Cinelandia (September 1934)

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52 En esta escena de “The Scarlet Empress”, vemos a Louise Dresser en el rol de czarina, apostrofando a su hijo el Gran Duque (Sam Jaffe), en presencia de Catalina (Marlene Dietrich). sa juguetona y mirada vivaz, nada hay en la vida que podamos tildar de imposible. —No lo tome usted muy en serio. Después de todo es absolutamente una suposición. Janet sonrió. —Más de un rajá omnipotente ha perdido en nuestros días su' corona y su fortuna. Financistas que operaban con millones han pasado de la noche a la mañana a pobres de solemnidad. ¡Vaya! ¡No sería extraño que yo, una modesta actriz de cine ... .! —Dígame con toda sinceridad qué haría usted en tal caso. —Pues bien, cuando yo todavía era una muchachita de diez abriles ya había logrado asegurar un modo honrado de ganarme la vida. —Eran los días en que los Estados Unidos acababan de entrar en la guerra. Naturalmente, hacía falta dinero y el gobierno lanzó un fuerte empréstito. Como los hombres estaban en las filas, fuimos nosotras las del sexo débil, aún las niñas de mi edad, las que tuvimos que ofrecer nuestros servicios al gobierno. —Mi ocupación consistía en llamar a las puertas de la gente acaudalada y ofrecer bonos del Empréstito de la Libertad. Naturalmente, no es una cosa muy fácil y yo tenía que echar mano de todos mis recursos, poner caritas halagúeñas, hablar de mi papá y de mis hermanos que estaban todos arriesgando su vida en las trincheras . . —Y Janet sonrió picarescamente. —¿Los convencía usted? —inquirió la escritora. —Ya lo creo que sí. Y me ganaba por mi trabajo nada menos que dos flamantes dólares al día. Y podrá usted creer que la satisfacción que me causaban en aquella edad esos modestos dólares, era infinitamente mayor que la que me puede causar ahora un cheque de mil. —¿Así es que, si usted ahora, súbitamente, perdiera su posición económica y artística, se dedicaría a vender acciones o bonos para los financieros de Wall Street? —Esa sería probablemente la ocupación que elegiría. Volvería a ir de puerta en puerta ofreciendo con guiños y sonrisas mis valiosos papeles. Claro que mi situación es ahora diferente y mis posibilidades mayores, como que conozco el mundo y los seres humanos mucho mejor. —No se me ocurre ninguna otra idea para ganarme la vida. Si no fuera estrella, volvería a hacer lo que hice cuando tenía diez años. Y créame que la única profesión que jamás intentaría sería la de “extra” en el cine. Preferiría cualquier cosa, incluso la miseria, a eso... La tercera entrevistada fué Madge Evans. Madge es una muchacha extraordinariamente bella. La dulce expresión de su rostro parece hecha para ser modelada en el mármol de algún escultor amante de lo delicado. Naturalmente que entre ella y una mujer de negocios no existe nada de común. Su respuesta, llena de perplejidad, fué muy sencilla: —Si yo no trabajara para el teatro O para el cinema, creo que no encontraría trabajo en ningún otro lugar. —Pero ¿es que mo ha trabajado usted nunca fuera de esos lugares? —No—dice la muchacha terminantemente —mnunca. Prácticamente ha sido mi profesión desde que abrí los ojos. Cuando era una nena de sólo seis años, aparecí en la escena por primera vez. Desde entonces me he ganado la vida en esta sola profesión. No, la verdad, no se me ocurre qué podría hacer si tuviera que buscar una nueva profesión. ¿ —Piense usted bien, Miss Evans, ¿no hay nada que le ofrezca probabilidades? —Nada .. . ¡Ah!, tal vez... En cierta ocasión fuí contratada para dar publicidad a cierto tipo de sombrero. Lo bautizaron con mi nombre, el sombrero Madge Evans. Tuve que posar en fotografías y anuncios. Esta es una de mis pocas posibilidades. Tal vez me dedicaría con éxito a modelo en casas de modas o a hacer propaganda a tal o cual clase de sombreros. Pero si llegase ese día, no me sería agradable. Prefiero ser lo que soy y espero que no llegará. ; Joan Crawford está absolutamente segura CINELANDIA, SEPTIEMBRE, 1934 de conseguir trabajo como bailarina el día que la impulsara la necesidad. Como bailarina ganó también su primer dólar en un oscuro teatro del sur. Como bailarina vivió en Nueva York hasta que Harry Raft la trajo a Hollywood. El baile sigue siendo su pasión favorita. Recuerda todavía con entusiasmo el comienzo de su carrera cinematográfica cuando ganaba copas bailando un charleston o un fox en el Grove o en el antiguo Montmartre. No se manifestó Joan inquieta ante la pérdida de los miles de dólares guardados en estos años de buena suerte. : —Siempre he creído—dijo ella—que el estrellato cinematográfico es más bien un premio a la voluntad de luchar, que a la suerte o a la habilidad. Hay centenares de muchachas con magníficas cualidades artísticas que no llegan nunca a destacar ni en el teatro ni en el cine, sencillamente porque su voluntad es débil y su espíritu de empresa reducido. No saben resistir las desilusiones, no reaccionan enérgicamente ante los fracasos, no creen nunca en la posibilidad de utilizar un golpe de mala suerte en forma beneficiosa. Y este es el secreto de la actriz de cine que ha sido y es la muchacha de voluntad firme y de constancia para el trabajo. Como son estas también las cualidades que se requieren en la lucha por la vida, las estrellas no deberían nunca temer las pérdidas de sus fortunas, porque fundamentalmente están preparadas para triunfar en cualquier otra línea de trabajo artístico o no artístico. Joan Crawford tiene razón. La historia de los primeros dólares ganados por las estrellas prueban su habilidad para luchar. Ann Harding ganó su primer salario cuando sólo tenía once años y cuando la posición, de su padre, que era coronel del ejército de Estados Unidos, le permitía no preocuparse por la vida. Ann estaba educándose en un magnífico colegio del estado de Texas y se ganaba mensualmente de quince a veinte dólares copiando mapas para uso de las alumnas de clases inferiores. Más tarde ganó también su vida como mecanógrafa, como periodista y como crítica de teatros. Esta última actividad la relacionó con un director teatral y la llevó a lo que había de constituir su profesión definitiva. Ann Harding, la mecanógrafa —Si me quedara en la miseria—dice Ann: —<cosa difícil, porque he invertido las tres cuartas partes de mis ganancias en acciones muy productivas de compañías de aviación, podría encontrar trabajo como mecanógrafa o como reporter de periódicos o como diseñadora de modas o como costurera. Sé desempeñar todas estas ocupaciones y las he desempeñado ya con éxito pecuniario. Jack Oakie se espantó también ante la idea de que podrían retornar los negros días en que repartía esquelas, invitaciones, etc., como mensajero del Elks Club, de Nueva York. Jack Oakie no encuentra otra actividad en la que pudiera ganarse la vida que la de bailarín. Estando en la escuela, dedicaba la mayor parte de su tiempo a aprender bailes nuevos, a complicar los pasos ya conocidos, a contribuir, en una palabra, el progreso y mejoramiento del arte coreográfico. hLuchaba entonces por introducirse en los teatros el horripilante zapateado que con el nombre de tap dancing se ha apropiado de los escenarios de este país. Pero había aún numerosos bailarines profesionales que recordaban la tradición de Isidora Duncan y cuyo ideal era convertirse en Pavlovas o Volininis.