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Johnny Weissmuller, Maureen O'Sullivan y Johnny Sheffield constituyen la familia de Tarzán que la famosa serie de la Metro ha popularizado en todo el
mundo.
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Pocas cosas han tenido en la literatura moderna un éxito tan resonante como las novelas de Tarzán. Y la aceptación del público no se ha limitado a la literatura, sino que se ha extendido a la pantalla, a las páginas cómicas de los periódicos, a los juguetes infantiles. .. . Apesar de los largos años que han transcurrido desde la publicación de la primera historia de Tarzán, la popularidad de esta figura legendaria se afirma cada día con más vigor, y ni aún las diatribas de quienes la consideran como una manifestación característica del infantilismo mental de nuestra era, han conseguido alejar
el corazón del público del invencible Tarzán,
dominador de hombres y de bestias. . . .
Una explicación de este fenómeno es, tal vez, el hecho de que las hazañas del héroe de las selvas nos sirven de válvula de escape para la tensión nerviosa acumulada en nosotros por nuestra supercivilización. En el ambiente febril en que vivimos, la figura de Tarzán, corriendo libremente por los grandes espacios de un mundo primitivo, nos trae una sensación de agradable frescura, reminiscencia, acaso, de un tiempo lejano y niño en que las pasiones humanas no
habían llegado a envenenarse hasta hacer de la vida un poema salvaje de odio y de rencor....
Tarzán, en sus idas y venidas por la selva, adquiere un tinte caballeresco indudable. El señor de los bosques es, en la vida moderna, una especia de Don Quijote redivivo, corriendo sin cesar en busca de doncellas que salvar, malvados que combatir, y galeotes que libertar. Y es posible que, por ello, su figura contribuya a crear en el espíritu de nuestros niños menos apego a las cosas materiales que el demostrado por la generación presente.
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