Cinelandia (May 1936)

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marchaban de acuerdo y un buen día aquel renunció a su cargo. Marlene llamó a la oficina de Lubitsch y esa misma tarde anunció éste que él, personalmente, tomaba en sus manos la supervisión de la. cinta de Marlene que sería la última que la estrella alemana haría para el estudio. Y la filmación continuó, en manos de Henry Hathaway. Habrá que recordar además, que Charles Boyer es el galán y que eso significa una extraña unión franco-germana que produciría con un buen tema y mejor director, posiblemente una película espléndida, aunque el público no sepa nunca de los dolores de cabeza que Hathaway se llevaría para dominar dos figuras interesantes pero que, por lo mismo, deben de tener su temperamento. Entre tanto Lubitsch decidió dejar la labor directiva del estudio. El hombre es director y le hace falta el set, las luces, el tic-tac de la cámara. Hará este año tres o cuatro películas para la Paramount, pero antes de comenzarlas se dará un descanso de tres meses viajando por Europa. Y cuando Marlene supo que su supervisor se iba de viaje, puso los puntos sobre las íes: si Lubitsch se iba, ella se iría también y allí quedaría sin concluir la película. Y cuando aquel se rascaba la barbilla y casi, casi, decidía postergar el viaje, he aquí que termina el plazo del contrato de la estrella y ésta anuncia que se va a Europa porque tiene prisa de estar en el viejo mundo y no hay nada que pueda detenerla. Y esa misma tarde dijo Auf Wiedersehen a sus amigos del estudio y comenzó a hacer sus 32 Arriba, tres concurrentes al baile del Mayfair. Dolores Costello, Harold Lloyd, y su esposa, Mildred Davies. A la derecha el director Ernst Lubitsch con su inevitable puro. maletas. Dos días después había liquidado su casa, despachando a sus sirvientes e instalándose en un hotel de Beverly Hills, lista para tomar el tren rumbo a Nueva York. Entre tanto el estudio quedaba con una película a medio hacer, un galán contratado por una suma enorme—-—Charles Boyer—y dinero invertido suficiente para hacer dos películas de programa corriente. John Otterson, presidente de la empresa, tuvo una larga conferencia con la estrella y llegó por fin a un acuerdo: Marlene se iría sin terminar la cinta pero aceptaba regresar en algunos meses más, una vez filmada una cinta en Londres, y haría otra película para Paramount. Y esa misma tarde el estudio iniciaba negociaciones con Warner Brothers y con Artistas Unidos para arrendar a Bette Davis o a Merle Oberon a fin de reiniciar, con cualquiera de ellas, “Amé a un soldado,” dando por perdido todo lo que se filmara con Marlene. Pero he aquí que más tarde, reunido el directorio de la empresa, se decidió rechazar el acuerdo entre aquella y John Otterson e insistir en que la estrella terminara la película comenzada. Parece, sin embargo, que esto no fué posible, porque el contrato tiene una fecha final, que ya ha vencido y así es que Marlene se fué de todos modos. Y es lástima que salga de aquí q. tud desafiante y que deje tras q amargo recuerdo final, cuando Hal la recibió con los brazos Abierto hizo una propaganda formidable o dola a la situación que hoy le yo esta actitud. | E A EL BAILE BLANC DEL MA YFA| Por De la Horia Todos los años el Mayfair Chal mado por la vía láctea de la consi cinesca, se reune en un sitio de pj baila, hasta el amanecer, en un fera de lujo y de alegría que Hol; es uno de los pocos sitios en el y capaz de ofrecer. Cada año, un: lla de fama es la encargada de la q zación. Y esta vez la elección ren Carole Lombard, esa bella actriz q trás de las cámaras es tan gracioy expresiva y tan alegre como la veni el cine. Para el baile del Mayfair, Carole] bard lanzó un úkase definitivo: to damas asistentes debían ir vestida mente de blanco. El baile se rel el local del restaurant Victor Eu Beverly Hills, el sitio que, segll! tan las malas lenguas, más de algúl' cree que pertenece a un señor [! l a E ETRE E E_O0mP a a o RN | É | ] | | | RT que, entre guiso y guiso, escribll miserables” ... Llegó la noche. Dos ujieres, l uniforme, anunciaban a los que lll gando, precedidos de un toque del ta. Damas de blanco y cabal negro. Pero, de repente, la sala” se conmovió. Carole perdió la soni un momento, pero volvió a recol Jeanette MacDonald, vestida de col! va, llegaba al salón acompañada p son Eddy, su galán de dos películkl cales. Nadie oyó el saludo de * estrellas. Alguna mala lengua % que Carole, con la mejor de sus 0 había comentado de modo que oyese: