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En su tía María y en su prima Virginia, Edgard Poe encontró el cariño que tanta falta le había hecho durante sus años de vagabundeo . . .
Los amores de Édgar Allan Poe
Sus ojos se contemplaban amenazadoramente a través de aquella sombría habitación que las velas alumbraban con su luz vacilante; los ojos irritados, injustamente heridos del muchacho Edgar Poe, y los ojos despreciativos y soberbios de su padre adoptivo John Allan. En aquella mirada mútua centelleaba un odio mortal, un odio que debía durar lo que la vida de ambos . . .
Esta penosa escena era una de las muchas que habían cubierto de amargas sombras la niñez del futuro genio de las letras. La vida de Edgard, en la casa de los Allan, había oscilado sin cesar entre el cariño apasionado de Frances Allan, su madre adoptiva, que le había recogido bondadosamente al quedarse huérfano, y la antipatía instintiva de su marido, que desde su llegada no había cesado de criticar su manía por emborronar Cuartillas con su torpe escritura de muchacho . . Solo la ternura que sentía por Frances había podido impedir que Edgard se escapase de su casa, al sentirse perseguido por aquel odio implacable, para recorrer el mundo y vagabundear a su antojo, como había de hacerlo años más tarde ...
Aquel día, las coléricas palabras que su padre adoptivo le había dirigido se debían a un poema que Edgard había dedicado en la escuela a Elmira Royster, la alumna más bonita de su clase. Elmira se había cubierto de rubor cuanda el maestro había arrebatado el poema de manos de su autor y lo había leído en voz alta en medio de las risotadas de sus condiscípulos. Edgard, por su parte, había quedado tan avergonzado, que ni aún la dulce mirada de gratitud que le dirigió la niña había logrado librar su corazón del peso que lo oprimía ...
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Película Twentieth Century-Fox
Aquella mirada de Elmira se había grabado para siempre en el alma Edgard. Años después de las escenas que acabamos de relatar, en la fiesta que sus padres adoptivos habían dado en su honor antes de mandarlo a la Universidad de Virginia, el muchacho esperaba ansiosamente verla de nuevo en los ojos de su amada. Edgard había cambiado notablemente. Ahora era un gallardo joven de alta estatura, cuyas exquisitas maneras revelaban una firmeza y una confianza en sí mismo poco comunes. Al llegar Elmira a la fiesta, sus ojos parecieron iluminarse con un destello de amor infinito. Después del baile, Edgard la acompañó a su casa. Al llegar frente a la misma, los dos muchachos se detuvieron y-se contemplaron con arrobo.
—No nos digamos adiós, Elmira—dijo Edgard—. Aunque mañana me vaya y quizás no te vuelva a ver en muchos meses, digámonos buenas noches solamente . . . ¡Nunca nos digamos adiós!
—¡Nunca, Eddie . . .!—murmuró la muchacha, tan cerca de sus labios que su frase quedó ahogada por el beso ardiente que le dio su prometido,
Si sus ojos se hubieran fijado horas
REPARTO Virginia Clemm Linda Darnel! Edgard Allan Poe. .John Shepperd Elmira Royster.. Virginia Gilmore Jane Darwell Mary Howard Frank Conroy
Sra. Clemm Frances Allan
John Allan
Ebenezer Burling..Henry Morgan
antes en la malévola sonrisa que animaba las facciones de John Allan al comunicar al padre de Elmira que no pensaba nombrar a su hijo adoptivo heredero de su fortuna, tal vez su corazón hubiera sentido la punzada de un fatal presagio . . . Joven y confiado, Edgard partió para Virginia, maldiciendo los meses de ausencia a que sus
estudios iban a obligarle . . E
Los padres de Edgard Poe habían sido actores de teatro. Este era uno de los motivos de que su padre adoptivo le hubiera demostrado siempre tanta antipatía. Para él—como para muchos de los de su clase en aquella época—el teatro era un profesión infamante, propia solamente de gente baja. Frances Allan había tenido que luchar duramente para vencer la obstinada resistencia de su marido a recibirlo en su hogar. También había tenido que convencer a la señora Clemm, tía carnal del huérfano, que se había empeñado en recogerlo a pesar de tener apenas lo suficiente para su sustento y el de su hijita Virginia. Con cada una de las dificultades que se opusieron a su adopción, el cariño de Frances por el niño había aumentado . . . y el odio de su marido había crecido en proporción.
La última prueba de este odio la había dado John Allan cuando, pocas horas antes de la partida de Edgard para la Universidad, había puesto en sus manos la suma de cien dólares. El muchacho se había quejado de que esta cantidad no era suficiente para pagar su ingreso en la Universidad y permitirle vivir durante su estancia en ella. John Allan le había replicado secamente que esto era todo lo que estaba dispuesto a hacer por él.
El escritor, desconsolado por su fracaso sentimental, encontró refugio en el alcohol. que poco a poco iba minando sus energías . .
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