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(viene de la página 59)
—-Pero Miss Travis, ¿cómo fué que se decidió usted a volver una vez más a un lugar tan aburrido?
—¿Aburrido? ¿Hollywood. . . .? Usted está loco: Hollywood es el sitio más entretenido del mundo. ...!
Y mientras ella me ofrece sus dedos sonrosados que yo oprimo con un apretón largo y jugoso, repito con la mayor convicción:
—Se necesita estar loco para aburrirse en Hollywood. ...
June se aleja por el jardín risueño, bajo el sol que deposita en mis gélidos homoplatos un dulzor primaveral, y me saluda desde lejos.
June Dorothea Grabiner, la hija de Harry Grabiner, Vice-Presidente del Club de Baseball “Chicago White Sox”; la muchacha que en vez de gastarse el dinero de su padre decidió hacer películas y desparramar sonrisas en el marco de plata. .. . He aquí un pimpollo a pedir de boca. He aquí una muchacha sin la cual Hollywood y los estudios Warner Brothers serían bastante más aburridos.
El Boulevard
a Media Noche
(viene de la página 12) inmejorables para comparsas; y la curiosidad que al principio sentí, fué trocándose poco a poco en conmiseración al contemplar aquel abigarrado grupo de luchadores, cuyas vidas son verdaderas tragedias; tragedias más grandes que la tragedia de la muerte; porque no hay tragedia en las cosas muertas, ya sea cuando ocupan un ataúd o vagan por las calles; la única tragedia es la de la vida, cuando las personas quieren y todo lo intentan para obtener el fruto de sus trabajos y desvelos; de la realización de sus aspiraciones, encontrándose siempre con infranqueables obstáculos.
Y en la ciudad del cine es donde más se lucha por la existencia, y donde más se nota el contraste de la grandeza con la miseria. Los privilegiados de la fortuna derrochan el dinero en cosas fútiles, mientras que los pobres, que se cuentan por millares, ansiosos y famélicos, rondan por los estudios tratando de obtener el empleo que los sostenga en pie, mientras “les llega su día”.
Media hora llevaría observando el desfile, cuando apareció una mujer bonita, humilde, pero vestida a la moda; caminaba despacio, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo y mirando hacia todos lados, como si buscara algo o a alguien. Al pasar junto a mí pude contemplarla y examinarla a mi gusto; era joven, casi una niña; su pequeño sombrero dejaba al descubierto su bellísima cara, cara perfecta que en otros países sería el sésame ábrete del dinero y de la gloria, pero no en Hollywood donde abundan las mujeres bonitas. Me miró con sus ojos grandes y brillantes; fué una mirada triste, donde creí adivinar el reflejo de una pena muy grande, que parecía embargarle el alma.
Y me supuse que ella también pertenecía al grupo de los derrotados. Pro
bablemente, la protagonista de alguna tragedia, una de tantas jóvenes y hermosas mujeres que vienen a Hollywood | dispuestas a cualquier sacrificio con tal de llegar a la cumbre de sus aspiraciones; ser estrellas del cine.
Y la ví desaparecer como una sombra, caminando despacio y mirando hacia | todos lados, como si en la gran avenida fuera a encontrar lo que la obligaba a vagar por las calles a aquellas horas de la noche. Y me vino a la imaginación que probablemente tendría hambre, lo : que no sería raro, ya que en Hollywood muchas mujeres bonitas se pasan días sin comer.
Cansado, aburrido y triste por lo que había contemplado, tomé el tranvía y durante todo el trayecto hasta mi casa, vine pensando en los tipos estrafalarios y en la muchacha bonita; aquellos caminando aprisa, ella despacio, pero ninguno con rumbo determinado.
MARGO
(viene de la página 16) ni en sueños ví los famosos contratos de | mil dólares por semana de que tanto me habían hablado.
Una noche, en el hotel “Ambassador” de Los Angeles, en el renombrado salón llamado “Cocoanut Grove”, tuve la oportunidad de lucir mis progresos artísticos. Salí a bailar y fuí contratada para tomar parte en uno de los entretenimientos de mayor categoría en la gran metrópolis del Oeste; pero hete aquí que el Gerente del espectáculo estaba empeñado en hacerme cantar, alegando que yo era nada menos que la versión femenina de Bing Crosby. Gracias a Dios (y a mi buen sentido) el público se libró de escuchar tan grande atentado contra las musas del canto.
Por entonces se inició el período ascensional de mi carrera artística. Me llamaron de Nueva York, del famoso Waldorf-Astoria, lo que en verdad me pareció algo así como el “abracadabra” del mundo teatral.
Medité con cuidado mi actuación. Asumí una pose de afectación detestable. Me armé de todo el savoir faire que pude y hubiera puesto en peligro la victoria definitiva si no hubiera sido porque fue tal el ridículo de mi afectación, que mi fiel e inteligente perro faldero, con la lengua fuera, comenzó a reírse de mi... a mandíbula batiente, dando tales alaridos que pronto caí en la cuenta de mi error.
En realidad fué en el Waldorf-Astoria donde tuve oportunidad de despertar interés entre los productores que más tarde me habían de llevar a la pantalla. Ben Hecht y Charles MacArthur, la famosa pareja de creadores fílmicos, me ofrecieron la primera oportunidad en gran escala, a instancias de mi buen amigo Jimmie Savo: el papel principal de la película “Crime without passion .
A esta película siguieron varias, hasta que el famoso dramaturgo Maxwell An| derson, buscando una actriz para su última obra, “Bajo el Puente”, pensó en mí y me hizo una oferta. Entonces viajé a
(va a la página 64)