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Ciudad
cenas. Los resultados fueron siempre negativos. Al fín, uno de los agentes del Estudio, Jack Sherlin, oyó hablar de una chiquilla que tenía voz de soprano, y al parecer, un extraordinario talento artístico. Una amiga de Sherlin le habló de ella y le dijó que la había oído cantar en una reunión, en casa de unos amigos suyos. La chiquilla le había sorprendido por su excelente voz y por su brillante personalidad, y estaba sagura de que era la persona que el Estudio necesitaba.
Un Dia Memorable
Jack Sherlin llegó un día entusiasmado a las oficina de Casting del Estudio. Acababa de descubrir a la niña prodigiosa que el Estudio necesitaba. Era preciso ofrecerle al momento una prueba cinematográfica. Estaba seguro de que los resultados serían favorables. Su entusiasmo, como es lógico, fué recibido con escepticismo. Hollywood está acostumbrado a oir hablar diariamente de niños prodigiosos y de descubrimientos artísticos, y se inclina, por lo general, a dudar del entusiasmo de un agente. No obstante, el Estudio resolvió ofrecerle un “test” a la brevedad posible.
Para Deanna, no era esto la realización de sus ensueños, era algo más, algo inesperado, y una sorpresa de tales proporciones que con razón siguió los consejos de su madre que le dijo:
“No te entusiasmes demasiado pronto. Estas cosas suelen ocurrir casi a diario, y frecuentemente fracasan. Tómalo con calma, y hazlo lo mejor que puedas.”
Bien provista de consejos maternales, después de haber consumado todos los ejercicios vocales y recorrido la escala diatónica en todas direcciones, Deanna vistió el mejor de sus trajes, y con mente tranquila y decisión firme, emprendió el camino de los Estudios Metro-Goldwyn-Mayer.
A pesar de todo, este incidente desfavorable alteró en cierto sentido el destino de Deanna. De allí en adelante Deanna concentró más y más sus esfuerzos en adelantar sus conocimientos artísticos. Con verdadero tesón empezó a dedicar horas y horas al estudio del canto, y su maestro, Don Andrés de Segurola, tuvo a veces que sujetar sus ímpetus y aconsejarla más mesura en su entusiasmo desbordante:
“Deanna,” me ha dicho Don Andrés, “tiene un inagotable entusiasmo por la música. Desde que yo comencé a cultivar su voz admiré no solo su extraordinario talento, sino además su increible aplicación al trabajo. No hay ejercicio para ella que sea demasiado difícil. No hay exigencia a la que no se someta dócilmente. Muchos creen que el triunfo ha sido para ella un regalo del Destino, pero no saben ni conocen íntimamente los esfuerzos que le cuesta a Deanna el lugar que hoy ocupa en la cinematografía. Yo recuerdo sus largas horas de estudio, su incansable actividad, su admirable tesón, y que Deanna hacía todo esto solo por amor al arte, porque en aquella época, ni ella misma sospechaba lo que iba a suceder.”
El resultado de este nuevo ímpetu con que Deanna Durbin atacó a la vida, no se hizo esperar. Deanna tuvo oportuni
dad de cantar tres veces en el famoso “Breakfast Club” de Los Angeles ante un selecto auditorio, y su voz fué trasmitida por radio en las tres ocasiones.
Bien lejos estaba Edna Mae Durbin de imaginarse que en aquella triunfal mañana de sol de la primavera de California, se iniciaba la carrera cinematográfica de una muchacha destinada a uno de los más brillantes futuros de Hollywood. Iba a dejar para siempre de existir Edna Mae, la chiquilla de tranquilas aficiones domésticas, cuyo placer ideal era recorrer los alrededores de su casa rodando sobre unos rutilantes patines, y en su lugar iba a surgir “Deanna”, la actriz cantante, la muchacha prodigiosa, el sueño de millones de aficionados al cine, la heroína de siete películas triunfales, la muchacha a cuyos pies el mundo iba a apilar millones de dólares.
La canción elegida para la prueba fué “Il Baccio”, en la que Deanna lucía su voz de soprano, su gusto natural para cantar, si bien, como es lógico, su técnica era todavía la de una principiante.
El Estudio al momento vislumbró grandes posibilidades. Deanna, poseía, no solamente la voz, sino el magnetismo, la gracia personal, la facilidad de expresión, todo lo que hace a la estrella de cine. Claro, que al verla tan joven, inexperta, y aun tímida, ni ellos mismos sospechaban que tenían en sus manos una mina de oro. Inmediatamente le garantizaron un contrato, y le fué asignada la parte de la película, para la cual le habían dado la prueba.
Sin embargo, aun para los seres privi-. legiados como Deanna Durbin, el triunfo es difícil, va precedido de lucha, y las rosas del éxito tienen también espinas. Cuando volvió Deanna a su Casa, era una chiquilla nueva. No había solamente concebido la posibilidad de triunfar en la pantalla, sino que estaba segura de ello.
He aquí como ella misma me ha descrito ese día de extraordinaria emoción: “Mr. Sherlin estaba entusiasmado con mi voz. Yo no sabía si creer en sus fantásticos proyectos o no, pero, en el Estudio, al ver los papeles del contrato, y las sonrisas halagúeñas en las caras de los que minutos antes me parecían jueces severísimos, al salir a la calle, y contemplar el sol, la alegría, los automóviles lujosos desfilando por el Boulevard, por primera vez creí y creí hasta tal punto, que por un momento lo olvidé todo, mis aficiones teatrales, mis entusiasmos artísticos y solo pensé en una cosa. En que Hollywood me había abierto sus puertas.” Sin embargo, Deanna estaba equivocada. Hollywood iba a abrirle sus puertas, pero no sin antes someterla a la tortura de una larga espera.
Ocurrió lo increible. Madame Schuman-Heink se enfermó. La película que estaba destinada a presentar al mundo una nueva estrella infantil nunca se llevó a cabo. En los archivos de la Metro yace todavía el “script” esperando que alguien lo lleve a la pantalla, y MetroGoldwyn-Mayer quizás por un capricho