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—¿Qué razones . . . ? —exclamó malhumorado el monarca.
—Un marido dócil, un sitio en la Corte . . . ¿Soy acaso yo una criatura inocente para dejarme engañar de esta manera?
—¿Os atreveis a sugerir que yo... ?
—Majestad, quizá yo esté acostumbrado a satisfacer vuestros caprichos, pero vuestros vicios . . . ¡Jamás!
—¿Olvidais acaso que soy vuestro Rey?
—Yo no he olvidado que soy vuestro Cardenal, responsable por la inmortalidad de vuestra alma ...
—Cuando llegue la hora, os contestaré...
—¿Qué me contestará Su Majestad ?—comentó socarronamente Richelieu.
—¡Qué humilde servidor religioso . . . ! La riqueza, la arrogancia que os he dado... ¿está todo esto de acuerdo con los principios de vuestra Iglesia?
—Estas son cosas que debe determinar mi conciencia; pero ni mi Rey ni mi país humillarán esta criatura.
Las palabras del sacerdote irritaron al Monarca.
—Me acusais de intenciones de las cuales . —no pudo terminar su frase porque no sabía que responder. En seguida, recobrando fuerzas, preguntó—¿De una vez por todas, obedecereis a vuestro Monarca?
—¡No, Majestad!
—Muy bien .. . Veremos cuán lejos puede llegar el poder del Cardenal sin el apoyo de su Rey.
Y girando sobre sus talones, se alejó del castillo con su comitiva.
Pero Richelieu no se dió por vencido. Esa misma noche llamó a su presencia a André de Pons, que había sido arrestado.
El joven y arrogante oficial, de pie ante el escritorio del Cardenal, oía atentamente las acusaciones que recaían sobre él. Richelieu, tratando de convencerlo, le hizo ver la realidad de los hechos, le explicó sus planes, sus deseos de unificar a Francia para que así pudieran rechazar una invasión extranjera que no tardaría en ocurrir. André, convencido, besó la mano del Cardenal y cuadrándose militarmente, dijo:
—Se dice por todas partes que sois el diablo en persona y que haceis lo que quereis con los hombres . .. y es verdad. Estoy listo para serviros.
En ese instante el Padre José—confidente del religioso—entraba a la habitación trayendo un mensaje de Su Majestad. El Cardenal se excusó ante el oficial y leyó el documento que decía:
“Mademoiselle Lenore de Brissac se trasladará a Palacio y figurará como Dama de Compañía de Su Majestad, la Reina, hasta tanto se verifique su enlace con el Duque Cing-Mars.—Luis, Rex.”
El sacerdote leyó el pliego con avidez. Sin perder un instante, preguntó al oficial si era casado.
—¡Me alegro!—respondió Richelieu ante la respuesta negativa de André—. El pa
Presentamos a los cómicos Bert Wheeler y Robert Woolsey, un momento antes de que Woolsey sacudiera las cenizas de su puro en un cuñete de pólvora y con los bolsillos llenos de dinamita.
CINELANDIA, JULIO, 19;
triotismo exige sacrificios. Para mi objetivo es esencial que os caseis en el acto.
—¿Casarme?—preguntó extrañado el of. cial—. Primero me pedis que haga algo por mi país y luego me ordenais algo que e imposible.
—¿Imposible? — comentó el Cardenal= Además no habeis visto a la dama.
—Ni la veré tampoco, Eminencia.
En seguida explicó que estaba enamorado de una joven a quien había visto una sola vez . . . Richelieu no pudo menos que son: reir.
—Es gracioso ver a un hombre sacrifican. do su vida por una mujer a quien ha visto una sola vez y cuyo nombre desconoce ...
En ese instante Lenore entró inesperada: mente en la habitación. El encuentro con el oficial fué de gran emoción.
—Es un hombre muy obstinado — dijo Richelieu mientras abrazaba a su protegi
da—. Desde hace quince minutos que le estoy pidiendo que os acepte por: esposa pero rehusa ..-.
—¡Oh, André ... !
El oficial quiso explicar. tiempo, el Cardenal ordenó:
—Dentro de media hora os casaré en mi capillas. 3
Las conspiraciones del Duque de Baradas
¡ Había conseguido su objeto! comenzaban a surtir su efecto. Ya había celebrado una conferencia secreta con los representantes de Inglaterra, Austria y Es paña para que, mediante la intervención de esos países, se procediera a la abdicación de Luis XIII colocando en el trono a Gastón, hermano de Su Majestad. Cada uno de los representantes insistía en que el ejército de Richelieu no abandonara París. Era el ún: co medio para realizar con éxito la con piración.
El Duque de Baradas, siguiendo su plan, se había acercado al Rey. Había consegudo exaltar los ánimos en París, todo el mur: do protestaba en contra del Primer Ministro, se lanzaban injurias contra su persona...
Su Majestad, molesto ante la intranquil dad de su pueblo, se decidía a seguir las instrucciones de Barada. Entre tanto, tl Cardenal Richelieu no parecía inmutaist por el giro que habían tomado los acontedmientos. La noticia de que el Rey había ordenado que las tropas no abandonara París mo le inquietaba en lo más mínimo. Todos sus planes habían funcionado, hasta ese momento, estratégicamente. Mediantt una ayuda financiera a Escocia, había 1n0tado a ese pueblo a rebelarse contra Ingl* terra. De ese modo evitaba un encuent bélico con ese reino. Austria, por su part no podía combatir con un país cuyas fuerza militares eran superiores, y en cuanto a Ls paña, ya había tomado precauciones: la de mobilizar el ejército hacia la frontera, U caso de que ese país intentase invadir 1 Francia.
Horas más tarde llegaba al despacho del Cardenal, el General Le Moyne, Generalís: mo de las tropas francesas. Traía una 0 den de Su Majestad en que ordenaba M abandonar París bajo ninguna circunstandi Pero Richelieu no hizo caso del manda ¡Primero había que salvar a Francia! desobedeciendo la orden del Rey, rogó ale Moyne que lo esperara a las puertas % París. ¡Si el General no se atrevía a sal el ejército de la capital, él se encargaría % hacerlo!
—¡Se olvida nuestro Rey que aún s0 d Ministro de Guerra!
El Rey estaba enfurecido. El hecho de que Richelieu hubiese desobedecido sus '' denes lo había encolerizado. El Duqu Baradas, siempre a su lado, no perdía 0% sión de desprestigiar al Primer Ministro
Sin pérdida de
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