Cinelandia (September 1940)

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DELANTE"”, grita con voz argentada el cantante de la pantalla cuyos éxitos le han consagrado entre los héroes románticos de Hollywood. El camerino de Allan Jones está amueblado con buen gusto y estoy a punto de dejarme caer en una butaca confortable cuando Allan aparece en la puerta afable y sonriente. Cubre su rostro el maquillaje cinematográfico y luce una cabellera ondulada y abundante. Mientras el camarero sirve un lunch veraniego, nos enredamos en una conversación que poco a poco cobra mayor interés. “Yo”, me dice el actor, “he descubierto la manera de darle a la vida en Hollywood significado humano. Creo que para ser actor y para cantar, se requiere, lo mismo que para todo en la vida, un ALL Aquí vemos al actor-cantanteatleta, Allan Jones, ejerciendo los deportes que a él más le gustan y que ocupan todo su tiempo disponible. ambiente de alegría, de dinamismo y esparcimiento. . . .” “Pero”, le digo, “mientras dura el rodaje de una película usted es un verdadero esclavo de su trabajo y no tiene tiempo para nada, ya que añade a las actividades propias del actor, las del cantante que son ensayar y preparar canciones, etc.” “Ah!”, responde mi entrevistado con juvenil entusiasmo. Es que yo me doy tiempo para todo y se organizar mi vida de manera que a pesar de mis actividades cinematográficas puedo gozar de mis entretenimientos favoritos y practicar el deporte y la vida al aire libre. .. .” Yo siempre he creído que un cantante es un individuo sentimental a quien consume poco a poco su propia inspiración. Me lo imagino en el interior pintoresco de los cabarets sirviendo de blanco a las miradas femeninas o viajando apresuradamente de la oficina del sastre al ca N JONE ANTANTE y merino del estudio. Allan Jones me sorprende con su filosofía dinámica de la vida. A pesar de su figura apuesta, de su sonrisa de galán cinematográfico y de su argentada voz que las muchachas del mundo escuchan embelesadas, Allan Jones es un muchacho jovial, lleno de viriles inquietudes, que coloca la vida antes que el triunfo, la felicidad doméstica antes que los aplausos. . . . (va a la página 37)