Cinelandia (January 1937)

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Todo En [Snoma Charlie Ruggles estaba jugando al golf con un tipo que tenía fama de no blasfemar por muy mal que le fuera en el juego. Mordido por la curiosidad, Charlie le preguntó cómo podía contenerse. —SíÍ, es verdad que yo nunca echo maldiciones — contestó el otro — pero cada vez que hago una mala jugada escupo, y donde yo escupo no crece la yerba de nuevo. El astro Herbert Marshall nos cuenta de un misionario en la India, cuyos esfuerzos por convertir al Cristianismo a un nativo no parecían tener mucho éxito. —No seas testarudo — insistía el misionario — ¿no te gustaría ir al cielo cuando mueras? El indio movió la cabeza en sentido negativo. —No creo que el cielo sea gran cosa — fué su asombrosa respuesta — o los ingleses se lo hubieran cogido hace ya mucho tiempo. El otro día pasaba Joe E. Brown por el Boulevard Hollywood y notó a un mendigo muy miserable que, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, lucía un letrero que decía: “Víctima de parálisis”. Brown le arrojó una moneda en el sombrero, pero con tan mala puntería que aquella rodó por el suelo. De un salto el mendigo recobró el dinero. —Pero yo creía que estabas paralizado — le dijo Brown, asombrado. —-¡Oh, yo no soy el paralítico! Yo sólo estoy ocupando su puesto esta tarde. El se ha ido a jugar al golf. ... Un extra les contaba a sus compañeros de trabajo una anécdota de la gran guerra: —Estábamos en un campamento en el Estado de Pennsylvania, preparándonos para ir a Francia y descansábamos a la sombra de un árbol, cuando pasó muy cerca de nosotros un chiquillo, guiando a un burro de una cuerda. Pensando en divertirnos con él, le preguntamos: — ¿Para qué tienes amarrado a tu hermano, muchacho? —Para impedirle que se meta a soldado y que sea un sinvergúenza como ustedes. ... Los recién casados, en viaje de luna de miel, iban por tren, rumbo a la gloria, cuando llegaron a un tunel. En la completa obscuridad del coche se cogieron de las manos mientras el tren pasaba al otro lado de la montaña. —Si hubiera sabido que el tunel iba a ser tan largo, te hubiera besado — susurró el joven marido con un aire de tristeza — ¡Ay, Dios! Y yo que creía que eras (is Un astro hollywoodense que viajaba por Irlanda en automóvil, perdió su camino y dirigiéndose a un aldeano que araba la tierra a un lado de la carretera, le preguntó: —¿Puede decirme qué camino he de tomar para ir a Londonderry? El aldeano se rascó la cabeza: —SíÍ, señor. Vaya por este camino unas diez millas, vuélvase a la derecha y vaya otras cinco millas y vuelva a la izquierda, y .. . . — El pobre hombre se confundía y aparentemente le pesaba confesar su ignorancia. Con un gesto de desesperación se dirigió al astro: —¡Demonios, si yo quisiera ir a Londonderry, no iría desde aquí! —¿Cómo te llamas? — preguntó la estrella al muchacho que le traía los comestibles de la tienda. —Pancho Villa, señora, para servir a Ud. — ¡Caramba! Ese es un nombre muy conocido — le dijo ella con sorpresa. —Debía serlo — fué la cándida respuesta —. Cómo que he estado trabajando en el mismo lugar desde hace tres años. Una gran estrella conversaba con una diminuta artista de su película, cuya edad no pasaba de los cinco años. —¿Cómo se llama tu papá? —Yo lo llamo papaíto. —SÍ, ¿pero cómo lo llama tu mamá? —¡Oh! Ella nunca lo llama, él está siempre alrededor de ella. La madre estaba regañándolo: —¡Oye, Juanito! ¿Por qué no viniste a decirmelo cuando ese muchacho empezó a tirarte piedras, en vez de tirárselas tú de nuevo? —Pues, claro. ¿Qué querías que hiciera, si tú no sabes tirarlas? Cary Grant acababa de dictar una carta a su nueva secretaria, que lo miraba embobada y no podía quitarle la mirada de encima, aunque Cary, con la cara vuelta a un lado no lo había notado. — ¡Ay, perdóneme, señor Grant! ¿Me hace el favor de repetirme lo que dijo? Sólo me acuerdo de “Muy Sr. mío” y “Suyo afectísimo”. El dueño de la tienda estaba malhumorado. —No sé que hacer con Martínez — se quejaba —. Lo he puesto a trabajar en todos los departamentos y siempre se echa a dormir la siesta. Su amigo le sugirió una brillante idea: —¿Por qué no lo pones a vender payamas con un letrero que diga: “Estos payamas son de tan buena calidad que ni el hombre que los vende puede permanecer despierto.” Tanto la mujer como el marido tenían fama de ser gente muy callada. Nunca hablaban una palabra más de los necesario. De ellos comentaba una de sus amistades: —Son gente de tan pocas palabras, que cuando él le propuso matrimonio a ella, le mostró el anillo de compromiso y le dio “512” —Y ella, ¿que dijo? AS Un actor de carácter se quejaba en alta voz: —Desde que vine a Hollywood ¡cómo me han dado papeles de idiota! Y un director que le oyera le dijo con toda seriedad: —Eso es lo malo de ser clasificado como actor de tipo.