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alterar el status económico de uno de los contrayentes cuando sobreviene el inevitable divorcio. El matrimonio ha alcanzado en Hollywood su máxima expresión aerodinámica. .
Y no hay más remedio que llevarse las manos a la cabeza y esperar con terror las sorpresas matrimoniales que nos traerá el año cincuenta si todavía estamos vivos.
En 1950, Hollywood adoptará una nueva fórmula matrimonial basada quizás en los elevados conceptos de Shopenauer o en las teorías enrevesadas de Freud. Un matrimonio en Hollywood será entonces una placentera caminata entre el juzgado de paz a un lado de la calle y la corte de divorcios al otro lado de la calle. Los cónyugues tendrán que verter un millón de emociones varias en el lapso vertiginoso de su vida matrimonial. ...
O el matrimonio habrá, como ha dicho un profesor norteamericano, pasado a la historia como un trasto inutil, como una leyenda increíble como un esfuerzo ilógico en un mundo donde pronto aparecerán los niños sintéticos.
Victimas de ...
(viene de la página 13)
diera, los astros y actrices se casarían rara vez. Y quizás si en el fondo tengan PALO ds
Un actor cosecha aplausos y goza de emociones que están vedadas al hombre que se gana la vida por otros medios, pero al mismo tiempo tiene que hacer grandes sacrificios y el público es el único responsable por esos sacrificios. Un análisis somero de los matrimonios felices de Hollywood nos lleva a una conclusión irrefutable. “Solamente sobreviven aquellos matrimonios en los que solo uno de los contrayentes es profesional del cine.”
Podemos citar algunos ejemplos. Harold Lloyd está casado con una ex-actriz de la pantalla. Cuando se casaron ella comprendió que había llegado la hora de sacrificar su vida profesional a su felicidad doméestica. Lo hizo sin vacilar y la consecuencia han sido diez y siete años de perfecta felicidad conyugal. James Cagney se casó en los tiempos en que era un actor de vaudeville de segunda o tercera categoría. Su mujer trabajaba en el teatro también, pero cuando Cagney triunfó en Hollywood ella se dedicó definitivamente a la vida doméstica abandonando sus aficiones teatrales. Ambos llevan ya muchos años de casados y son felices.
Otro caso extraordinario es el de Edward G. Robinson. Su esposa se llama Gladys Lloyd. Tal nombre no tiene el menor significado en la imaginación del publico cinematográfico. Sin embargo, hace años, Gladys Lloyd era actriz. En su mente vibraba la ambición del triunfo, el ideal de triunfar en las tablas. Gladys
se enamoró y pronto descubrió la amarga realidad que trunca las ilusiones de los que aman el teatro. El dilema surgió inexorable. O se olvidaba de su carrera teatral y se dedicaba a hacer vida de familia o sacrificaba el amor del hombre con quien acababa de contraer matrimonio, separándose de él. Gladys Lloyd poseía una mente brillante y un caracter enérgico. Comprendió que la mujer es ante todo mujer y para llenar la finalidad que le corresponde en la organización de la vida no vaciló en aceptar un sacrificio que debió costarle amargos esfuerzos. Cerró las puertas a sus ambiciones teatrales. Se consagró a su marido. Olvidó el ritmo sonoro de los aplausos. . . . Y Gladys Lloyd lleva ya veinticinco años de ser la esposa feliz de Edward G. Robinson.
Pero ese doloroso sacrificio no llega nunca a oídos del público porque el público solo tiene oídos para la sonoridad vocinglera del escándalo. .. . El dolor le interesa raras veces.
En la brillante sociedad de Hollywood no todo es música de besos furtivos y carcajadas superficiales. Entre las mujeres que presiden en las reuniones más famosas de la colonia cinematográfica hay damas respetables, de un clásico abolengo aristocrático, de una reputación inmaculada y de un encanto indiscutible. Puedo citar el nombre de Ouida Bergere de Rathbone. Está casada con el distinguido actor Basil Rathbone. Quienquiera que la conoce íntimamente no
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