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del destino cometió una de las más grandes equivocaciones que se han cometido en Hollywood. Tuvo en sus lares a Deanna Durbin, la ofreció un contrato, y la dejó escapar sin soñar siquiera que con aquella chiquilla se alejaba del Estudio la posibilidad de acumular ingentes sumas y unir a las filas de sus estrellas una de las más brillantes actrices que Hollywood ha producido. Jack Sherlin había demostrado un ojo clínico maravilloso, pero con ¡incomprensible carencia de vis artística, Metro dejó escapar de sus manos a la gallina de los huevos de oro.
Y en su casa, desconcertada por este primer golpe de la fortuna, Deanna volvió una vez más a su vida placentera, sin grandes ilusiones ni catástrofes sentimentales, sin gloria y sin fracasos.
Pronto comenzó a darse a conocer. Su magnética atracción hacía que cuantos la escuchaban se interesasen por ella. Era una chiquilla extraordinaria, sabía cantar con la sencilla intuición del ruiseñor. Nada había de ficticio en su arte. Vertía sin querer con el torrente de su música la festiva espiritualidad de su alma luminosa. Surgieron numerosos admiradores y comenzó a circular de boca en boca la historia de su voz maravillosa y de su precoz talento. Era lógico que en los círculos profesionales de Los Angeles comenzara a surgir creciente interés hacia ella, y que a pronto le salieran al paso ofertas comerciales.
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talidad y optimismo.
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Para poder captar en su verdadero sentido las dificultades con que por esa época tropezaba Deanna en su camino hacia el éxito, hay que hacer un examen somero de lo que podemos llamar el mercado cinematográfico infantil de Hollywood.
Nadie tiene fe en el talento de un niño. Hay miles de prodigios entre los niños de Hollywood, los productores a diario escuchan la misma historia, el eterno tema del niño precoz, que canta “Celeste Aida” a los diez años, imita a Greta Garbo a los ocho, a Tom Mix a los cinco y recita a Shakespeare a los dos. Hollywood tiene demasiadas preocupaciones para dedicar tiempo a su plana menor. Generalmente, solo se utilizan los servicios de un niño cuando las circunstancias lo demandan específicamente, y por consiguiente, todos estos niños prodigios del cine deben aguardar cómodamente en las rodillas de papá, la ocasión inesperada, el momento matemático en que su particular tipo y
características encajan en un determi
nado papel de un film. A veces la espera es interminable. Todo el talento del mundo no puede alterar esta situación.
Si tenemos en cuenta la edad de Deanna, (tenía entonces 13 años), se explica uno perfectamente la dificultad con que tropezaba su agente al tratar de obtener para ella lo que en inglés se llama “un break”, o sea una oportunidad. Los 13 años es la edad difícil, niños
de esa edad pocas veces aparecen en la pantalla. Estrellas infantiles que inician su vida cinematográfica tempranamente, entran a los 13 años, momentánea, o definitivamente, en un inevitable eclipse. Por un extraño capricho de la vida fué esa la edad en que le tocó a Deanna iniciar sus actividades cinematográficas. El hecho de que la vida de Madame Schuman-Heink no se llevara nunca a cabo, tuvo un doble efecto en la vida de Deanna. Fomentó en ella la certeza del triunfo, pero le abrió las puertas de Hollywood, y se las volvió a cerrar, embarcándola en un desconcertante período de espera que pudo haber tenido pésimos efectos en su entusiasmo preliminar.
Sin embargo, aquella prueba cinematográfica archivada en los Estudios Metro, estaba destinada invariablemente a ser la clave del triunfo definitivo. Los que la vieron conservaron el recuerdo favorable en la memoria, y el nombre de Deanna Durbin comenzó a ser conocido al través de su participación en transmisiones de radio. Poco a poco se acercaba el día supremo y Deanna estaba preparada para recibirlo.
En el próximo número de Cinelandia continuará la historia de la vida íntima de Deanna Durbin, los acontecimientos que la llevaron a la celebridad, sus días de esfuerzo y de triunfo. No pierda usted esta oportunidad de conocer íntimamente a la chiquilla sin igual de la pantalla DEANNA DURBIN.
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