Cinelandia (September 1934)

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54 terización de emperatriz romana, habrá recibido un placer intenso cuando De Mille la eligió por segunda vez su protagonista en “Cleopatra.” La descripción de una breve escena dará al lector clara idea. La alcoba de la reina es de exquisito gusto. Ancha cama pintada de oro, cubierta con riquísimos brocados, tachonada de perlas, yace en medio de la estancia. En la tenue penumbra danza el cuerpo rítmico de una esclava. Allí cerca, más allá de los pétreos muros, las aguas del río sagrado se arrastran lentamente como una mole de basalto derretido. ¿Estará el esclavo desnudo aguardando en los cañaverales el paso de la reina? Las flores de loto circundan las columnatas a la vera del jardín. Y en la frente de la mujer diosa, el Horus imperial brilla como podría brillar el sol en la frente de Venus. Claudette ES Cleopatra No es raro que las más intensas emociones vibren en el cerebro de Claudette cuando un instante ha sentido invadir su carne el aliento voluptuoso de la mujer más bella y la reina más astuta que vieron los siglos. Y Mr. De Mille parece complacido cuando al través de una lente peculiar contempla la escena y sonríe. Mañana, a la hora del desayuno, Claudette resentirá la ausencia de su manto egregio de perlas rutilantes. Sentirá una vaga tristeza porque el esclavo egipcio no bate el abanico a su cabecera. Sentirá una pena infinita de haber sido Cleopatra en el siglo veinte, de haber ocupado la silla imperial de los Ptolomeos, junto a un extra de mirada indiferente, bajo un enorme cobertizo de mampostería. Charles Laughton, a raíz de su interpretación de Enrique VIII, dió en hablar a voz en cuello de las excelencias del divorcio. Charles Laughton está ya cerca de los cincuenta. Su mujer representa una pasión enteramente ajena al arte dramático, no la escogió de entre las compañeras que compartieron con él la escena y en esto se funda la estabilidad de su vida matrimonial. Pues bien, a raíz de haber concluído Charles la filmación de “Enrique VIII” el público teatral de Londres comenzó a murmurar que el formidable intérprete cinematográfico se divorciaba. Claro, todo el mundo veía en ello un capítulo de la vida de Enrique VIII. Todos creían a pie juntillas que si en la torre de Londres recibiera paga todavía el hombre del espadón, el cuello de la señora Laughton caería en sus manos tarde o temprano. La poesía de ser actor Todo fué simple farándula, habladurías de dueñas. No obstante, hablando de las sensaciones que experimentó al filmar su triunfo cinemático por excelencia, ha dicho Mr. Laughton a un reporter: —Recuerdo con cierta admiración que un día, al entrar a mi casa, estuve a punto de preguntarle al portero dónde había dejado su alabarda .. . Pero no se ría usted, no estoy bromeando, ni crea le digo esto porque tenga mada que cer con mi vida privada, pero en un terreno ideológico cada día soy más escéptico de las mujeres y del amor. Estas afirmaciones dan una idea vaga de la poesía de ser actor. Muchos hablan de las horas de aburrimiento y sinsabores que causa un contrato de cine. Hablan con efectiva supercialidad. El actor halla en la escena, frecuentemente, un lugar apropiado para el ejercicio de las más intensas emociones. Ciertas obras de arte le brindan oportunidad de soñar y hacen que presienta en el set o el tablado, cosas y seres que sólo en un sueño de morfina se pueden percibir con tan gran vivacidad. Eso de quejarse a todas horas amargamente de directors, de obras, y de otras cosas, es una manera excusada de tener algo que decir cuando no se tiene nada en realidad. La gente que vale algo puede decir 'sin ambages ni rodeos, que ama la profesión teatral como una de las más interesantes y variadas que jamás se hayan inventado. La verdad es que centenares de actores, cuando desde periódicos y magazines se quejan en tono doliente de sus mil y un sacrificios, no hacen sino justificar la frase de un gran escritor: “No hay peor plaga que un gran actor, sobre todo cuando su cultura le permite ocuparse de sí mismo y de las cosas en términos filosóficos.” En las películas de caracter histórico hay una verdadera colección de individuos que desempeñan papeles importantes y que en las demás películas rara vez.son empleados. Pero su semejanza con determinados personajes, o tal vez porque tienen ese sello de cosa antigua de personaje escapado de Enrico Caruso, Jr., que acaba de actuar en el film en español, “La Buenaventura,” de Warner Broth ers, se dispone a hacer otro film para la misma empresa. museo, son imprescindibles. Ferdinand Gotschalk, por ejemplo, es un sujeto sin el cual Hollywood no crearía nunca un buen ambiente de togas romanas o de túnicas griegas. Aparte de esta clase de actores, hay otros que han ganado considerables cantidades de dinero y cuyo único mérito es parecerse a tal o cual personaje histórico. George Billings, por ejemplo, hizo su profesión gracias a tener un rostro enjuto, y unos mechones de pelo que eran propiedad exclusiva de Lincoln. Como él hay docenas. Los estudios tienen registrados, en sus oficinas de repartos, los nombres de casi todos los grandes personajes de la historia, para los cuales tienen dobles de carne y hueso. Si Mr. Rawlinson viviera, no podría desmentir la veracidad histórica del parecido. Para Hollywood no es pues mayor problema resucitar a los muestos. No hace mucho necesitaron en una película la presencia del emperador Francisco José. 'Todo lo que tuvo que hacer el empleado del departamento de repartos, fué consultar su lista y ordenar que lo llamaran por teléfono. CINELANDIA, SEPTIEMBRE, 1934 EL CINE. (viene de la página 32) Carmen Ramos, mi princesa que en este castillo moras, la del mirar que embelesa, la del reir que enamora. Yo a tí te quiero tanto, vida mía, que si tú fueras pez, yo pez sería .... Escena Segunda Del otro lado de la valla, QUINTALITO, todo acicalado, se mira los zapatos, la corbata, el pañuelo en la bolsa del saco, la flor en la solapa, etc., etc. Un gesto de disgusto: en un zapato parece haber descubierto un poco de polvo. Se lo limpia contra el pantalón y toca el timbre con aire de conquistador o de nouveau riche. Vuela Carmen a la puerta, creyendo es Pepe y guardando los versos de éste en “ese lugar sagrado y delicadamente fino” al que no llega (en el sentido de que no debe llegar) la mano del hombre. ¡Decepción! Es “el otro.” Quintalito se quita el sombrero de copa, que coloca debajo de un árbol y presenta a Carmen un enorme ramo de flores. Lee Carmen la consabida tarjeta que dice: (título para la cinta) “A la que he decidido sea partícipe de mi inmensa fortuna.” Se sienta Quintalito sin que lo inviten a ello y saca del bolsillo un discursito ya preparado, que lee con gestos cursis y exagerados, llevándose las manos al corazón, hincándose de rodillas, etc., etc., mientras Carmen, entre aburrida y divertida, sonríe. De pronto hace un gesto como diciendo: “¡Viene alguien!” Escena Tercera Entra en escena Don Frascasio. presenta Quintalito a su padre. Contesta el pretendiente sacando unos cigarros y llamando la atención a la marca superior de éstos. Don Frascasio—Joven, ¿qué pretende? Don Quintalito—La mano de . . . (Mira a Carmen con expresión melosa y de “mala sombra.”) Don Frascasio—¿Con qué cuenta? Don Quintalito—(Saca la cartera y enseña ufano un montón de billetes, señalando uno de $1,000. Don Frascasio hace gestos de admiración y aprobación. Carmen seria y circunspecta. Quintalito saca un anillo que primero hace relucir y va a ponérselo a Carmen cuando. 3, Carmen ACTO SEGUNDO Escena Primera Suena el timbre. Alegría de Carmen. Desesperación de Quintalito. Aquélla echa mano al lugar donde tiene llos versos de Pepe. Observa, sospechoso, Quintalito. Escena Segunda Afuera Pepe, con vestido sencillo pero ad hoc, echa la última ojeada a otros verSOS. (Título) : SONETO A CARMEN Se abre de pronto la puerta y queda nuestro poeta cara a cara con el futuro suegro. Saluda Pepe y contesta Don Frascasio fríamente sin dejarle entrar. Pepe da vueltas y más vueltas al sombrero. Viene Carmen a salvar la situación y presenta a Pepe. Gesto interrogativo de Don Frascasio. Disgusto mal disimulado del rival. Don Frascasio—Joven, ¿qué pretende? Pepe mira a Carmen. Don Frascasio—¿Con qué cuenta? Pepe saca un pergamino que dice: (Título):