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Los Aristócratas y las Estrellas
POR LUIS MONTERO
OS millonarios californianos por cuyas venas no circula sangre azul tienen, sin embargo,
inquietudes patricias. Ya algunos recurren al monóculo y aunque su enemistad por los escarpines sea un dato curioso, aman todo accesorio nobiliario. Pasadena es a modo de castillo recluído, donde los elegidos de la diosa de las finanzas disfrutan las delicias de sus residencias suntuosas.
Y hasta allá no llegan fácilmente los moradores de Hollywood. Llegó, sí, una noche de comedia, Polly Moran, y reegresó echando chispas. Las herederas aristocráticas la estudiaron concienzudamente como a una alimaña que hasta tal día no había sido incluída en la fauna aristocrática de Pasadena, la ciudad de los millonarios.
Dijo Polly: “que se había aburrido reverendamente en la soirée distinguidisima y había sido la primera en abandonar el recinto suntuoso del baile.”
Es de discutir si la aristocracia norteamericana enfoca o no su desdén petulante en la gente del cinema. Convenido el hecho de que, en masa, las estrellas de cine son vedettes de cabaret, exbellezas de las Follies, etc., etc., con raras excepciones, ya que más de una estrella ha pasado eventualmente de algún convento de monjas a la pantalla, no es raro que las clases conservadoras y sobre todo los ricos de dos generaciones, claven mirada de réproba censura en la aristocracia de Hollywood.
FORTUNADAMENTE no todos
los millonarios norteamericanos son conservadores y amigos de proyectarse en el pasado. Hay docenas de millonarios snobs para los cuales el cinema es una tentación, una (va a la página 49)
Queda resuelto el enigma que publicamos en la página 58 de la edición de junio. La identidad de esta belleza no es otra que Muriel Evans, artista de la Metro.
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