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gargantas mientras desfilaban, arrancando chispas a las calles empedradas, los alabarderos reales, los portaestandartes, la infantería de desembarco y la guardia, ostentosamente ataviada, de Lord Essex.
En las puertas de White-Hall el eco de los vítores se convirtió en una formidable tempestad de voces mientras Essex descendía de su potro enjaezado de oro y se perdía bajo el severo pórtico de piedra.
Isabel de Inglaterra, vieja ya, pero sedienta de felicidad y de poder, envidiaba la belleza de su dama de honor, Lady Penélope. Bette Davis y Olivia de Havilland desempeñan ambos papeles.
En el fondo de su espíritu era esta quizás la única vez que ingresaba al palacio de Isabel sin llevar oculta ninguna duda, ni la más mínima apren| sión. La reina terrible ante cuyo trono habían rodado muchas cabezas, la hija de Enrique Octavo cuyo carácter tempestuoso y dominante había heredado, no era ya un enigma para el hombre a |!
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POR ALBERTO RONDON
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RA UN magnífico día de verano. Londres reflejaba por doquiera el espíritu del triunfo. Gallardetes desplegados. Ir y venir de soldados ataviados en sus más bellos uniformes de gala. Armaduras relampagueantes bajo el sol. Tumulto de caballos y vocería de muchedumbre que aguardaba un espectáculo extraordinario. Por doquiera las gentes mencionaban el nombre del Conde de Essex, conquistador de Cadiz, vencedor de los ejércitos de Su Majestad Católica el rey de las Españas.
El palacio de Whitehall había sido decorado con regias colgaduras y las calles adyacentes, alineadas de soldados, tenían un aspecto de inusitada animación. En lo alto flotaban al aire las insignias reales ostentando el escudo de armas de la reina Isabel. El cielo de Londres había rasgado sus velos de niebla. ¡Era el día triunfal en la vida del favorito de la reina a cuyos pies Inglaterra iba a arrojar la corona del triunfo!
“Long live the Earl of Essex ...” Tal grito estallaba creciente en todas las
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