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£nito que, gracias a los buenos 4 po ablan apilado, llegara a ser A rillante profesional, graduado en la E pona Charles les dió la desagradable po de entregar su alma y su ambirte de Moliere. Para UN hijo de burgueses que deso arte especulativo, Charles rogresó milagrosamente. No encontró ropiezo alguno en su Carrera. En breve tiempo llegó a Ser uno de los favoritos atrales de la Ciudad Luz. He aquí cómo describe SU primer fracaso en la vida: Yo no supe lo que era pasar horas sta que vine a América. Un e empeñó en hacer de mí el téroe de un melodrama azucarado. Sin prestar atención a la premura Con que iabía yo adquirido un conocimiento 1mdel idioma inglés, me obligaron 1 que aprendiera el diálogo un momento antes de que se filmara cada escena. No iera yo el resultado No volví a ser feliz hasta el día en que logré comprar mi mntrato y volví al Gymnase Theatre de París, donde siempre he sido un favorito
de la suerte.
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El genial actor francés, Charles Boyer, tiene el rol de primer galán en la película “El jardín de Alá”, de Selznick International. Abajo lo vemos con un flamente Packard, su auto favorito.
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e la hipocresía, pi distinción. “OMunes que tie
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o la excesiva familiaridad. es inevitablemente francés,
ademá s muás de francés PARISIEN.
de Boyer es un caballero de moas sin ser demasiado melifluo. ción en él no se confunde nunca
Es franco dentro de Uno de esos tipos poco Os que le do nen el don de hacer que an actúen con toda liber
embargo, desconoce por
20 de su ; : Sin emú ineludible sabor francés, no
eesticula en demasía, ni se sacude de hombros mientras escapa de sus labios un “Mon Dieu” tradicional.
Boyer me habla del arte de interpretar:
—REs la esencia, el placer del teatro. El triunfo de un actor es saber salirse de sí mismo para vivir intensamente los goces y las tragedias de otros hombres. Ningún tormento más difícil de sobrellevar, por consiguiente, que el ver sobre sí la amenaza de convertirse de la noche
a la mañana en un Tenorio de la pantalla,
en un hombre cuya simple presencia en el film es la clave del éxito.
Claro está que no hay muchos Boyer en Hollywood. Su apresurada fuga después de “Caravana” pudo muy bien haber sido el punto final de su carrera. Pero Walter Wanger, avieso, incansable, lo trajo una vez más desde París y le brindó toda una consagración y una carrera: “Mundos Privados.”
En la vida de Boyer una muchacha inglesa tuvo una influencia definitiva:
—Cuando el triunfo llamó a mis puertas en Francia—me ha dicho—Juré dedicarme exclusivamente al arte. Hice voto solemne de no enamorarme nunca. Ya usted ve que no pude cumplirlo, y que estoy satisfecho.
Cuando la amargura de la incomprensión lo alejaba de Cinelandia, Pat Paterson (su esposa) fué el único lenitivo que Boyer encontró. Ella ama a París. Aprendió el francés en un tiempo “record.” Si pudiera hacerlo, viviría en Pare Monceau, en la lujosa residencia del actor. Pero ella también está enamorada del arte interpretativo, y de Hollywood, y del cinematógrafo, que demandan su presen
cla.
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