Cinelandia (January 1935)

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50 Joel McCrea, que además de ser buen actor, tiene la distinción de ser marido de Frances Dee y de haber abandonado la oportunidad de actuar junto a Marlene Dietrich por un disgusto que tuvo con el director Von Sternberg. , lizadas en libros y novelas privan en Hollywood entre gente de relativa cultura. La adquisición de diamantes tamaños como judías, el uso excesivo de trajes suntuosos cargados de elementos decorativos, etc. Hablando de las diversiones y centros de pasatiempo de Hollywood, no se puede menos que evocar la memoria del speakeasy, que era típico de la época de la prohibición. Hoy ha pasado a la historia. Existen en su lugar centros de juego, de libertinaje, de misterio. “Se llaman clubs “exclusivos,” y para poder ingresar en ellos es preciso ser llevado por alguno de los íntimos del lugar. La policía los persigue y en consecuencia cambian constantemente de lugar y de aspecto. Son lugares errantes, como las estrellas de cine, como las imágenes de celuloide. Alrededor de la ciudad del cimema se desarrollan un gran número de insectos que merodean en torno de los actores y escritores y directores prósperos, dispuestos en todo tiempo a chuparles la sangre. Son individuos que vinieron a Hollywood soñando con un futuro artístico y que han perdido ya las esperanzas. Se dedican a satisfacer la vanidad de los actores. Visten de un modo original y tal vez antiestético, pero so color de bohemia, se inmiscuyen en las fiestas elegantes y todo el mundo los tolera. Hay un enemigo de la prosperidad de los lugares públicos. El deseo de rehuir la exhibición, típico de muchos astros. Hoteles como el famoso Roosevelt Hotel, cuya mole blanca frente al Teatro Chino atrae las miradas de la gente y enmarca el Boulevard cerrando su extremidad oeste con llave de oro, que debería ser el verdadero centro de las actividades sociales de Cinelandia, tropiezan con el horror que tienen los actores a vivir en lugares céntricos. El Roosevelt es, sin embargo, un lugar casi legendario en la penumbra azul hollywoodense. Constantemente habita en él gente de figuración. Por el tablero telefónico vuelan los nombres de actores y estrellas que triunfan en la pantalla. En la terraza, en el “Patio Argentino,” cenan al aire libre a los acordes de una orquesta exquisita, parejas cinemáticas en las cuales el ojo del público se concentra. Es una de esas noches arábigas de Hollywood. Las estrellas de la tierra son una nebulosa descolorida, en comparación con el millón de lámparas que iluminan el cielo. a CINELANDIA, ENERO, 1935 Abajo, por el boulevard ruidoso, desfilan los autos de lujo, los Cadillacs “aereodiná. micos,” los Rolls Royces impecables, los Lin. colns y los Packards. La ciudad extiende sy manto cuajado de luces. Las colinas surgen informes en el fondo del panorama. Se piensa en París. Pero París es otra cosa. Aquí en la ciudad del cine existe una realidad sofocante que mata la ilusión sobre: humana. El deseo de medrar. Hollywool sería un ensueño si no fuera tan material, Su alma es el dólar. Su blasón, una buena cuenta corriente. Hasta el amor en Holly: wood tiene casi siempre un acre sabor mone: tario. París es más romántico, más desinteresado, También allí el dinero prima, pero la som: bra de Babilonia, de Gomorra y de Tiro, tiene matices más fáciles de reconocer. Si Hollywood tuviera el instinto natural que París tiene, la cena de Trimalción tendría lugar todos los días en los salones del Hotel Roosevelt. | LEYENDAS DE... (viene de la página 28) Cinelandia expresando esa descomposición y el surgir de complejos que hasta entonces había mantenido encerrados el Cancerbero de la censura, por usar la ya clásica expre: sión freudiana. Se hacen y se deshacen repu: taciones como haría o desharía montañas sobre la superficie terráquea la caída de la luna. Surgen nuevos sentimientos igualitarios y se producen al mismo tiempo las más variadas reacciones, tendientes a subrayar las diferencias que caracterizan a los seres humanos. El proceso comienza casi siempre de fuera a dentro, pero concluye por ser una legítima extroversión de la personalidad. En las leyendas que visten de sedas multicolores a la ciudad de cartón y yeso, hay siempre un fondo de verdad y un profundo sentido de humanidad, como en las leyendas del Vermland contadas por Selma Lagerlofi o en los mitos coleccionados por Hesíodo. En todas ellas tiene siempre papel prepon: derante el destino que hace salir adelante a Cenicientas de ojos azules y cabellos claros. La historia de Dorothy Jordan y de su iniciación en el cine, por ejemplo, es com: pletamente legendaria, aun cuando la fan: tasía haya partido de un hecho cierto pero carente de todo relieve. La leyenda que corre en labios de todos sus admiradores, cuenta que consiguió despertar el interés de los productores de películas gracias a que trabajaba como humilde midinette en los talleres de costura de Artistas Unidos. Se cuenta que gracias a su modesto empleo tuvo entrada al estudio y se presentó audazmente a uno de los directores más importantes, Sam Taylor, solicitando la parte de Bianca el “Taming of the Shrew.” Pero tal leyenda con todo su sabor poético, difiere de la realidad que, por otra parte, es tan fantástica en este caso como la leyenda misma. Dorothy, que es nacida en Tennessee, vino a Hollywood por haber ganado un concursó de publicidad organizado por Fox Films en dicho estado, con un contrato cuya extensión era de un año. Concluyó éste sin que tl estudio mostrara el menor interés por utiliza! los servicios de la muchacha o enterars siquiera de si valía para el cine. Con sus esperanzas desvanecidas, pero dispuesta 4 continuar luchando, se dirigió un día con sU madre a Artistas Unidos en busca del direc: tor de repartos, para pedirle la considerara, como posible intérprete de Bianca en “Tam: