes que yo pueda olvidar la puesta de sol de aquella tarde. Phillips Holmes y yo nos habíamos subido a la torre del hotel, pues queríamos ver qué panorama presentaba el desierto desde aquella altura. Era una vista digna de causar inspiración, y tan hermosa que parecía irreal. La nieve en la cumbre del Monte San Jacinto se veía en la distancia con tonos purpuríneos; aparecía tan cerca y sin embargo estaba a más de ochenta millas de distancia. El cielo se veía de todos los colores. “Hace que el escenario más suntuoso de los estudios parezca insignificante, ¿no es cierto?, me preguntó Phillips extasiado ante lo grandioso del paisaje que nos presentaba la naturaleza. Allí nos estuvimos apoyados en la baranda, por largo tiempo. El reloj de la torre sonó y sólo eso nos hizo dejar nuestro puesto, de mala gana. Desde entonces no puedo imaginarme a Phillips Holmes como el joven melancólico que generalmente representa en las películas. Es más bien
CINELANDIA, JULIO, 1932
el joven artista, sensitivo, como todos los de mente creadora, hacia todo lo que significa belleza.
Esa noche hubo un baile suntouoso y si el lector quiere ver ROMANCE escrito con mayúsculas, debería haber estado allí para haber visto bailar a Phillips con Florence Rice. Se rumoró que estaban comprometidos para casarse, pero Florence lo negó. “Tengo miedo matar nuestro amor con el matrimonio,” fué la inesperada declaración a las preguntas indiscretas que se le hicieron.
Charles Farrell y su esposa Virginia Valli llegaron inesperadamente acompañados de Janet Gaynor y su esposo, Lydell Peck. No puedo acostumbrarme todavía a ver a estos cuatro juntos. Siempre me parece como si Virginia y Lydell debieran estar fuera de la escena. Charles y la pequeña Janet bailaron juntos con frecuencia y parece que siempre tenían muchas cosas que decirse, pues Janet tenía poco tiempo de haber regresado de su viaje a Europa. Esa noche lucía una de las
encantadoras creaciones que comprara en
París, un traje blanco de crepé roma, que modelaba su cuerpo, de escote bajo a la espalda y adornado con anillitos de rhinestones. Me pareció extraño verla en un tra
je tan “aseñorado.” Tiene el pelo más ro
jizo y más corto que nunca.
Al día siguiente, cuando paseábamos a caballo, vimos de nuevo a los Farrell y a los Peck en Palm Canyon, un lugar que po
dría llamarse un pedacito de cielo, que está como a doce millas del manantial. Janet se veía encantadora en sus pantalones de montar, color blanco, una blusa de seda, y un gran pañolón de alegres colores que llevaba atado al cuello, enseñar a Virginia una canción que aprendió en Italia.
Más tarde pasó una cosa divertida en el
Estaba ocupada en
hotel. Josef von Sternberg, quien es cono|
cido como el hombre más rudo en Hollywood, probó que podía ser tan rudo en el desierto. Un chiquillo que traía una pequeña cámara fotográfica, trató de tomar una fotografía instantánea del director.—¿Sabes,—le
dijo von Sternberg con voz lenta e impresio
Aquí vemos a tres de los hermanos Marx, en fila, delante de una barra en una escena
de su film “Horse feathers.”
Estos payasos dependen de sus bufonadas y de sus chistes
para excitar la hilaridad de los espectadores. De izquierda a derecha, Chico, Groucho y Harpo.