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EINELANDIA, MARZO, 1936 nerse a flote y levantando los ] joven médico. —Os haré paar por esto aunque tenga que dedicar para
“Los suscritos SOMOS hombres sin patria, perseguidos por la justicia. Por esta razón
nos uniremo é e E busteros para practicar la profesión de pl
, iñenicas se paseaba por la cubierta del barco, Peter Blood dictaba la constitución que desde esos instantes, cambiaría por completo la vida de los desafortunados esclavos. La tripulación escuchaba en silencio.
“Nosotros, los perseguidos, perseguiremos,” prosiguió. “Nos Juramos eterna amistad y nos dividiremos en partes iguales el fruto de nuestros saqueos. El que desobedezca alguno de los artículos que más abajo estipularé, sufrirá su castigo . . .”
Y así, con el barco raptado a la corona española, flameando en su mástil el emblema pirata, rebautizado con el nombre de la mujer que Peter Blood amaba entrañablemente y con ese puñado de hombres dispuestos a dar su vida por él, se convirtió en el terror de cuanto barco surcaba esos mares.
Meses más tarde, la “Arabella” arribaba al pequeño puerto de Tortuga, verdadero paraíso de los piratas de aquellos tiempos. En este lugar, el Capitán Blood conoció y decidió unirse con el célebre Capitán Levasseur, otro filibustero francés cuya reputación en el arte del saqueo en alta mar se comparaba sólo a la del mismísimo Capitán Blood.
—Queda entendido que mañana zarparemos al amanecer, tomando cada uno nuestros rumbos. En fecha determinada nos encontraremos en la Isla Virgen de Magra, en donde nos repartiremos los botines de nuestras aventuras.
—Convenido—dijo Levasseur, estrechando la mano de Peter Blood, mientras bebía copiosamente.
Un duelo entre piratas
Muchos meses después, Levasseur arribaba a la isla convenida con una preciosa carga. Había apresado un barco inglés en el que viajaban Arabella y Lord Willoughby, un emisario del Rey. Cuando horas más tarde aparecía la “Arabella,” la admiración y sorpresa de Peter Blood no tuvo límites.
Los planes de Levasseur disgustaron visiblemente al corsario irlandés. Ambos hadían jurado no tomar prisioneros, ni menos exigir una cantidad de dinero en pago de su libertad,
Arabella, del brazo de Lord Willoughby, sentiase herida en su amor propio. Aquel hombre, a quien había comprado por la mísera suma de diez libras, a quien había favorecido en más de una ocasión, ni siquiera le había dirigido la palabra. ¡La trataba cual sI fuese una simple presa de saqueo... ! o Blood con los planes de LevasPa ecidió pagar la cantidad exigida por a libertad de Arabella.
e aobe Pos de estas perlas—dijo sacando e olsita un puñado de finísimas per
, an más de la cantidad exigiMad, y augusto socio. Y ahora—añadió al dos perlas al resto de la tripula(EU sario francés—agradeceré que 1 propiedad” a bordo de mi barco
—
¡No deseo ser comprada ... |! —excla
MÓ indignada Arabella avanzando un paso
hacia Peter Blood.
—Os olvidais que en cierta ocasión alguien dijo que un esclavo no se encontraba en posición de hablar—recalcó el médico recordando las palabras de Arabella, cuando éste fué vendido públicamente en la plazoleta de Port Royal...
Pero Levasseur no estaba dispuesto a dejar escapar su presa.
—No os la venderé, ¡No mientras yo viva! —dijo altaneramente desenvainando su espada.
—Entonces la haré mía cuando vos esteis muerto—añadió Blood desenvainando también su espada.
Las tripulaciones de ambos barcos se alinearon para presenciar el combate. Levasseur y Blood se batían con admirable destreza. Pero la agilidad del irlandés le ganaba terreno. Después de largos instantes de lucha, Peter Blood, con una magnífica estocada, terminaba con la vida de su socio.
Horas después, en la cabina del capitán filibustero, Peter Blood mostraba con arrogancia a la joven cautiva, el fruto de sus años de saqueo.
—He ido lejos desde el día que me escapé de las plantaciones de vuestro tío—le dijo mostrándole un cofre lleno de joyas.—Todas están a vuestros pies, mi queridisima Arabella.
—¡Qué atrevimiento! Nunca aceptaría vuestras riquezas, ¡nunca! —respondió levantándose Arabella, ya sin poder contenerse—¡Nada que pertenezca a un ladrón y a un pirata!
Y sin agregar una palabra más, se retiró de la cabina.
Instantes después entraba Pitts anunciándole que Lord Willoughby deseaba hablarle.
—Decidle que no intento hablar con ningún emisario de Su Majestad.
Y, en seguida, saliendo a cubierta, impartió órdenes.
—¡Prepárense a partir! nuestro destino!
Al enterarse la tripulación de los planes de Peter Blood, el descontento fué general. Todos sabían que parte de la Escuadra Inglesa se encontraba en aquel puerto y todos sabían también que aquello era sólo un capricho del Capitán Blood quien, por salvar la vida de la cautiva, exponía la de todos ellos.
Pero la actitud férrea del corsario venció una vez más. ¡A Port Royal había dicho, y allí llegarían ... !
Cuando avistaron el puerto, la tripulación no se asombró al ver dos grandes barcos anclados en la bahía. Pero a medida que se acercaban, pudieron cerciorarse que los bergantines flameaban la bandera real francesa y que bombardeaban las fortalezas del puerto. Fué entonces cuando Lord Willoughby aclaró la situación: Inglaterra se encontraba en estado de guerra con Francia.
—Además—dijo el Lord—deseaba veros para comunicaros que James 11 ha sido destronado y que Su Majestad Guillermo I os ha perdonado vuestras sentencias ....
Aquellas declaraciones cambiaron en el acto los planes de Peter Blood. Decidió ahora sacrificar su vida y la de sus compañeros por la corona inglesa, decidió ir al desigual combate, no sin antes haber tomado precauciones para poner a Arabella en tierra, sana y salva.
El éxito del combate no tuvo límites. Flameando el emblema francés, Peter Blood se había acercado a los dos barcos enemigos, hasta colocarse entre ambos. Y 'en seguida, reemplazando la francesa por la bandera inglesa, había abierto fuego por ambos lados, consiguiendo a la postre una aplastante victoria sobre las fuerzas enemigas.
Entre tanto, el Coronel Bishop, mandando parte de la flota inglesa, se había lanzado
¡Port Royal es
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en persecución del temible pirata de quien había jurado vengarse. Y después de una búsqueda inútil, regresaba a Port Royal, cuando el combate había terminado.
Arabella se sentía en la gloria. Aquel acto de heroísmo y arrojo de Peter Blood significaría, para él, su reivindicación.
Cuando el médico llegaba al palacio del Gobernador, Arabella se lanzó en sus brazos.
—Creí que os habíais ido . . . No podeis permanecer aquí .. . Mi tío, que es el actual Gobernador de Port Royal, acaba de llegar y Os apresará ...
—¿Me amais de verdad ?>—preguntó el médico sonriendo.
—¿A quien otro podría amar yo... ? —respondió sonrojándose Arabella.
Cuando el Coronel llegaba al Palacio, un oficial le hacía saber que se encontraba incomunicado.
—¿Qué significa esto? ¿Habeis perdido el juicio? ¡Yo soy el Gobernador!
—Erais el Gobernador—se adelantó diciendo Lord Willoughby—. Existen graves cargos en contra de vuestra persona por haberos lanzado a la caza de un pirata dejando indefenso el puerto ....
—«¿ Y quién diablos sois vos para hablarme asi?—yvociferó Bishop.
—Soy Emisario Especial de Su Majestad. Pero vuestras excusas serán oídas por Su Excelencia, el Gobernador.
—¿El Gobernador ... ? ¿Quién... ? —balbuceó el Coronel sin comprender. Y caminando hacia su antigua oficina, encontraba allí a Arabella en brazos de Peter Blood.
LO MEJOR...
(viene de la página 23)
de cada cinta, a la salida del teatro o sala de proyección, van a ayudarnos a hacer esta lista de obras maestras cinematográficas producidas por los estudios hollywoodenses durante el año 1935.
Veamos ahora los estudios de Metro-Goldwyn-Mayer que casi siempre, ya sea por el número de sus astros y estrellas o por la organización que poseen, ofrecen el número más sólido de grandes cintas de cada año. De todo el programa del estudio durante 1935, hay que separar—como también de las demás empresas—aquellas cintas que ya han llegado a nuestros países y aquellas otras presentadas en Hollywood durante los últimos meses del año, que el público de habla española no conocerá probablemente hasta mediados de 1936. Y justamente en los últimos meses de 1935, Hollywood ha entregado a la crítica y al público lo mejor de su cosecha.
Entre las obras de la Metro, ya conocidas de nuestros lectores, deben mencionarse como las mejores la filmación de “David Copperfield,” la novela de Dickens, grande como esfuerzo y como realización y la opereta “Naughty Marietta,” con música de Victor Herbert, indudablemente la cinta musical más completa y artística del año. La Metro ha realizado también muchas otras cintas meritorias, tales como “I Live My Life,” de Joan Crawford y Brian Aherne; “Anna Karenina,” de Greta Garbo y Fredric March; “Sequoia,” de asunto silvestre; “Broadway Melody of 1936,” la mejor cinta musical trivial producida en el año y “A Night at the Opera,” astracanada sin sentido, pero graciosa, de los tres hermanos Marx.
Ninguna de estas cintas, sin embargo, merece figurar entre la flor y nata de la producción anual, con la excepción de las dos
Cuando escriba a los anunciantes, mencione CINELANDIA.