Cinelandia (April 1935)

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Quería recibir la bendición de ese ser querido antes de iniciarse en su vida musical y artística. Encontrarse en Milán y vagar por sus calles, produjo en Enrico Daspuro una sensación de gran alegría. Estaba en la tradicional ciudad del bel canto. Su consagración definitiva no tardaría en llegar. Sin pérdida de tiempo y tarjeta en mano, se encaminó hacia la residencia del maestro Rubini. Su aspecto de provinciano y su timidez hicieron peligrar su primera tentativa. El portero dudó al comienzo, pero en seguida lo hizo entrar haciéndolo esperar durante varias horas. Más tarde veía al maestro, quien lo rechazaba sin darle la más remota esperanza ..... —Tengo demasiados discípulos y no puedo perder el tiempo con ilusos. Fué rechazado Esas habían sido las últimas palabras de Rubini. Cabizbajo, y tratando de contener la amargura que lo embargaba, comenzó a vagar por las calles de Milán. ¡El, que se creía con condiciones para triunfar, era rechazado sin haber siquiera sido escuchado! Cuando Enrico sintió que el cansancio había hecho presa de él, se detuvo cerca de un modesto café. Miró a su alrededor y vió a un grupo de cantantes que, vistiendo los trajes de las óperas más conocidas, penetraban al interior del restaurant en medio de los aplausos de los parroquianos. Enrico se mezcló entre la gente y minutos más tarde se encontraba sentado a una mesa del café observando lo que ocurría. Fortuni, un exfamoso bajo de “La Scala,” tenía una academia de canto y de vez en cuando ofrecía pequeños conciertos que servían para presentar a sus alumnos. El bajo vestía el traje de Mefistófeles y entre el grupo de discípulos era fácil reconocer a Rigoletto, Otelo, a Canio y a Julieta . .. La voz cavernosa de Fortuni resonó por todos los ámbitos del local: iba a representar la Opera Bufa de Campini. Enrico oía embelesado. A pesar de las pocas horas que llevaba en Milán, ya se sentía como que pertenecía a esa vida bohemia tan seductora. Cuando hubo terminado el canto, la presencia de un mozo que esperaba la orden, lo hizo recapacitar. “Tomó precipitadamente.su sombrero y su maleta y abandonó el local. Obscurecía. El siguiente problema—el de conseguir una habitación—había que solucionarlo. Aún le quedaban unas pocas liras en su bolsillo. (Caminó al azar y dió por fin, con una modesta casa de pensión, regentada por Madame Corelli, una antigua bailarina de la Opera y a quien los años y los kilos de gordura habían obligado a olvidar sus habilidades terpsicoreamas, por los quehaceres domésticos. Cuando Enrico se vió solo en la habitación, abrió las ventanas. Allá, muy a la distancia, se divisaba en la penumbra de la noche, la silueta de ese teatro que ha hecho latir tantos corazones de cantantes: La Scala de Milán. Mientras entonaba algunas partes de la Opera Bufa que había oído esa tarde, su canto fué interrumpido por un leve golpe. Era nada menos que Fortuni, que vivía en la pensión de Madame Corelli y quien, atraído por la voz del extraño, decidía verle. CINELANDIA, ABRIL, 194 —¡ Magnífico, magnífico! — exclamó entysiasmado el bajo—¡Cante usted otra yezl ¿Dónde aprendió usted eso? ¿Cómo se lla. ma? ¿Quién es usted ? É Enrico trató de contestar lo mejor qu pudo. Era de Nápoles .. . —¡De Nápoles . . . ! ¡No me extraña que usted cante! Yo soy también de all Y comenzaron a charlar, produciéndoye una gran simpatía entre ambos. Enrico le contó su entrevista con Rubini y el trata: miento que había recibido. —¡No te preocupes, muchacho . enseñaré! “. . y el gran Fortuni, que es mucho más grande que Rubini, está asombrado de mis aptitudes. No le cuesta ningún trabajo enseñarme porque el estilo y la técnica bro: tan espontáneamente de mí. He tenido que rehusar importantes contratos. Los peri: dicos se empeñan en ocuparse de mí, pero yo no quiero demasiada publicidad ahora. Te incluyo dos liras, una para ti y otra pan María, para que las gasten en lo que má les guste.—Tu hijo que tanto te quiere Enrico.” Las últimas palabras de la carta las leyó María entre lágrimas. Lágrimas de felicdad que denotaban visiblemente su amor La madre del hijo ausente sollozaba tam: bién de felicidad. ¡Algún día volvería su Enrico convertido en un hombre famoso y ella se sentiría orgullosa de él! Pero la verdad era muy distinta. Ni abu daban los contratos ni los periódicos se oct: paban de él. Lo que sí ocurría era que For tuni se había dedicado a enseñarle a can tar, con tal fervor, que había sacrificado sis demás alumnos para preparar a Enrico. La primera oportunidad de cantar se l presentaba a Enrico después de largos mes de angustia y de miseria. Doña Rosa Delle Piani, conocida dama de la sociedad de Milán, había solicitado de Fortuni un cal tante napolitano para que 'cantase en ul gran recepción que iba a ofrecer. bl . yO te El día de la fiesta Llegó el día de la fiesta. La resident de Doña Rosa estaba engalanada. Entrelw invitados figuraban el maestro Rubin] Eduardo de Martini y Teresa. Estos dll mos acababan de regresar de un viaje o América. Llegada la hora del concierto, concurrencia se reunió en el gran salón. % oyeron los acordes del Core. Ingrato y % figura del joven cantante napolitano apilt ció en el improvisado escenario. Y comen a cantar la melodía, con tal perfección y Wi tal seguridad, que conquistó la admiraci de los presentes. Teresa, sentada cert Eduardo, miraba interesada al mucha ¿Podía ser él? Y sin contenerse, pregll calladamente: —Eduardo . . . ¿quién es ese muchaci . . . Estoy segura de que .. . ¿Es el mu cho de Nápoles? ... e No se había equivocado. Momentos M tarde Enrico era llamado ante su presel y recibía las más calurosas felicitacioM También Rubini se acercó a estrecharle! mano y aún más: le proponía tomarlo ba su tutela. —Durante un año por lo menos, 10% tará usted una sola nota fuera de mi demia. e Enrico agradeció, pero no podía acepil ¿Y cómo iba a vivir? 1 —Nada es imposible. No hay obstiil que no se pueda vencer. Quizá y0 podi ayudarle—interrumpió Teresa, una vez? Eduardo se había retirado. e Enrico la miró con gesto agradecido. —Mi dignidad no me permite, señolá ca0