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Morse
GLADYS SWARTHOUT
Por Rondón
Mañana de cielo diáfano. Mañana en que vemos las colinas de Santa Mónica al alcance de la mano. En los jardines de una moderna casita, de puro estilo californiano, el rocío humedece todavía el césped. Y me espera una linda mujer del cinema, una interpretación increíble de la muchacha ideal de Norteamérica, versión modernísima de la diva del tablado inmortal y más que todo eso, una mujer humana, sentimental e inolvidable, la realidad que responde a otra silueta femenina del marco de plata.
A Gladys la de la pantalla la conocen sus admiradores. Su voz celeste y la dulce fascinación de su sonrisa ha llegado hasta ellos en films que fueron, puede decirse, sus primeros ensayos en el séptimo arte. Yo la ví de cerca una noche, fulgurando frente a los reflectores de luz cambiante, vestida de gasa
roja, bella como una reencarnación de
la musa del canto interpretando la obra maestra de Bizet ante veinte mil espectadores en el cuenco inmenso donde
Hollywood escucha a las grandes con
sagraciones del arte.
Ahora, al estrechar su fina y frágil mano de Hespéride, descubro en la protagonista de “Champagne Waltz” a una
muchacha sencilla, deliciosamente senti
mental y de prodigiosa personalidad.
La mujer que nuestra civilización pre. Eg coniza, la muchacha que con la exube
rancia corpórea, característica inconfundible de las hijas de Eva, pierde una gran parte de su dulce atracción femenina cada día, se hace más popular por el mundo. Contra ellas, contra las doncellas hirsutas de rigidez germánica, bellas pero insensibles, contra las norteamericanitas de cuerpo sugestivo pero vacías de alma, opone la muchacha con quien hablo su gracia indescriptible en cuerpo de ágil danzarina.
Gladys ama la música, como la aman siempre las mujeres sentimentales. .... ¿Cuál de ellas no rindió su corazón en alas de una melodía azul?. Mientras paseamos a lo largo de su jardín. Gladys habla de las flores, de la belleza, del amor y de la luz. Y no en sus palabras deliciosas sino en la sonrisa de sus labios escancio todo lo que hay de bello, de apasionado en nuestro mundo,
Gladys viste con exquisitez y buen gusto. Es una de las muchachas que vis
ten mejor en Hollywood. Tiene cabellos castaño obscuro, ojos claros y tez ligeramente morena. Es el tipo de mujer cuyo amor perdura. Siente uno inevitablemente que el ritmo de su espíritu se escapa por la luz de sus ojos.
—Dígame sus impresiones de Hollywood — le pregunto.
—Yo soy ese tipo de mujer, aunque no lo parezca, que cuando se propone algo está dispuesta a hacer los mayores sacrificios por tal de conseguirlo. El canto ha sido siempre mi más grande ambición. Desde que canté a los trece años en un concierto por primera vez, he dedicado
a > Eh un día como hoy, claro
soleado, siento fastidio de tener que ir al Estudio ...
mi vida al canto con el mayor ardor. Ahora que estoy en Hollywood es natural que quiera luchar por el triunfo en la pantalla con igual fervor.
Se que Hollywood es un lugar ingrato y que la conquista de la celebridad fíl
mica presupone un esfuerzo gigante. Pe
ro Gladys a pesar del velo de ingenuidad que atenúa el azul de su mirada, posee el vigor de la voluntad que vence siempre.
—Su última película es todo un éxiDA
Gladys sonríe y con voz de gran sinceridad me dice:
—Todos pusimos cuanto estaba de nuestra parte para que “Champagne Waltz” fuera un éxito y si usted supiera
A
lo duramente que hemos trabajado director y actores, nos desearía los mejores resultados.
Durante nuestra breve charla la radiante estrella de Paramount, revela sus virtudes humanas y muy particularmente la modestia y la sinceridad. Gladys habla de todo y de todos con simpatía honda. A la sirvienta que interrumpe nuestra conversación para traerla un mensaje, la acoge con la más amable y franca de las sonrisas. Olvidando un instante los oropeles del cinematógrafo y de la publicidad, pensando sólo en el eterno mundo en que vivimos, desnudo y simple, ¿no es verdad que la sinceridad y la modestia son la más bella de la sorpresas en una mujer triunfante y joven?
—En un día como hoy, claro y soleado, siento fastidio de tener que volver al estudio — me dice, mientras nos detenemos a mirar los peces del estanque — yo siempre he preferido la vida del campo a la de la ciudad.
Gladys, sin embargo, nació para las tablas y morirá en las tablas. Desde niña hizo por el arte sus más grandes sacrificios.
—Una vez — me dice — me corté los crespos para parecer de mayor edad.
Sonríe y recuerda el día en que, indignada ella porque no pudo dar una nota muy alta a su gusto, obligó a gritos al pianista a que repitiera el número. Recuerdo que cuando filmaba “Rosa del Rancho”, hace un año más o menos, a pesar de no haber sido bailarina nunca, mostrando un sentido musical excelso, improvisaba bailes españoles con gracia y facilidad. Todos hablaban de ella en el set con simpatía que rayaba en entusiasmo. Se lo digo.
—Usted exagera — me contesta.
—Y ello, la simpatía que usted tiene, se debe en gran parte a que conoce el secreto de sonreir con todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, con igual entusiasmo.
Gladys ha obtenido triunfos memorables en los más célebres teatros de ópera. Ahora su voz maravillosa la multiplican universalmente los micros del cine. La espera el triunfo, una vida fácil, nuevos laureles.
La estrella de Champagne Waltz para mí es la muchacha modelo. La mujer que combina las ágiles líneas modernas, la hermosura y la feminidad inmortal de cualquier maja de Goya.
Ella me tiende sus dedos finos de muñeca. Al salir miro con simpatía los contornos de este delicioso lugar donde he charlado con la estrella cuya alma es tan bella, tan clara y tan perfecta, como su cuerpo incomparable,