Cinelandia (October 1935)

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46 contienda del Chaco se lleva a la pantalla, no para criticarla o ensalzarla, sino para mostrar un episodio íntimo, más lleno de heroismos deportivos que de odios guerreros. Hasta la fecha la producción hispana ha adolecido de exceso de diálogo, en muchos casos tan bien escrito como falto de humana naturalidad. Esta es la primera vez que para una cinta en español se ha tomado un tema aeronáutico, en que la acción reemplaza al diálogo y en que los intérpretes tienen demasiado que hacer, luchando, volando y peleando, para tener tiempo para largas tiradas de frases de efecto. Y esa es otra cualidad que habrá que agradecer a los productores de “Alas sobre el Chaco.” El reparto de la cinta es posiblemente el más completo y repleto de nombres famosos en el firmamento estelar hispano que Hollywood podría ofrecer a nuestros públicos. Tratándose de una cinta aeronáutica, abundan en ella los personajes masculinos, mientras el elemento femenino aparece en forma reducida. Eso dió ocasión a buscar a cuanto actor de prestigio reside en Hollywood dedicado a la producción en castellano. El tema encierra, sin embargo, un romance, pero éste no aparece sino episódicamente para no destruir la continuidad recia y guerrera de la trama, aunque los personajes principales actúen y se desenvuelvan movidos por una pasión íntima, noble en todos los casos. Un buen reparto José Crespo encarna al capitán Roberto Kent, aviador de fortuna de origen extranjero, al servicio de Bolivia. Antonio Moreno es el comandante Manuel Tovar, jefe de la base aérea de Entre Ríos, la avanzada aeronáutica de las fuerzas del altiplano. Lupita Tovar es su esposa, que vive en La Paz esperando siempre las noticias angustiosas de la guerra. Romualdo Tirado es el mecánico de Kent. Julio Peña encarna al teniente Mitchell, otro aviador extranjero. Barry Norton es el capitán Díaz, Juan Torena el teniente Milano y Justo José Caraballo el teniente Cabello. George Lewis tiene a su cargo el papel del operador de radio de la estación de Entre Ríos. Francisco Marán encarna al general en jefe de las fuerzas aéreas de Bolivia y Lucio Villegas a un médico de la sanidad militar. José Rubio tiene a su cargo otro papel importante: el del “as de los ases” de la aviación paraguaya, apodado “El Zorro” y cuya figura temible se cierne cada amanecer sobre las líneas de combate. Y agréguese a ese reparto una buena cantidad más de papeles de menor importancia. Cuando se prepara una cinta de tema corriente que ocurre en tierra firme, los preparativos incluyen como parte principal la erección de los sets y la elección de los artistas. Pero en una cinta aérea entran elementos de diversa índole. Hay que contar con un buen núcleo de aviadores, con máquinas aéreas de los más diversos tipos y con todas las dificultades y peligros de una cinta que, como ésta, ocurre en el espacio por lo menos en más de la mitad de sus escenas. Y que además, tratándose de la reproducción de un ambiente guerrero que se desenvuelve casi en los actuales momentos, era necesario ser estrictamente veraz en todos los detalles. La gran guerra europea terminó hace más de quince años, de modo que es posible olvidarse un poco de los pequeños detalles de la vida de esos días. ALAS SOBRE EL CHACO (viene de la página 13) Pero esta otra contienda está fresca en la memoria de todos. Existe en Hollywood un grupo de avezados pilotos que toman parte en la gran mayoría de las películas de aviación que aquí se filman. Son los héroes ignorados que exponen su vida y realizan todas clase de acrobacias que luego el público admirará, creyendo que han sido hechas por los astros de la cinta. Y los trucos están realizados con tal habilidad que nadie podría notar donde comienza y donde termina la superchería. Esa es la naturalidad del cine, que parece más legítima aún que la verdad misma. En “Alas sobre el Chaco” contamos con los mejores pilotos de Hollywood, los mismos a quienes el espectador habrá admirado en “Hell's Angels,” “Wings,” “Dawn Patrol,” “The Eagle and the Hawk” y muchas otras más. Frank Tomick, Garland Lincoln, Earl Gordon, Herb White y Vance Breese fueron los principales pilotos que tuvieron a su cargo el comando de las escuadrillas de bombardeo y combate utilizadas en la cinta. En el Condado de Calabasas, al norte de Hollywood, a espaldas de los grandes terrenos que la Paramount utiliza para sus escenas exteriores y en donde se filmara no hace mucho “Lives of a Bengal Lancer,” se eligió después de no poca búsqueda el terreno que se necesitaba para emplazar al aeródromo de fortuna, en medio del Chaco, escondido entre cerros y arboledas. Fué necesario talar un terreno sembrado y alisarlo. No parecía posible que se pudiese salir y aterrizar en aquella angosta franja de tierra, pero los aviadores contratados aseguraron que podían hacerlo. “En tiempos de guerra,” declararon, “no se puede decir que no y no es posible pensar que en el Chaco puedan los aviadores de cualquiera de los bandos contar con un campo de dimensiones respetables.” Terminada la primera semana de trabajo, se decidió partir el siguiente lunes para el sitio elegido. Aquel sábado quedó decidido cómo y dónde nos reuniríamos para partir. Algunos tomarían los autobuses de transporte puestos a su disposición por el estudio. Otros irían en sus automóviles. Reuniéndonos todos en el improvisado aeródromo el próximo lunes a las nueve de la mañana. Yo fuí uno de los últimos en abandonar el set aquel sábado. Cuando ya me retiraba, me llamó el escenógrafo de la producción, el arquitecto Harrison Wiley, rogándome le diera una lista en castellano de los rótulos que sería necesario colocar en el aeródromo. A falta de otro papel a mano, tomé un cheque en blanco, de su libreta, y allí en el revés le anoté los títulos. Estaba de prisa, me dijo, porque había decidido acompañar al cameraman de la película, Charles Stumar, en el avión de éste hasta el aeródromo a fin de observar desde lo alto el efecto de las construcciones. —Descenderemos allíi—me dijo señalando —. Hoy será Charles el que maneje. El era también aviador y ya había bajado en el pequeño terreno días antes sólo para convencerse de su habilidad de piloto. Los vi salir del estudio juntos en el automóvil del primero, rumbo al aeródromo de Burbank, a pocas millas de Universal. Me dirigí a casa, deteniéndome en Hollywood unos minutos. Y acababa de llegar cuando sonó el teléfono. Me llamaban para comunicarme la trágica noticia de que unos minutos antes, al aterrizar el avión de Stumar y Wiley en el aeródromo de Calabasas, el viento, tomando a la máquina por la cola la había estrellado contra un árbol, murien CINELANDIA, OCTUBRE, 193: do ambos instantáneamente. Me parecía imposible. Apenas una hora antes había estado charlando con ambos, Perdíamos todos dos grandes amigos y dos buenos colaboradores: el arquitecto y el cameraman de nuestra película. Cuando llegamos al terreno el lunes, ya habían sido retirados los restos de la má. quina. Christy Cabanne, el director, pidió que nadie comentase ni recordase el hecho, Pero a espaldas del set iban y venían las frases, describiendo la tragedia, mostrando el árbol a pocos pasos de donde estábamos filmando, en donde las ramas destrozadas mostraban el terrible choque del avión. Después parecía perseguirnos una mala racha. Barry Norton, inquieto, iba y venía hasta el teléfono de campaña, llamando a la ciudad a cada instante. Una amiga suya, su novia casi, estaba muy grave e iba a ser operada. Una hora después recibía la triste noticia: acababa de morir. Y tenía él que actuar. Por extraña coincidencia, su siguiente escena era aquella en que afligido escuchaba de labios del teniente Mitchell la noticia de que su hermano, otro aviador de la escuadrilla, acababa de ser echado abajo. Y Antonio Moreno debía comentar, siguiendo las frases del diálogo: —El mejor homenaje que puede hacerse a los muertos es olvidarlos. Parecía la realidad, no la ficción cinesca. Una escena estupenda Más tarde organizamos la escena en la cual “El Zorro,” volando a pocos metros de altura, comete la audacia de venir a ame: trallar a sus rivales en su propio aeródromo, escena durante la cual resulta herido el capitán Kent, encarnado por José Crespo. Para ese momento era necesario mostrar có: mo los tiros de la ametralladora del avión golpeaban sobre el campo, junto a los intérpretes, realizándose el truco de una manera ingeniosa. Una gran cantidad de pequeños balines de fogueo, enterrados en el suelo y unidos entre sí por cables eléctricos, reventaban en un momento dado coincidiendo con el paso del avión. De ese modo se veían los tiros como si hiriesen el terreno justa: mente en el sitio en que yacía Crespo. És la realidad del cine que casi va más allá de la realidad misma, no sin peligro pará los intérpretes. : Y así, durante una semana, hicimos vida de campaña si no tan dura y sacrificada como la guerra misma, a lo menos mUj emocionante. Al lunes siguiente estábamos de regreso en el estudio, listos para cont: nuar las escenas interiores y los llamados process shots, escenas en que mediante el procedimiento de colocar tras el artista uni pantalla de proyección, es posible ver 1 aquel como si en realidad estuviese volando y piloteando una máquina en el espacio, ob: teniéndose el mismo efecto que si la escená fuese tomada en el aire, pero con la venta] de una perfecta reproducción fotográfica Y del sonido o las voces que la escena If quiere. Allí trabajamos casi una semana, enso' decidos algunos días por el bramar de las ametralladoras, realizando la escena durant la cual José Crespo abofetea y domina ? José Rubio y aunque las instrucciones eral precisas, el primero no pudo retener sus músculos y al primer golpe la sangre saltó lejos, manchando el uniforme del segundo— el puño de Crespo le había causado una 1 rida en la barbilla. Intervino el enferme" del estudio y la lucha continuó. Porqué los Lea los anuncios de CINELANDIA. Valiosos e interesantes.