Cinelandia (October 1938)

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UN DOL po? TARTARINES DE TARASCON Managua, Nicaragua Tal vez ustedes hayan leído algo acerca del Quijote de Francia, Tartarín de Tarascón. El interés que el cinema ha despertado en nosotros desde la primera infancia — porque tenemos muchas — ha servido para ilustrarnos con marcada elocuencia en lo que de verdades, exageraciones y mentiras puede decirse de las estrellas y astros que brillan — porque la publicidad los ha hecho brillar — en el firmamento del cine. La llamada Meca del Cine no es más que una Tarascón donde habitan muchos Tartarines prendidos del capricho de qualquier magnate interesado. En cuanto alas producciones, bastaría con declarar, sin peligro de equivocarnos, que unas diez de cada cien películas exhibidas resultan elogiosamente agradables al público y a la crítica. El público se ha sentido a tal extremo defraudado en su afición que el día del estreno de cualquier película la entrada se reduce a la cantidad mínima de per Sonas, en su mayoría desinteresadas en el séptimo arte, al que consideran como un pasatiempo para chiquillos inocentes y adultos ingenuos. ¡Grandiosa! ¡Monumental! ¡Unica! ¡Incomparable! Anuncios encartelonados ños acosan por doquier, para salirnos a la hora llegada con una historieta menos interesante que un folleto de propaganda comercial. A veces — una por semana — nos damos el gustazo de admirar una buena producción. Digo “buena” porque én ellas las casualidades y errores no tienen el acceso que tienen en otras. Una VEZ por semestre nos deleitamos ante Wa producción musical, donde el lujo y el arte sobreviven a la eterna pobreza del asunto; y una vez al año se estrena una nta cuya perfección arranca un ¡MoMumental! de la boca del público, quien Siempre tiene la razón.” bajo la misma máscara publística Dodemos descubrir cientos de “astros” y estrellas” con menos sesos o talento histriónico que cualquier payaso de circo 0 aficionado teatral. Despierta, por emplo, más hilaridad la formidable desfachatez de una ZaZu Pitts que los aburridos disparates de los hermanos (93 IX, pese a la propaganda que se gas“N. Luise Rainer —con perdón de la Dálida vienesa — despierta más simpatía dle admiración, pese a su gran talento. llliam Powell tiene menos admiradores due pelos en su simpático bigote. Edward Robinson parece un reportero inso portable. Kay Francis, a pesar de su talento, cuenta con poquísimos idólatras. Los bailes Astaire-Rogers han perdido mérito en sus últimas películas. Leslie Howard, no obstante que lo admiramos en “Romeo y Julieta,” se dejó robar la película de la encantadora Norma Shearer, aunque siempre se la ha dejado robar de cualquier comparsa. Simone Simon no ha despertado interés. Clark Gable se mantuvo en la cúspide de la idolatría femenina hasta que llegó Robert Taylor. A propósito de Gable, ¿saben ustedes por qué el inteligente Clark fué destituido del corazón fanático de los nicaragúenses? Pues nada menos que por un desdén inoportuno. El que desdeñó: Clark Gable. La desdeñada: una bellísima hija del penúltimo doctor que ejerció la presidencia de Nicaragua. Dicen que el orgulloso “astro,” quien pernoctó en Managua durante su último viaje a Sud América, se negó a aceptar el hospedaje que la noble criollita le ofreció en el Palacio Presidencial, y como es explicable, la “princesita” se disgustó mucho y en consecuencia el pueblo. En cambio hemos visto desfilar estrellas que, uniendo la gracia al talento, han sabido conquistar el variable geniecillo del público. Jeanette MacDonald ocupa el primer puesto en la actualidad: voz, belleza, talento, dulzura .. . Luego, Bárbara Stanwyck, Sylvia Sidney, Eleanor Powell, Joan Crawford, Myrna Loy, Olivia de Havilland, Lily Pons, Edna May Oliver, May Robson, Elissa Landi, Gertrude Michael, Frances Drake, Claudette Colbert y otras pocas. Robert Young, Errol Flynn, Paul Muni, Victor El gran astro de los estudios de la Metro, parece que cometió un pequeño error de discreción que ofendió a sus falanges de admiradores de Nicaragua. CINELANDIA pagará un dólar por cada carta interesante que se Dirija sus comuni publique. caciones a Juan J. Moreno, Director. McLaglen, Spencer Tracy, George Ratt, Gary Cooper, Franchot Tone, Boris Karloff, Bela Lugosi, los hermanos Barrymore, Fredric March, Randolph Scott, Edward Arnold, Ronald Colman (que va descendiendo en popularidad), Francis Lederer, unos cuantos viejos y poquísimos cómicos. El exceso de publicidad está acabando por restarle mérito a las casas productoras. “Tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe,” y no está lejano el día en que el público tenga que nombrar una comisión particular de censura para no regalar más dinero a los productores y a aquellos “astros” y “estrellas” que ni siquiera se interesan por divertirnos. G. Genie Espinosa LA MAGIA DEL CINE Cartago, Costa Rica ¿La verdadera causa del éxito del cine, no igualado por ningún arte o industria? ¡Nadie lo ignora! Es que el cine tiene el poder de tornar, por varios minutos, las más exaltadas fantasías en tangibles realidades. Mientras vemos una película, la vivimos. Nuestra fantasía cobra visos de realidad por unos momentos. Nos sentimos bellas como las estrellas del cine; se torna visible a los ojos del cuerpo lo que sólo habíamos visto con la imaginación: el chalet que soñábamos, los trajes que anhelamos, el auto que deseamos, los jardines florecidos cuyas flores deseáramos cortar, la piscina en que nos gustaría sumergirnos, la alcoba tibia y perfumada en que desearíamos reposar, quizá para siempre ... Y sobre todo, el amor de un gallardo mancebo con el alma noble, pura la conciencia y cristalinos los sentimientos ... Todo lo que desearíamos tener y la vida nos negó, eso es lo que merced a nuestra fantasía nos brinda el cine. ¡Qué importa si seguimos siendo la humilde criadita, la empleadita fea, la pobre huérfana, si por unos minutos gloriosos fuimos una princesa, toda bella, a quien un guapo mozo brindó su amor ardiente! ¡Qué importa volver a la vida triste y mezquina, si la magia del cine trueca en realidad nuestras ilusiones! Ese es el secreto del cine, no igualado nunca; varita de virtud cuyo encanto — como el de la Cenicienta —dura poco tiempo, pero que tiene el inmenso poder de hacernos grata la vida. Grace Brenes F. (va a la página 44)