Cinelandia (October 1936)

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jestilo de su país, unos cuantos cenmares de dólares. Hakim tenía un amigo fiel y generoso, Api, discípulo de Mahoma como él. íp sus ratos de Ocio ambos se dedicaln a tañir con mayor o menor arte, jertos instrumentos orientales que hayan traído, de Beirut, de Aleppo, de los pjanos montes del Líbano. Pronto otros ympinches se incorporaron a la orquesta Y quedó definitivamente organinido UN quinteto de extraños instrustos orientales, el kanooun, una espede citara popular en Arabia, el oud yel rabeb, instrumentos de cuerda y el hazuk. E la popularidad de este original coninto musical, capaz de evocar ondulames de huríes y misterios del Korán, ió rápidamente y pronto nuestros mísicos se vieron solicitados por los siidios que, como es sabido, manufactan frecuentemente películas de amhente oriental y necesitan toda clase le instrumentos autóctonos. llakim bendice a Alá cuando algún iudio demanda sus servicios porque 'lble permite en unas cuantas semanas Kar más dólares de los que pescaría su mercado de mala muerte en mutios lustros. El cual mercado, durante ausencia, es regido con toda mesura Wr los diez herederos cuya existencia aim agradece ahora al cielo. _Abid, cuya especialidad es el bazuk, e in chef de cocina sumamente repuo, Sabe condimentar las coles reMas, las berenjenas a la siria y otras “itadezas del paladar mahometano. linstrumental de esta extraordinaria Mstática orquesta, vale muchos Áliner dólares no sólo por el valor a 0 las guzlas y tambores riMata E aborados, sino porque además MES a mentos heredados de ly 1JOS desde tiempo inmemoatalidag e difíciles de obtener en la , $ a e po computar en una lista el Men E casos similares a éstos, que E a iemente en la capital de Wulgar a, casos que sería peligroso a poe así como el triunfo de bos e ha atraído a Hollywood X e] Mo de empalagosos Narcih atraer 33 e los defectos físicos poliza día no lejano una legión | OS, Jorobados, deformes y peludos que echaría a perder por completo la estética urbana, y aunque la primera es una de las mayores calamidades que pudieron ocurrirle a la ciudad babilónica del cinema, la segunda sería sólo comparable con el diluvio universal. * ES * * NO EXISTE LO IMPOSIBLE Por Ledesma Para estos pequeños napoleones del cinema que con tono agrio e insolente lanzan sus voces de mando y son obedecidos por una organización entera de oficiantes, la palabra imposible no figura en el diccionario. Un productor sobre todo, si es de categoría, puede en un momento dado exigir de sus súbditos los más estrafalarios servicios y ser obedecido con precisión matemática. El subalterno sabe demasiado bien que un “no”, cuando se está delante de estos portentos del cinematógrafo, equivale a una sentencia de muerte, o cuando menos a una andanada de verborrea destemplada o tal vez a un estratégico puntapié en salva sea la parte, con prohibición absoluta de volver a traspasar el umbral del estudio bajo pena de análogo proceso. Entre las demandas estrafalarias y sorprendentes que un productor de cine hace constantemente, figuran algunas que no se le ocurrirían ni “al que asó la manteca”. La filmación de una película se lleva a cabo con precisión matemática y la reproducción del mundo real exige pequeñeces que harían reir, pero que no por eso son menos importantes. El productor no tiene más que dar una orden y en menos de un dos por tres desfilarán por su flamante oficina ciudadanos de todas las esferas de la organización animal, vegetal y mineral. No ha mucho, por ejemplo, un subalterno de esos que no se paran ante nada, un perfecto factotum de esos que sólo en Hollywood se encuentran, escucha repentinamente una orden terminante: —Cinco galones de moscas a las seis de la mañana. .... Toda investigación ulterior sería muestra de ignorancia o de falta del tecnicismo necesario. Nuestro hombre no pregunta. Primero duda un poco, porque eso de “cinco galones” hace pensar en una solución química del famoso insecto. Dan las seis de la mañana y en las puertas del estudio aparece un extraño ciudadano de Hollywood por nombre Archie Beckinsale. Este sujeto se gana la vida cazando insectos para los estudios; los vende o los renta, mejor dicho, por un precio que oscila entre uno y cien dólares diarios y puede reunir en un momento dado desde un galón hasta una densa nube capaz de caer sobre Hollywood como una tempestad de cigarras. Un director de cine, que habita en Cinelandia, puede en un momento dado lanzar una orden de mando y pedir “elefantes que sepan bailar”. Y unas cuantas horas más tarde, por las verjas del estudio pasarán en paciente formación, los ejemplares necesarios de la raza elefantuna y ante la sorpresa universal atacarán con pueril entusiasmo delante de la cámara, bien sea un charleston o un black bottom a perfecto compás con la orquesta y por el precio de unos cuantos quilos de azúcar. He aquí la orden dada por el director en la película “Gentle Julia”, en que Jane Withers hacía de las suyas entre los habitantes del mundo coleóptero: “Abejas, langostas, cucarachas y una familia de lagartijas. Tres docenas de arañas de buena apariencia, cinco ranas fotogénicas, un ratón amaestrado. Y finalmente una pareja de románticos escorpiones. . . .” La orden se llevó a cabo con precisión matemática como podrá constar al lector cuando vea las escenas insecticidas de “Gentle Julia”, las cuales escenas constituyeron todo un gran acontecimiento del que se habló mucho tiempo entre los coleópteros que habitan la ciudad del cine, los cuales estuvieron a punto de exigir de la Asociación de Productores que se les permitiera organizarse bajo las mismas bases que están organizados los indios, los chinos y los árabes que trabajan en el cine. A veces ocurre que, a pesar de la demanda y el precio ofrecido, algunos ejemplares de la fauna universal están en amplia decadencia en Hollywood y los “productores” lo pasan muy mal cuando dichos sobrevivientes son requeridos en varios films a la vez. En Hollywood sólo hay trece camellos disponibles. El pacífico e ingenuo emigrante de los cálidos desiertos no gusta de la ciudad mágica de las estrellas. Ni el sol, ni el aire, ni la paja que se come en Hollywood le sientan bien. El pobre proprietario de los trece codiciados intérpretes de la pantalla sufre los insultos de aquellos cuya demanda fué pospuesta. Lo llaman hijo de todas las cosas desagradables capaces de producir descendencia y pasa graves apuros para mantener las relaciones dentro de un plano amistoso pero, sin el más mínimo ápice de duda, de todos los clientes el que ofrece mayor número de morlangos es, nemine discrepante, el que carga con los trece rumiantes. (va a la página 64) 43